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¿Sostenibilidad o Statu Quo? La difícil elección que definirá nuestro futuro

En este texto vamos a describir el complejo escenario de la sostenibilidad, donde diferentes actores construyen una realidad plural con muchas aristas. A partir de una propuesta ideal, descenderemos hacia consideraciones más pragmáticas, identificando enfrentamientos ideológicos que suponen un freno para la sostenibilidad de nuestras sociedades.

Los científicos han presentado datos concluyentes sobre el impacto del cambio climático de origen antropogénico —origen que no alberga dudas[i]— no solo en los ecosistemas sino también en la economía y en las actividades humanas. Uno de los impactos más evidentes del cambio climático son las consecuencias económicas que genera el aumento de la frecuencia e intensidad de los desastres naturales[ii], como huracanes, inundaciones, sequías e incendios forestales. Estos fenómenos causan daños materiales, pérdidas humanas y afectan a sectores clave como la agricultura, la energía, el transporte y el turismo.

El cambio climático ocasionará una significativa reducción de la productividad. Por un lado, de la productividad agrícola[iii], viéndose reducido el crecimiento y la calidad de las cosechas, lo que conlleva una menor oferta y un mayor precio de los alimentos. Por otro, de la productividad laboral; el aumento de las temperaturas y las olas de calor afectarán a la salud y el bienestar de los trabajadores, disminuyendo su rendimiento y aumentando el riesgo de accidentes.

Un impacto económico y social significativo es el incremento de los conflictos y las migraciones forzadas por la escasez de recursos hídricos y de tierra cultivable[iv]. Estos cambios obligarán a muchas personas a abandonar sus hogares buscando mejores condiciones de vida en otros lugares.

Todos estos fenómenos están demostrando el impacto económico negativo del cambio climático, que afecta tanto al crecimiento económico como al desarrollo sostenible. Esto explica y justifica las medidas que gobiernos y organizaciones están tomando para reducir las emisiones, tratando de mitigar la magnitud de sus efectos que ya son inevitables. Pero estas medidas no solo son una obligación moral: están siendo una oportunidad para impulsar la innovación y la competitividad de las organizaciones. Este último punto nos conectará con elementos muy relevantes de este escenario, claro en su diagnóstico, pero de difícil tratamiento.

Como consecuencia de estos impactos económicos, sociales y ambientales, científicos y organizaciones no gubernamentales nos piden cambiar el modelo productivo para evitar fenómenos críticos. Algunos defienden que el decrecimiento económico sería la teoría adecuada o el proceso ideal para transitar hacia una sociedad con menos impactos socioambientales.

El decrecentismo

El decrecentismo es una corriente de pensamiento que propone una reducción del consumo y la producción como forma de preservar el medio ambiente, mejorando la calidad de vida. Se basa en la idea de que el crecimiento económico ilimitado es insostenible e incompatible con los límites ecológicos del planeta. Como describe con precisión Manuel Arias Maldonado:

La insostenibilidad del crecimiento suele explicarse como una consecuencia inevitable de su dependencia de recursos finitos; llegará el momento en que los sistemas naturales no puedan seguir alimentando la máquina del crecimiento, que hoy es capitalista y en su momento fue también socialista. Este argumento fue presentado por vez primera –Malthus al margen– con el famoso informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento (Meadows et al., 1972). Para los decrecentistas, el cambio climático viene a reforzar esta idea: el decrecimiento planificado es ineludible si queremos mitigar el calentamiento global y evitar esos tipping points (puntos de inflexión) que amenazan con modificar duraderamente el sistema climático (Alexander, 2013). Por otro lado, no obstante, se afirma que el crecimiento económico no es una panacea. Ni fortalece a las comunidades ni hace más felices a los individuos: es un espejismo, la falsa verdad a la que se aferran las sociedades contemporáneas (Douthwaite, 1993). El crecimiento es insatisfactorio e insostenible; el decrecimiento propiciaría formas de vida auténticas y sostenibles [v].

El decrecentismo no busca renunciar al bienestar, sino encontrar formas alternativas de satisfacer las necesidades humanas sin depender de la acumulación material o de procesos intensivos en tecnología y capital. ¿Cómo? Por ejemplo, con modelos de agricultura ecológica y local, garantizando el acceso a alimentos sin depender de grandes corporaciones agroindustriales, o desarrollando una nueva movilidad que fomente el uso de medios de transporte alternativos —no intensivos en energía y recursos naturales—, como la bicicleta, el transporte público o el coche compartido. Las formas de turismo masivo causantes del deterioro del patrimonio natural y cultural también se verían transformadas y/o limitadas.

