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El impacto de la IA en lo que somos como sociedad (II)

Las transformaciones sociales se producen sin darnos cuenta;  empiezan en el ámbito de la mentalidad de las personas y terminan en los propios hábitos y formas de vivir. Todo ese proceso pasa desapercibido. Esto es lo que ha venido a suceder con la tecnología y la IA, que está transformando, no sólo creencias de siglos, sino la propia comprensión de la vida cotidiana; lo comentaba inicialmente en mi anterior artículo hablando de las mentalidades[1]. Por eso en este segundo artículo voy a procurar destacar el hecho de que la tecnología y la IA ya tienen presencia e impacto en la propia vida social.

La IA no es solo una cuestión de uso, -cuyo éxito y riqueza nadie oculta-, sino un impacto y transformación en nuestra comprensión de lo que somos como seres humanos en nuestra vida diaria. ¿Qué significa esto? Esta pregunta no se refiere a una cuestión de oficio sino a otra cosa muy diferente; es una pregunta donde interviene el tiempo, formas de hablar y de comportarse y apunta a las consecuencias de su uso y de lo que éste puede significar respecto a lo que somos. La IA no es un oficio y tampoco se reduce a saber utilizarla, está empezando a ser una forma diferente de pensar lo humano y el comportamiento social. Voy a procurar determinar, a modo de una breve historia de un proceso, algunos aspectos importantes del modo en que lo digital y la IA han ido introduciéndose en nuestra sociedad para ir perfilando, con sus principales protagonismos, toda la vida social.

Cuando comenzó en España el arranque de internet, hace ya más de dos décadas, sucedió algo parecido a lo ocurrido con los cambios sociales de los años sesenta del siglo pasado. En efecto, internet se difundió en los medios como una especie de movimientos de ruptura con lo establecido con la aparición constante de nuevas aplicaciones y nuevas formas del uso de la técnica. A pesar de las observaciones de algunos autores, internet se convirtió en un culto a la novedad y al protagonismo exagerado por parte de algunos de la llamada nueva disrupción: desprecio por la jerarquía y la autoridad, como consecuencia de las ideas contraculturales de los pioneros de internet (A. Keen, 2016, pp. 17 y 295). Aquel intento se dirigió fundamentalmente contra lo que ciertos escritores entendían como la base de las creencias del conjunto de la sociedad de aquel momento, porque ¡el sistema no quiere que la gente crea! ... pues cuando se cree en una idea se puede creer en otra, por ejemplo en su opuesta (B. Sansal, 2016, p. 26). Lo digital perseguía la estandarización de unas lógicas y comportamientos determinados en contra de la autoridad vertical establecida.

Esa estandarización ha conducido al aumento del uso de determinadas aplicaciones, algunas apenas percibidas y otras llamativas como el papel del móvil en el día a día. Un primer objetivo observado: conseguir que todos los ciudadanos utilicemos la tecnología e, incluso, que pensemos y nos comportemos en la vida cotidiana de forma cada vez más parecida, al menos respecto a su utilidad. Esto se consigue con la normalización de esta idea, que, sin duda, fue impulsada a través del conocimiento del dato y su difusión a la hora de explicar los hechos. En este punto, la tecnología expresa su gran éxito y protagonismo; porque, además de la rapidez, su fácil utilización permite la reducción de palabras y homogeneidad en la interpretación de los contenidos; lo que permite un mayor acercamiento a los significados que normaliza la sociedad y posibilita que los macrodatos determinen una cierta vuelta atrás al control de la Agenda por parte de los medios y con ello al control de la opinión pública. En el fondo se escucha lo que se quiere oír sin ser aquellos datos en absoluto cuestionados. Pero la verdad de todo eso es que se aplican de modo constante dos mecanismos desconocidos o falaces en la construcción de la información: se desconoce cómo se cruzan y gestionan las variables, que definen los contenidos, y se desconoce también los objetivos de poder o los modelos de legitimación de negocio o de estrategia comunicativa, que persiguen los grupos de comunicación con el uso de esos datos.

