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Son muchos los autores que actualmente se ocupan de los medios y los problemas de las nuevas tecnologías. Son muchas las opiniones y, algunos de ellos, echan la culpa a la mediatización que se ha producido en la vida social. Por ejemplo, J. Pérez Ternero comenta en un reciente e interesante texto , que la mediatización está transformando profundamente el escenario sociotecnológico y mediático y los ámbitos clave de nuestro sistema social: la “conversación personal” y la “conversación pública” . No es una idea realmente nueva pero, a mi modo de ver, tiene razón cuando afirma que durante décadas se ha construido un ecosistema mediático que impide incluso el intercambio transparente de la información y que encierra a la persona en una especie de burbuja mediática con tintes narcisistas.
Lo humano ahora carece de significado

Pero, a mi modo de ver, lo más importante del problema no se resuelve con una humanización de ese supuesto sistema; que en todo caso, habría que definir. Lo verdaderamente grave es no tener una conciencia clara de la naturaleza de la crisis que está sufriendo la sociedad moderna y la necesidad de atender debidamente a los retos que aparecen y que cuestionan el hecho mismo del humanismo que hemos heredado. Un primer motivo de esta crisis es que nos hemos quedado sin un lenguaje público, capaz de comprender lo que exigen los retos que se nos presentan, tanto en el plano de lo antiguo como de lo nuevo. De este aspecto ya me he ocupado en mi anterior artículo[1]. Pero, ahora, hay un segundo motivo, que me gustaría comentar: el modo de comprender la propia percepción mediática y uso tecnológico que hacemos cada uno de nosotros. Sin duda, occidente se ha volcado en exceso en la tecnología y la ciencia, pero olvidando lo que nosotros mismos somos y hemos aprendido en el modo de vivir. Tenía mucha razón G. Jung cuando comentaba que si el hombre erróneo usa el medio correcto, el medio correcto actúa erróneamente[2]. Hemos heredado un humanismo de siglos, que se ha mezclado con un proceso casi de sacralización del sujeto individual y del producto científico entendido exclusivamente como método instrumental. Por ello, en este segundo artículo es obligado reflexionar sobre una cuestión que engloba y se extiende muy por encima del conjunto de los problemas; ya he hablado de lenguaje, ahora toca hablar de los populismos y de los nuevos mitos que parecen haberse creado en la propia crisis de la modernidad.

Me parece que es obligado recoger algunas reflexiones de F. Revel sobre la sociedad de la información y el papel de la política[3]; algunas se escribieron hace años, pero siguen teniendo una rabiosa actualidad. Revel plantea la información, incluso la información de la ciencia, desde su exclusiva metodología y planteamientos supuestamente racionales. Por eso sus exigencias reducen, inevitablemente, la información, a aspectos y contenidos del todo incompletos. A mi juicio, sus conclusiones conducen a comprender la información como algo alejado de las exigencias de un conocimiento más profundo y amplio, y, por ende y como consecuencia, lo que expresan los Medios y recibimos los ciudadanos está mediado por la probabilidad y, en el fondo, por una enorme falta de precisión y racionalidad. Se desconoce el destino de la información porque la pluralidad de objetivos es tan grande que realmente lo que produce la información en su pluralidad son equívocos más que la verdad sobre algo. Por ello la información supone un trampantojo representativo de cosas que normalmente no se expresan ni se definen.

Revel es pesimista con la información de los medios y concluye que siempre el verdadero enemigo del hombre está en su interior, pero éste, cada vez más está dejando de ser porque antaño le rodeaba la ignorancia y hoy es la mentira. Para el, la mentira es simple, voluntaria y conscientemente empleada como medio de acción. La mentira es una práctica común en la esfera de la política, los partidos, los sindicatos, las administraciones, los centros del poder y los propios ciudadanos. Las cifras y los datos, que falsean los hechos, Revel los define con el ejemplo del uso del tabú en la información, y que permite reducir la 8ikinoticia de forma repetitiva a cuatro ideas y poco más, es decir reducir el múltiplo a la unidad, la parte con el todo[4]. Pero en la actualidad, y con la ayuda de la tecnología, esta situación se ha multiplicado exponencialmente.

Sin duda, este es el caldo de cultivo que ha utilizado el populismo político en España y en la propia Europa, introduciendo una nueva forma de argumentar ideológicamente la realidad. En efecto, a mi modo de ver, el populismo político privado de programa reconstruye ideológicamente la realidad. Nada más peligroso. Por ejemplo, la izquierda española, gracias a un supuesto peligro fascista, -que en Europa y en España ya no existe-, construye el universo maniqueo que necesita. Por ello, ya no preocupa la información veraz sino lo que afecta a los intereses, creencias y deseos, aunque éstos sean inadecuados, falsos e incluso caprichosos. Este proceso se introduce con facilidad en una vida pública donde la ideología se pone por encima de la información y de la verdad de lo que sucede, porque la ideología es una herramienta de muy fácil uso: sabe retener los hechos favorables a las tesis que mantiene, suprime el criterio de eficacia y fabrica explicaciones que justifican sus propios fracasos[5]. Hasta aquí las reflexiones de Revel.

A mi modo de ver, esto es lo que sucede en la actualidad política de España y podemos incluso observarlo en no pocas reflexiones aplicadas a las relaciones internacionales. Con la falta de un lenguaje adecuado, la ideología reduce el valor a la norma y ésta vacía de significado los principios porque los reduce a cuatro frases hechas sin argumento y desarrollo Este proceso, explica no sólo la pérdida del lenguaje, sino algo todavía más grave: la desaparición de un conocimiento abarcador que permita a las personas fundamentar y comprender con significado y sentido lo que ellas son y lo que sucede en su entorno. A costa de destruir unos mal considerados mitos, hemos construido otros nuevos que, de acuerdo a unos autores, han licuado la realidad que nos rodea y, para otros estudiosos, la han vaciado de aquellos significados que el hombre había utilizado como cimientos del sentido de su historia[6].

