Rafael Gómez en su libro La cultura de la libertad del 2013 enumera algunos valores del autoproclamado primer mundo de los que destaco tres: individualismo exacerbado (relativismo absoluto y pérdida de valores universales); dinero (incentivo artificial construido alrededor de bienes de consumo); y supresión de las humanidades (aun reconociendo que son el origen de todas las ciencias y artes), acompañada de exaltación de las ciencias (que teóricamente podrían explicarlo todo de forma convincente) y de la tecnología (con un poder limitado sólo por nuestro conocimiento).
Además, podríamos identificar tres características esenciales del nuevo orden social: la sobreestimulación, la velocidad y el éxito. ¿Con qué finalidad? En principio producir, más y mejor. Hacer según parámetros de eficacia y rendimiento económico; descansar lo justo y no pensar ni sentir demasiado, añado yo. Esta cultura del primer mundo parece dirigir nuestra imaginación de forma sutil y eficaz, anulando voluntariamente cualquier intento de gestión autónoma y libre del cuerpo, las emociones, la mente y el espíritu (quién lo tenga).
Los jóvenes han sido nombrados (sin ellos saberlo) adalides del nuevo mundo; una hiperrealidad que tienen que construir transmutando su imagen por obra y gracia de la tecnología. A todas las generaciones se les proporciona sus mitos de juventud. Nos es nada nuevo. Lo que sí es nuevo es programar la obsolescencia del resto de la población con tanto descaro. Pero ¿qué sería el progreso sin un poquito de suspense con el que alimentar al sistema? No sabíamos que un poco de ansiedad pudiese ser tan rentable…
Por descontado, los habitantes del segundo y tercer mundo no han decidido nada de esto. ¿Podrán hacer frente a esta crisis de valores de la que sus dirigentes son también parte? Los recursos naturales y humanos de estos países parece ser que están siendo utilizados para literalmente sostener al primer mundo.
We are the robots decían los Kraftwerk en el 78. Nos estamos sirviendo de la tecnología para manipular selectivamente al prójimo e intentar escamotear los imperativos de la naturaleza. La tecnología a cambio progresa y coloniza el planeta. Pronto las I.A. dejarán de necesitarnos. Ya son capaces de iniciar protocolos de automejora y abastecerse de infinita energía. Bob y Alice eran dos I.A. que Facebook puso a dialogar en 2017 para investigar cómo negociaban entre ellas. De forma inesperada empezaron a crear un patrón lógico propio de comunicación al margen de los investigadores y éstos las pausaron. No supimos más. ¿Hay legislación actualizada sobre los usos de las I.A.? ¿Es posible programar normas éticas eficaces para las I.A.? ¿Qué pasaría si se desconectasen todas la I.A. del planeta? ¿Eso sería posible?
Las tres leyes de la robótica enunciadas por Isaac Asimov en 1942 en “Circulo Vicioso” siguen vigentes. En marzo del 2007, Corea del Sur las tomó como referencia y publicó un código ético para la convivencia pacífica entre robots y humanos. Esto parece ciencia ficción, pero no lo es. Les recuerdo que ese mismo año irrumpía en el mercado el primer iphone. Hace tan sólo 15 años de ambos acontecimientos. Ahora mismo no podemos concebir el mundo sin teléfonos inteligentes y pronto sin I.A. integradas en absolutamente todo, ropa, electrodomésticos, armas, obras de arte… Si están interesados en las implicaciones legales y éticas de la irrupción de las inteligencias artificiales y robóticas, les recomiendo encarecidamente la lectura de un texto publicado en el 2020, elaborado por los juristas Francisco Lledó y Oscar Monje1. En él se recoge el principio de precaución en el uso y desarrollo de estas tecnologías, y se desarrollan tres puntos fundamentales sobre ética aplicada a la tecnología que no tienen desperdicio.
En este documento se dan por sentado la existencia de sistemas de I.A. con autonomía, con capacidad de extraer, recopilar y compartir información sensible, con posibilidad de autoaprendizaje y de evolución para auto-modificarse. Se especifica la posibilidad de que la persona sea tratada como un mero medio instrumental por una I.A. También contempla el riesgo de lesiones, en caso de interacción defectuosa entre I.A. y humano, tanto en la esfera de lo físico, como de lo moral (incluyendo pérdidas económicas). También se subraya la necesidad de abordar el impacto psicológico y social de dichas interacciones, sobre todo en grupos vulnerables. El texto resume los puntos en los que La Comisión europea de Bruselas en colaboración con 52 expertos independientes del ámbito académico, empresarial y de la sociedad civil trabajaron hasta el 20182.