Este segundo objetivo de mano de la tecnología define la convicción de muchos ciudadanos e investigadores, según la cual, las nuevas verdades que proporcionan los datos son una gran mentira. La verdad se atomiza y los datos la convierten en falsas verdades que vienen a sustituir a una verdad, que, al final desaparece. Es lo que algunos llaman el suero de la verdad digital; se dice una cosa y se hace la contraria: la verdad sobre el sexo, la verdad sobre el odio y el prejuicio, aumentar el odio como reacción que busque la paz y la reconciliación, la verdad sobre internet, sobre al abuso infantil y el aborto, la verdad sobre las palabras, etc. (Stephens-Davidowitz,  2019, pp. 115, 119, 122, 137,153 y ss., etc.). Nos encontramos frente a lo que algunos autores definen positivamente con la palabreja documedialidad, que expresa el hecho, según el cual, se ponen en circulación innumerables documentos de forma atomizada, donde cada receptor es, al mismo tiempo, un productor y un transmisor. La documedialidad describe la ontología social contemporánea (Ferraris, M, 2019 pp. 70 y 112).

Este proceso termina con el definitivo protagonismo de las máquinas, no sólo en los medios de comunicación, sino en la vida cotidiana de las personas. Es así cuando, el singularismo transhumanista del sujeto hace su aparición. El ser humano deberá acercarse a las máquinas, para que éstas le igualen y en breve tiempo superen a las personas porque piensan mejor y más rápidamente que ellas. Cuanto más sofisticada se va haciendo la tecnología, mayor es la rapidez con la que mejora. Al final, la vida biológica terminará siendo absorbida por la tecnología; las máquinas superarán a sus creadores y los asuntos humanos podrían no continuar tal y como los conocemos. Es la sustitución absoluta de la persona humana tal y como la conocemos por otra cosa. Incluso, con estos postulados, los transhumanistas introducen un nuevo concepto: la trans-religión que viene a ser algo transversal a todas las religiones (O´Conell, 2019, pp. 87,84, 195 -198, etc.).

Esta breve historia expresa un desarrollo, una progresión en el conocimiento y en el modo de comprender la realidad por parte de las personas. Unos cambios, que pueden llegar a los extremos transhumanistas  de sustituir al hombre; una transformación que reduce la complejidad y creatividad de la experiencia humana a un modelo simplista propio del empirismo instrumental.  Este proceso, de más de treinta años, que he procurado resumir en tres etapas fundamentales, expresa lo que a juicio de muchos se ha producido ya en las diferentes mentalidades de la sociedad. Pero realmente los problemas se objetivan y profundizan de forma evidente con el desarrollo y el protagonismo de la IA. Algo comenté en el artículo anterior, pero en este momento si puedo confirmar lo que digo con dos palabras: utilitarismo e individualismo extremo. El protagonismo absoluto del sujeto individual y el utilitarismo pragmatista que parece que se ha aceptado como la forma más adecuada de comprender y definir la ética en la vida de las personas.

Estos procesos de cambio que ha producido la tecnología y los propios planteamientos teóricos de la IA, ya ha permitido la entrada de nuevas ideas con  nuevos contenidos que están perfilando, al mismo tiempo, nuevas formas de comprender el conocimiento. Este aspecto es de enorme importancia, porque requiere que la sociedad disponga de las herramientas necesarias para llevar el mejor argumento a la mejor solución de los problemas. Esas herramientas se relacionan directamente con el hecho de definir y edificar los Principios que deben regular cualquier tipo de comportamiento. Sin embargo, en la actualidad, debemos preguntarnos por el tiempo disponible, porque la rapidez evolutiva de la tecnología no la tiene la persona humana, si además, incluso, experimenta unas circunstancias poco aconsejables. Porque, en este sentido, ¿de qué contenidos y circunstancias estoy hablando?

