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El presente artículo es el primero de una serie de tres en los que abordaremos desde la Filosofía Moral el problema de la ética. El objetivo no es otro que el de ayudar a que el lector interesado por estos asuntos pueda formar criterio respecto a lo que, por otra parte, constituye el hilo conductor que este curso anima nuestra reflexión de fondo en el marco de la Cátedra Iberdrola de Ética Económica y Empresarial.
Ethos y Logos: Esencia de lo Humano y Base de la Moral

La ética, entendida como la dimensión moral de la vida humana, constituye una característica antropológica esencial; esto es, un atributo definidor y exclusivo de nuestra especie. Por lo demás, aunque no sea ésta la única singularidad de los seres humanos, sí que debería ser considerada como una de las más representativas y peculiares, desde el punto de vista ontológico: Como nos recordaba el P. Baltasar Gracián hace ya siglos en su Oráculo Manual y Arte de Prudencia: “no se nace hecho”, sino que cada día nos vamos haciendo como personas, al paso que vamos haciendo cosa y teniendo como meta lo que él denominaba “la eminencia” y que, mutatis mutandis, aunque admite variaciones en el rótulo, es algo a lo que todos aspiramos y que sirve de aliciente para aspirar a lo que se haya de considerar de manera razonable y justificada como lo más alto y mejor de entre lo posible.

Ahora bien, junto a este rasgo idiosincrático -que, por abreviar, denominaremos bajo el rubro de “el ethos”- hay que añadir y considerar otro, igualmente básico y constitutivo de la realidad personal humana: “el logos”. Es decir, el hecho de que todos los seres humanos, todos sin excepción -independientemente de razas, culturas, sexos, géneros o de cualquier otro aspecto accidental que se quiera tomar en consideración-, disponemos por naturaleza -es decir, de manera innata, a priori, de serie, by default… o como se lo quiera denominar-, cuando menos, de la capacidad lógico-formal. Esto es, de aquella estructura que, cuando se activa, posibilita el ejercicio del pensamiento y su correlativa expresión lingüística en algún tipo de lenguaje material de entre los hablados en las diversas sociedades y culturas.

A este respecto, desde la Filosofía del Lenguaje cabe dejar sentada como tesis el dato obvio de que, más al fondo de las enormes diferencias gramaticales existentes -pensemos, por ejemplo, entre el castellano, el éuscaro, el finoúgrio, el chino, alguna de las lenguas uraloaltaicas o cualquier dialecto minoritario del bajo zulú-, todos los idiomas humanos, por distintos que se nos puedan presentar desde el punto de vista lingüístico, comparten una base común, una misma estructura previa que, como va dicho, es la que posibilita la articulación ulterior de las diversas gramáticas. Cabe concluir que, por fortuna, los humanos compartimos, cuando menos, aquellas dos características que acabamos de indicar: la del ethos y la del logos. Ambos rasgos -junto a otros complementarios, que el lector interesado podrá encontrar en las reflexiones propias de la Antropología Filosófica- habrían de ser entendidos como configuradores de la especificidad humana.

Afirmar lo anterior, parece, sin duda, muy razonable. Por consiguiente, aunque haya quienes sientan una cierta aversión más o menos legítima a hablar de la existencia de una, según su entender, supuesta “naturaleza humana” -sobre todo, cuando se la hipostasia y convierte en mantra ideológico para, yendo más allá del Principio de Precaución, hipertrofiar el de una irresponsable pseudo responsabilidad, paralizadora de todo proceso que pareciera ir orientado a evitar cualquier avance tecnológico, por positivo que hubiere de resultar: que no necesariamente de aquellas innovaciones se habrían de derivar necesariamente ni la ideología del Transhumanismo, ni mucho menos, la inevitabilidad de tener que vernos abocados a recalar en la peligrosa distopía del Posthumanismo y sus consecuencias negativas, sobre todo, para los más vulnerables e indefensos, quienes acaban resultando carne de descarte en el juego de la nueva vida favorable a otros intereses e interesados.

