Recuerdo perfectamente la fecha en que aquel Equipo de Trabajo de la asignatura Ethics, Business and Society en el Máster in Business Administration de ICADE nos sorprendía a todos -ellos mismos incluidos- con aquella puesta en escena portentosa, insólita, nunca hasta entonces vista, ni tan siquiera imaginada. Era el 21 de diciembre de 2022: entraba el invierno y con él, de la mano de unos alumnos innovadores y bien al cabo de la calle de los últimos avances en Inteligencia Artificial, hacía acto de presencia en nuestras vidas -para ya, probablemente, no abandonarnos nunca más- una flamante y extraordinaria nueva tecnología.
Desde entonces a hoy -repuesto ya de la sorpresa inicial, asimilada la novedad y habiendo tenido ocasión de compartir intuiciones e inquietudes al respecto con bastantes colegas en muy diversos foros-, he ido ubicando el fenómeno de la Inteligencia Artificial Generativa en unas coordenadas que, de una parte, me facilitan su comprensión y que, sobre todo, por otro lado me permiten otorgarle sentido y anticipar el alcance que podría estar llamada a tener, no sólo en el ámbito académico -actividad profesional en la que yo me ocupo-, sino también en el más amplio contexto de la vida personal y social en su conjunto.
Pero, volviendo a aquella sesión, quiero insistir en que, tanto el que suscribe como el resto de la audiencia -de una parte, el resto de los alumnos y, de otra, tres de los cinco que estaban exponiendo el trabajo- estábamos tan sorprendidos que no sabíamos fijamente a qué carta quedarnos. El asombro subió de tono cuando en la pantalla grande se empezó a proyectar en vivo y sobre la marcha una poesía, redactada ex profeso en honor de una de las compañeras, al parecer, medio-novia de uno de los dos expositores que sí sabían de qué iba la cosa. Pues eran no más que dos, de entre los cinco del equipo, los que manejaban la batuta con solvencia. Y se las apañaron estupendamente a la hora de marcar el ritmo de la sesión, de manera que nos tuvieron a todos embelesados mientras -ellos mismos incluso, como después confesaron- no dejaban de estar inquietos e impacientes, esperando, como buenos pioneros, a ver si las cosas salían al final como ellos buscaban que saliera. No en vano era la primera vez que hacían uso de algo de lo que habían oído hablar pero que nunca habían utilizado.
Y, como no podría haber sido de otra manera, salió la cosa estupendamente, quedamos todos satisfechos y expectantes, emplazándonos para después de las Navidades, momento en el que habría que empezar a tomar en consideración las posibilidades que aquella performance académica podría estar en condiciones de ofrecernos cara al futuro. En principio, suponíamos que las posibilidades habrían de sustanciarse para bien. Pero, como toda cara tiene su cruz, cada haz tiene su envés y a todo Activo le corresponde siempre un Pasivo, había quienes se maliciaron pronto que no todo iba a ser tortas y pan pintáo. Sin tener necesariamente que suscribir un relato propio de los eternos agoreros y profetas de calamidades, sí que cabía anticipar riesgos, identificar peligros y empezar a descontar consecuencias no directamente buscadas pero que habrían de poder revelarse como potencialmente dañosas.
Y en efecto a principios de enero del año 2023 ya empezaron, si no los clarines del miedo sí cuando menos, el cornetín de órdenes que, vibrante y agudo, daba el toque de “atención general”; una llamada que resonó en el ámbito académico de todo el mundo. Se empezaban a buscar vendas para unas heridas aún no efectivas, pero con las que había que empezar a contar como posibilidades nada descabelladas. Recuerdo dos de las más obvias y socorridas: la primera, que, si ahora los alumnos iban a poder “subcontratar” al, por buen nombre, Copiloto los índices de los Trabajos de Fin de Grado. “¡Como que los índices!... ¡los trabajos enteros!”, apostillaban los más visionarios.
En segundo lugar, que si con la nueva herramienta iba a resultar imposible discriminar entre lo que el estudiante había trabajado y lo que habría conseguido a partir del programa, toda vez que éste se caracteriza precisamente por ser generador de unos textos perfectamente estructurados y creíbles. ¿Qué validez cabría otorgar a partir de ahora al detector del plagio, llámese Turnitin o como quiera? Porque, si estos programas lo que hacen es calcular el índice de coincidencia de un texto, que se presenta como propio y original por parte del supuesto autor, con respecto a otros textos ya publicados y convenientemente almacenados en la Web, ahora el escenario iba a resultar muy otro, decían con buen tino quienes anticipaban escenarios más que probables y bien previsibles. “Con la nueva herramienta no hay texto previamente publicado, ni siquiera escrito todavía: la Inteligencia Generativa lo que hace, como su propio nombre indica, será generarlo en el preciso momento y hacerlo ex novo…” Y tenían razón quienes así argumentaban. Con todo, tampoco les iban a la zaga quienes contraargumentaban, matizando, por lo demás, con excelente criterio: “¡Ojo a la expresión!” indicaban los que querían echar un capote que conjurara el peligro y quitara dramatismo a la cosa... “¡Lo generará ex novo, pero nunca habrá de hacerlo ex nihilo, ¿eh?!”