Partiendo de lo que acabo de decir, no quiero dejar de comentar el trabajo de G. Steiner, para quien el supuesto progreso ha desechado viejos mitos, pero ha construido otros nuevos[7]. En opinión de Steiner se han producido en occidente nuevas mitologías en sustitución de las religiones tradicionales, especialmente el cristianismo, con muchas semejanzas a las teologías que pretenden sustituir. Para este autor, la actualidad padece hambre de mitos y se anhelan nuevas profecías con garantías[8]. Para Steiner, existen los orígenes de estas mitologías y, especialmente, su finalidad y objetivos significativos, que podemos resumir en tres fundamentales: la alienación (la persona vive alienada y debe reaccionar contra los enemigos que la subyugan), la represión (la persona vive oprimida por una autoridad deslegitimada) y las nuevas culturas (enfoques sistémicos que se institucionalizan y conforman nuevos sistemas educativos).

En mi opinión, si es cierto esto de la represión y la alienación, es decir, si es cierto que el hombre moderno se ha dado cuenta de que vive alienado y reprimido, lo que debe hacer, quizá, es construir una cultura de la ruptura y de la libertad, donde la igualdad entre todos proporcione la felicidad social añorada por el hombre desde hace siglos. Los nuevos derechos vendrían determinados por los intereses y deseos libres y personales de cada cual y siempre en situación permanente de cambio. Esto no es nada nuevo, es el primer paso que puede explicar la ausencia de sentido que actualmente padecemos.

Por un lado, la modernidad ha creído, equivocadamente, superar errores antiguos y, por otro lado, desde el nuevo concepto de sujeto, -construido desde Descartes-, hemos ido perdiendo los cimientos de nuestra propia construcción de lo humano. Por eso mismo, quizá, Steiner considera que las nuevas mitologías han fracasado porque no tienen cimientos; han dejado a la sociedad sin el sentido que otorgaba, entre otros contenidos, la religión y la percepción de lo absoluto. Lo único que la sociedad ha podido hacer, -se me ocurre añadir- es reducir todo a un lenguaje vacío de significado y dar a la tecnología todo el alimento posible en la búsqueda de un sustituto. Precisamente esta situación de desamparo conduce a lo que Steiner define, con cierta ironía, la existencia de los hombrecillos verdes[9], que ayudan al hombre a refugiarse en la astrología, el ocultismo, el orientalismo, etc.; reductos, entre otros, donde el ser humano convive con la nostalgia de lo absoluto. Pero la verdad profunda de la cuestión es que lo humano se ha quedado sin significado. El hombre, lo humano, se ha quedado solo con un gran significante vaciado de todo sentido. Lo decía muy acertadamente H. Arendt cuando comentaba que los valores son productos sociales sin significado propio; son como productos en la actividad cambiante. Los valores son objetos de cambio. El "bien" pierde su carácter de idea, se ha convertido en un valor intercambiable. La devaluación de todos los valores[10].

            Estas definiciones así planteadas y frente a ese contexto del supuesto vacío que padecemos, me obligan a recurrir nuevamente a la pregunta sobre la verdad de lo humano. Porque, en efecto, pertenece a la dignidad de nuestra especie ir tras la verdad de forma ideológicamente desinteresada y reconstruir su propio lenguaje mirando hacia atrás y no solo hacia delante. Frente al transhumanismo, -que es un reto indudable e importante, pero nada más-, la verdad del hombre es algo mucho más complejo e, incluso, algo ajeno a las propias ofertas de la tecnología. Se necesita comprender mejor la actual dimensión de nuestra crisis, los contenidos de nuestros errores cometidos, en qué consisten, y la necesidad de reflexionar con cuidado sobre la naturaleza de los retos que se presentan con la tecnología y sus primeras consecuencias. De eso hablaremos en próximos artículos.

 

[1] Ver, https://diarioresponsable.com/opinion/34987-nuevo-humanismo-o-profunda-crisis

[2] G. Jung El secreto de la flor de oro, Paidos, Buenos Aires, 1955, p. 25.

[3] Jean-Francois Revel, El conocimiento inútil. Página indómita. Barcelona 2022.

[4] Ibid., p. 29, 36, 37, 96-97, 103, etc.

[5] Ibid., p. 207.

[6] Por ejemplo, la obra de S. Bauman, Vida Líquida (2016), Paidós, Barcelona< 2016, pp. 74-76.

[7] Ver George Steiner, Nostalgia del Absoluto (1971), Ed. Siruela, Madrid 2014

[8] G. Steiner, ibi., pp. 14-19 y 22.

[9] G. Steiner, ibid., ibid., pp.87-109. También, pp. 119, 121, etc.

[10] Hannah Arendt, Entre el pasado y el futuro, (2016) Península, Barcelona 2016, p. 55. También, pp. 303-346.

Referencias

  • George Steiner, Nostalgia del Absoluto (2014), Ed. Siruela, Madrid.
  • G. Jung El secreto de la flor de oro, (1955), Paidos, Buenos Aires.
  • Jean-Francois Revel, El conocimiento inútil, (2022), Página indómita. Barcelona.
  • J.M. Pérez Tornero, La gran mediatización. El tsunami que expropia nuestras vidas (2020), Volumen I, UOCpress, Barcelona.
  • Z. Bauman, Vida Líquida, (2016), Paidós, Barcelona 2016.
  • H. Arendt, Entre el pasado y el futuro, (2016), Península, Barcelona.

 

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