La transición hacia una economía social basada en la cooperación y la participación, respetando derechos humanos y ambientales, es deseable, pero podría tener un significativo impacto en el empleo. Estudiemos un caso ideal concreto. La transición hacia una economía decrecentista donde la industria del automóvil y la aviación, por ejemplo, queden sustituidas por otras formas de transporte y movilidad menos intensivas en energía y recursos tendría un significativo impacto en el empleo, con una significativa pérdida de puestos de trabajo. Los trabajadores de la industria del automóvil y de la aviación tendrían que buscar otras alternativas laborales, lo que implicaría una reorientación profesional y una posible pérdida de ingresos. Es cierto que se crearía una mayor demanda de mano de obra en los sectores relacionados con formas de transporte alternativo —por ejemplo, la producción de bicicletas—, lo que generaría nuevos empleos y oportunidades, pero ¿podríamos garantizar el mismo nivel de ingresos?

El decrecentismo aboga por vivir con menos: con menos consumo de energía, con menos bienes que obligan a extraer recursos finitos de la naturaleza. En este contexto, ¿qué pasaría con los impuestos que paga la industria del automóvil o de la aviación? La transición ecológica implicaría una disminución de los ingresos fiscales que provienen de estas industrias, por ejemplo, el impuesto de sociedades o el impuesto especial de hidrocarburos. ¿Deberíamos introducir una renta básica de transición que garantice un nivel mínimo de ingresos para todas las personas que procedan de esa industria? ¿Recuperarían su nivel adquisitivo con la nueva economía? A mayor abundamiento, ¿Podría garantizarse la financiación del Estado de bienestar?

La sostenibilidad empresarial

La sostenibilidad de los negocios es un intento de lograr una transición económica sin renunciar a determinadas utilidades. Parece claro que la sustitución del coche de combustión interna por el coche eléctrico es un intento de no disminuir esos ingresos, que impactan en diferentes grupos de interés. Porque el coche eléctrico es difícilmente justificable desde el punto de vista de la sostenibilidad. Pensemos en la masiva extracción de materiales para su construcción. La producción de baterías requiere de minerales como el litio, el cobalto y el níquel, lo que puede tener un impacto negativo en el medio ambiente. La minería puede dañar los ecosistemas, siendo el proceso de extracción intensivo en emisiones. Debemos añadir la gran cantidad de energía y consumo de agua para su producción —frente a un proceso de reutilización, mejora y adaptación del viejo coche de combustión interna, ¿quizá con catalizadores que disminuyan las emisiones? Además, las baterías de litio son difíciles de reciclar debido a la complejidad de su estructura y la mezcla de metales y otros materiales en su interior[vi]: es necesario desarrollar una infraestructura adecuada para el reciclaje de baterías y así reducir sus riesgos ambientales y de salud pública. Por último, en la actualidad, el coche eléctrico tiene un significativo impacto social: no es accesible para todos los sectores de la población, tanto por su precio actual como por la infraestructura para su recarga.

Como vemos, la escenografía del Antropoceno tiene múltiples detalles y actores, algunos obviados por cuestiones de espacio y redacción. Pero no podemos terminar el artículo sin describir las resistencias y reacciones que genera esta transición.

La reacción anti-ESG

En Estados Unidos, algunos estados en manos de políticos republicanos han iniciado un movimiento anti-ESG acusando al CEO de BlackRock, Larry Fink, de ser el responsable de que otras compañías asuman su tesis de invertir en criterios ESG para combatir el cambio climático y acelerar la transición energética. Incluso el estado de Texas aprobó en 2021 un proyecto de ley que prohibía invertir directamente en acciones de bancos y gestores que discriminaban a la industria de los combustibles fósiles. Otros bastiones republicanos, como Florida, Wyoming, Dakota del Norte e Indiana han elaborado proyectos de ley que buscan limitar las denominadas prácticas de inversión ESG, obligando a los gobiernos a romper sus relaciones comerciales con las empresas de Wall Street que defienden estas políticas[vii]. Por ejemplo, en el estado de Wyoming, rico en carbón, los legisladores han cortado los lazos con carteras de inversión que han evitado a empresas energéticas por motivos medioambientales[viii]. Los funcionarios estatales habrían advertido de que esto podría costar dinero a los fondos de pensiones al restringir indebidamente sus opciones.