El matiz era muy importante y estaba sin duda muy bien traído. Porque una cosa es redactar un texto sobre la marcha, un párrafo nunca antes escrito -tal vez, en toda la historia de la humanidad-, como ocurre siempre, cuando la lengua cristaliza en habla, tal cual Ferdinand de Sausurre y Noam Chomsky nos enseñaron hace ya mucho tiempo. Y otra cosa bien distinta es que el texto en cuestión haya de entenderse como salido de la nada absoluta.
Ello, desde una consideración estrictamente lógica, habría de conceptuarse como un supuesto contradictorio y metafísicamente imposible; no pasando de ser una concreción más de lo que ocurre en términos generales con toda la historia de la humanidad y, apurando al extremo, con todo el devenir del universo en su conjunto. Naturalmente, siempre que, atentos al paradigma de la Física más solvente en el día de hoy, se exceptúe el hecho del Big-Bang y la correlativa hipótesis de la existencia de un Dios Creador, que habría tenido que haber puesto en marcha un cosmos que, antes, no tendría sino mera potencialidad, esto es: la posibilidad lógica de llegar a ser lo que está siendo… para, tras la expansión, acabar llegando a su punto final.
Sin tener por qué entrar en consideraciones más propias de la Cosmología que de la Teoría del Conocimiento, merece la pena abundar un tanto, insistiendo sobre el punto de cómo la Inteligencia Artificial Generativa se despliega -siempre y con absoluta necesidad- a partir de algo ya preexistente.
En su caso, esta especie de materia prima a partir de la que se construyen los nuevos textos viene constituida -como no podría ser de otra manera- por la realidad de los macro datos; es decir, de los millones de millones de datos producidos cada segundo en el mundo entero y almacenados en las redes de redes. Por lo demás, a costa de una contrapartida absolutamente insostenible, caeteris paribus; porque aquel almacenamiento resulta en exceso oneroso, en lo tocante a la energía que se necesita para ello y que en cada segundo se consume. De hecho, se genera un Footprint, una huella ecológica estratosférica, de la que, curiosamente, no se suele hablar demasiado, aunque en general a la gente le preocupa el medioambiente, la sostenibilidad y el asunto del “cambio del clima climático”: dicho sea esto último entre comillas, como guiño a la elocuencia de un ínclito ministro del Reino de España de hace ya algunos años.
En todo caso -y a pesar del Pasivo que va dicho-, lo cierto es que aquellos datos almacenados e in crescendo por milésimas de segundo, se almacenan para algo, se archivan y registran con vista a la consecución de algún bien. Es a saber, para hacerlos hablar y extraer a partir de ellos patrones y tendencias que permitan anticipar y prever por dónde podrían ir desenvolviéndose las cosas en el futuro. Pues, en efecto, aquellos datos resultan susceptibles de ser analizados desde distintas metodologías y con diversas finalidades – la Analytics da frente a distintas avenidas, unas orientadas al Business y otras dirigidas a ámbitos de cualquier otra índole: social, médica, política, incluso electoral-. Por lo demás, aquellos datos están listos para recombinarse a una velocidad de computación vertiginosa, mediante sofisticados algoritmos, capaces, por sí mismos, de ir evolucionando y aprendiendo -Deep Learning- desde el punto en el que se disparan y entran en funcionamiento; y al paso que van operando.
Estas consideraciones, obvias e incuestionables como parecen ser, dan de por sí ya bastante que pensar. Con ello aportan solidez a las coordenadas epistemológicas y antropológicas desde las que enmarcar y hacerse cargo de algunas de las posibilidades que la Inteligencia Artificial Generativa pone a nuestro alcance en el ámbito académico y que nos habrá de retar a todos -profesores, alumnos, investigadores, gestores y los diversos entes reguladores- y estimularnos para sacarle el máximo partido posible y para ponerlo abiertamente a favor del Bien Común y de lo humano.
Este axioma ético merece ser mantenido en su doble carácter de postulado técnico y de principio moral. Y en ello andamos, tratando de transferir la propuesta, por todos los medios a nuestro alcance, a quien pueda acogerla con complacencia y la complicidad requerida para empeñarse en busca de la sinergia que cabe esperar de una bien trabada colaboración entre la Inteligencia Natural -humana, falible, inexacta, emocional, poética…- y la Inteligencia Artificial Generativa -producto humano, realidad objetiva al propio tiempo, y mecanismo capaz de producir, si se la guía convenientemente, cotas más altas de humanidad y de humanización.
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