A mi modo de ver, la IA ha introducido sin duda,  algunas importantes líneas de contenido. Acabo de comentar lo del singularismo y la ética instrumental, cuyo alcance y límites son bien conocidos en el ámbito de la filosofía. Nadie discute que el uso de la tecnología facilita la vida de los individuos en algunos aspectos y, sin duda también, en el ámbito de los saberes experimentales. Es indudable este avance de la tecnología. Pero esto no significa, que estos éxitos estén siempre bien dirigidos al conjunto de la vida de las personas. Y ello es así porque la IA afecta a las propias formas de comprender lo que significa lo humano y la sociedad en su conjunto. ¿Qué hay detrás, en términos de principios y creencias del singularismo y de la propia ética instrumental? ¿Hay algo mucho más que un egoísmo centrado en el corto plazo y un concepto pragmatista y utilitarista de la vida? Porque, en efecto, en la sociedad falta cultura para la reflexión: Si la emoción prevalece sobre el pensar ¿dónde queda la persona? ¿es lo mismo hablar de yo que hablar de la persona? ¿A quién sirve más la  IA, al yo del mejor adaptado o con más recursos o al conjunto de la sociedad? ¿Qué sucede con las nuevas adicciones tecnológicas? Si la automatización de la vida nos da más tiempo para hacer otras cosas, ¿en qué podemos ocupar el tiempo, al entretenimiento o a profundizar lo que significa la responsabilidad y la interacción futura entre las personas? ¿Cómo desarrollar estas preocupaciones en los procesos formativos y educativos en un contexto mediático cada vez más preñado de un vacío normalizado? ¿Qué sucede si la computación evita o desplaza la creatividad humana?... Estas cuestiones, y otras muchas, se refieren directamente a lo que significa la propia vida social; porque estos contenidos, a veces muy poco definidos, tienen todavía menos respuestas claras y precisas.

A mayor abundamiento, todavía algo más. La importancia del reto que supone la IA aumenta cuando la sociedad, que es la que debe asumir y digerir las transformaciones planteadas, se encuentra desasistida de Principios y especialmente dotada de estructuras institucionales carentes de la suficiente autoridad moral. No debemos olvidar que, en la actualidad, muchas veces el ciudadano está desarmado porque el populismo político ha quebrado, en la vida pública española, estructuras y principios de años de vida, porque los medios de comunicación no informan sino que entretienen a las personas con un lenguaje pobre y absolutamente vacío de contenidos. Las nuevas categorías de la corrección política, utilizadas en los últimos años en España por el llamado progresismo igualitario, han vaciado de significado los Principios necesarios para una actividad política transparente y honesta y está haciendo lo mismo hasta con la propia democracia y el modo de vivir del ciudadano. Cuando esto sucede, es cuando se deben poner sobre la mesa alguna de las grandes cuestiones que parecen haberse olvidado y que, a mi juicio, dan sentido a la alarma de mis palabras. De todo este conjunto de problemas, hay un tema crucial que emerge del conjunto y que entiendo es clave en la verdadera comprensión de la persona humana frente a los profundos retos de la IA. Me refiero al tema de la maltratada dignidad humana.  De esto me ocuparé en el próximo artículo.

 

[1] Ver https://diarioresponsable.com/redponsable/jbendelgado

 

Referencias Bibliográficas

Ferraris,M. (2019), Posverdad y otros enigmas, Alianza Editorial, Madrid.

Keen, A., (2016), Internet no es la respuesta, Catedra, Barcelona.

O´Connell, M. (2019) Cómo ser una máquina, Capitán Swing, Madrid.

Sansal, B., (2016), El fin del mundo, Seix Barral, Barcelona.

Stephens-Davidowitz, S., (2019), Todo el mundo miente.  Lo que internet y el big data pueden decirnos sobre nosotros mismos, Capitan Swing, Madrid.

 

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