Este es un ejemplo que tiene réplicas e isomorfismos en otros países, reacciones que enturbian un debate cuyos lineamientos parecían claramente definidos, pero cuya implementación resulta mucho más compleja, con ganadores y perdedores.

Conclusión

Las nuevas políticas de transición ecológica se están enfrenando a viejos modelos de negocio que tienen, no solo un fuerte arraigo sociolaboral, sino elementos estructurales que son muy difíciles de obviar. Es difícil renunciar a la versatilidad del petróleo, especialmente con los inconvenientes de las energías renovables en aquellas actividades que son muy difíciles de electrificar[ix]. Implementar políticas públicas en consonancia con las evidencias científicas no es nada fácil, pues existen diversas resistencias, ya sea por los aspectos estructurales del sistema económico, por el miedo al desempleo o por la imposibilidad de garantizar un estilo de vida que se enfrenta a los límites del crecimiento.

Es más, ahora que se habla de Cuarta Revolución Industrial, todavía somos muy dependientes de formas de transporte pertenecientes a la Segunda Revolución Industrial, como la industria de la aviación o el transporte marítimo. Es más, pareciera que sobre una base indudable de consumo de combustibles fósiles se están construyendo nuevas industrias y modelos de negocio intensivos en energía[x].

 

[i] Recientes estudios confirman que no existe un debate científico significativo entre los expertos sobre si el cambio climático es o no de origen humano. Esta cuestión está totalmente zanjada, y la realidad del cambio climático antropogénico no suscita controversia entre los científicos. El minúsculo número de artículos que discrepa de este abrumador consenso científico no han tenido ningún impacto perceptible, presumiblemente porque no aportan ninguna prueba convincente para refutar la hipótesis de que -en palabras del IPCC- "es extremadamente probable que la influencia humana haya sido la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo XX", y, más recientemente "es inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra”. Véase, Lynas, M., Houlton, B. Z., & Perry, S. (2021). Greater than 99% consensus on human caused climate change in the peer-reviewed scientific literature. Environmental Research Letters, 16(11), 114005.

[ii] Van Aalst, M. K. (2006). The impacts of climate change on the risk of natural disasters. Disasters, 30(1), 5-18.

[iii] Gornall, J., Betts, R., Burke, E., Clark, R., Camp, J., Willett, K., & Wiltshire, A. (2010). Implications of climate change for agricultural productivity in the early twenty-first century. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 365(1554), 2973-2989.

[iv] Reuveny, R. (2007). Climate change-induced migration and violent conflict. Political geography, 26(6), 656-673.

[v] Maldonado, M. A. (2022). Transición energética, imaginarios sociales y política democrática. Panorama social, (36), 9-19.

[vi] Iglesias-Émbil, M., Valero, A., Ortego, A., Villacampa, M., Vilaró, J., & Villalba, G. (2020). Raw material use in a battery electric car–a thermodynamic rarity assessment. Resources, Conservation and Recycling, 158, 104820.

[vii] Money Managers Raise Alarms Over Anti-ESG Crusade in GOP States. (2023, March 28). Bloomberg. https://www.bloomberg.com/news/articles/2023-03-28/anti-esg-crusades-in-gop-states-stumble-amid-pension-pushback

[viii] Wall Street titans confront ESG backlash as new financial risk. (2023, March 1). Financial Times. https://www.ft.com/content/f5fe15f8-3703-4df9-b203-b5d1dd01e3bc

[ix] Turiel, A. (2021, November 28). “La escasez de materiales es una estaca en el corazón de la transición energética.” Consejo Superior De Investigaciones Científicas. https://www.csic.es/es/actualidad-del-csic/antonio-turiel-la-escasez-de-materiales-es-una-estaca-en-el-corazon-de-la

[x] Pascual, M. G. (2023, March 23). El sucio secreto de la inteligencia artificial. El País. https://elpais.com/tecnologia/2023-03-23/el-sucio-secreto-de-la-inteligencia-artificial.html

 

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