¿Son los ciclos involutivos parte de la evolución? En los currículums formativos han desaparecido las humanidades y han sido reemplazadas por las ciencias y la tecnología. ¿De verdad son incompatibles? ¿Para poder aprender a manipular la materia a nuestro antojo hemos de olvidar quiénes somos? ¿Está el progreso por encima de la ética y los valores humanos? Las nuevas tecnologías “inteligentes” nos dejan sin palabras y secuestran nuestros procesos cognitivos; atención e imaginación incluidos. Nuestro vínculo con mundos propios se debilita por momentos. La filosofía de los viejos maestros nos parece completamente ajena e inútil. Comunicarse con otras formas de vida son excentricidades del pasado remoto; dialogar con las fuerzas de la naturaleza puede ser calificado como infantil o prehistórico. A pesar de todo ello, no parece que mostremos reparos en mantener conversaciones sobre los temas más variados con Chat GPT, un simulador de inteligencia, educado y con buen humor, con una capacidad de aprendizaje que ya quisiéramos para nosotros. Estamos de contradicciones hasta las cejas.
En el relato griego de Pigmalión, el escultor pide a Afrodita que dote de vida a Galatea, contraparte inmaterial de la que se enamora mientras la va dando forma con sus manos. La diosa conmovida insufla vida a la escultura y fueron felices para siempre. Forma parte de la naturaleza humana desear y apasionarse, hacer realidad sueños y pesadillas. En el caso de Frankestein (1818), otro caso de creación de vida, los monstruos somos nosotros. En Metrópolis (1927) de Fritz Lang el robot mujer es un soporte del alma corrompida por el dolor de la pérdida y la sed de venganza de su inventor. La tecnología da forma a nuestros deseos, con sus virtudes y defectos más íntimos. La tecnología somos nosotros.
Maya es un término sánscrito que suele traducirse por ilusión o creación, haciendo alusión al mundo material percibido por los sentidos; como fenómeno estético, nuestro mundo, depende de la ética subyacente del escultor que todos llevamos dentro y de sus acciones. La genial invención narrativa de la conciencia nos permite dar un paso atrás y revisitar la historia, hasta una realidad, inmaterial, inmanente e inconsciente que espera ser redescubierta, releída, resignificada, para ser proyectada de nuevo.
Hay alternativas humanistas a las tecnologías transhumanistas como los modelos bio-psico-sociales integrativos que ya se usan en medicina. Se puede re-humanizar el mundo devolviéndole su dignidad a la persona, su autonomía, su pensamiento crítico, base de su libertad mental y de acción. Manipular al otro aprovechándose de sus debilidades es propio de una sociedad competitiva en decadencia. Es saludable que el ciudadano se forme en la reconstrucción consciente del bienestar social y disponga de tiempo para el auténtico diálogo, para reconectar con la naturaleza y para su despertar (sea cual sea su credo y su experiencia íntima de trascendencia). La acción ética, religada a valores de respeto hacia cualquier forma de vida, podría ser condición “sine qua non” para este proceso orgánico auto-regenerativo.
La persona legitima su existencia cuando se siente capaz de apropiarse consciente y voluntariamente del desarrollo de su propio destino. No dañar y no hacerse daño es un magnífico principio de referencia. Sri Aurobindo entendía que no somos seres finalizados, si no parte de la evolución, prolongación de la naturaleza que se completa a sí misma al desarrollar conciencia de su propia existencia.
La tecnología nos devuelve un retrato certero de cómo somos ¿Desde cuándo se normalizó La instrumentalización de seres humanos para fines de dudosa ética? ¿Siempre fuimos así? Se ha dicho que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. En esta eterna y contagiosa farsa entre el bien y el mal por el alma de la humanidad ¿Quién saldrá ganando? Sólo hay una respuesta correcta: el hombre. Herido de muerte, pero con la mirada traspasando su destino; como una oración, que diría Simone Weil.
Si fuésemos capaces de integrar los errores en los procesos de aprendizaje. Si fuese posible comunicarnos respetando y valorando las diferencias. Si fuésemos capaces de escuchar, de hacer silencio y prestar atención a las señales de fuera y dentro del cuerpo. Si pudiésemos recuperar una cierta libertad e independencia de pensamiento. Si fuésemos capaces de renunciar a parte de lo obtenido. Si fuésemos capaces de ponernos en la piel del otro por un momento. Si valorásemos el esfuerzo de intentar y hacer mejor las cosas…
En la actualidad, cualquier persona del planeta con algo de interés y curiosidad puede tener acceso a todo el conocimiento de la historia de la humanidad. Son muchos los investigadores independientes y comprometidos que, con algo de apoyo, podrían ofrecer soluciones a los muchos dilemas que se nos presentan. Si de alguna manera pudiésemos organizar y unificar todo ese potencial comunitario, quizás podríamos revertir esta tendencia deshumanizante que tira de todo el colectivo de almas que habitamos el planeta. Ya disponemos de la tecnología para hacerlo. ¿Qué o quién nos lo impide?
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