Le pregunte a mi amigo Luis, el consultor (que es, por cierto, sabio), qué hacía exactamente un consultor, y me recordó el viejo chiste: es una persona que cuando el cliente le pregunta la hora, mira descaradamente el reloj del propio cliente, le dice la hora que es y, si puede, se queda con el reloj o pasa una minuta que suma tanto como el precio del reloj, generalmente caro. La contestación de mi amigo parecía un esperpento, una exageración sin límites, una forma de caricaturizar la tarea de los consultores/auditores, la imagen de una realidad reformada y grotesca de la importante tarea que compete a las consultoras y auditoras que en el mundo son. Es decir, consultoría, auditoría y, a mi juicio y no menos importante, lobby.