Como hemos indicado, en aquella estructura formal y universalmente compartida por todos los individuos de la especie, de una parte, se identifican los denominados operadores lógicos; y de otra, se destaca una peculiarísima capacidad, de la que cabe decir que resulta exclusivamente humana y que conecta con la dimensión ética de la vida. A saber, la que se traduce -desde la posibilidad lógica de activar la negación- en la viabilidad operativa de, no solamente estar en condiciones de poder decir que no a nivel lingüístico; sino también -y sobre todo-, llevarlo a efecto desde y en la praxis. Porque, estar en condiciones de actualizar la posibilidad de la negación, equivale como contrapartida a afirmar la existencia de libertad -no absoluta, cierto es; pero tampoco desdeñable- y de, llegado el caso, estar incluso en condiciones de romper esquematismos reflexológicos puramente animales, propios de entes cualitativamente distintos al Anthropos de la especie Sapiens.

Como es sabido, lo que se conoce bajo el rótulo de Cálculo Lógico, y que resulta ser más potente incluso que el Cálculo Diferencial y que el Cálculo Integral, fue formulado de manera independiente y convergente por dos eximios matemáticos del siglo XIX, Gottlob Frege y Giuseppe Peano. Ambos, buscando fundamento sólido para la Matemática como ciencia formal, llegaron a idénticas conclusiones respecto a un nuevo cálculo, elaborado a partir de elementos tan básicos como la ya mencionada negación -no-; la conjunción -y-; la disyunción -o- y la implicación -si… entonces-.

Recapitulemos lo que venimos indicando en esta primera entrega que busca abordar el asunto de la Ética como reflexión sobre la praxis desde las bases filosófica: hemos identificado-y ello es un logro de primer nivel- la existencia de operadores lógicos universales, invariables y, como se ve, bien concretos y limitados en su número. Dichos operadores por lo demás, constituyen el lenguaje formal sobre el que posteriormente se ancla una determinada estructura gramatical, a partir de la que, supuesta la materialidad empírica de la articulación de los fonemas, acaban emergiendo las lenguas y los lenguajes, posibilitando con ello la aparición de las hablas humanas y el desarrollo del pensamiento: pensamos con palabras y a través de ellas expresamos lo pensado.

Sin aspirar a ofrecer una definición completa y acabada -pretensión que sin duda requeriría un riguroso abordaje metafísico, que en este momento no debemos ni siquiera tratar de acometer-, cabe sin embargo cuando menos dejar sentado, en línea con venerables asertos de la tradición filosófica, lo siguiente: que el ser humano es, al propio tiempo, un sujeto moral y un animal lógico; siendo, por lo demás, lo uno y lo otro una doble cara de la misma y única realidad antropológica.

Cambiando la perspectiva, cabría complementar lo dicho, afirmando lo siguiente: que siempre que estemos ante un ser capaz de manejar los operadores lógicos y de hacerlo de manera autónoma, estaremos en presencia de un ser personal de tipo humano; es decir, de un sujeto moral, consciente y hasta cierto punto libre. En definitiva, de un agente capaz, no sólo de elegir sino también de decidirse: de actuar como autor de su propia biografía. Yendo para ello, unas veces, más allá de su querencia natural o quedándose, en otras ocasiones, más acá de la misma. En todo caso, desligándose del suelo firme que la naturaleza le habría de aportar, si fuere el caso de que se tratara de un simple animal más, sometido de manera exclusiva a patrones y modos instintivos de comportamiento.

Lo que de orden y estabilidad vendría dado desde la genética y la biología, deja paso, como acabamos de indicar, a lo que desde la creatividad innovadora termina por constituir el relato biográfico del agente moral, actor humano, autor y último responsable de su propia historia vital, en línea entre otras fuentes, con la más arriba aludida aseveración graciana de que “no se nace hecho”; y con la venerable tesis aristotélica del carácter como modo de ser adquirido y especie de “segunda naturaleza”, de la que cada uno es el último responsable en su camino hacia la meta de una vida plena, de la eudaimonía, de la felicidad o de la  humanización en grado eminente.

En definitiva, tomando en consideración los dos atributos indicados, considerando la capacidad lógica para discernir y ponderar de manera reflexiva el curso de acción más apropiado en cada circunstancia, con el consiguiente impacto que ello ha de suponer en la paralela dimensión ética, el ser humano en tanto que sujeto lógico y agente moral, estaría actualizando voluntariamente aquella capacidad que su peculiar estructura ontológica le posibilita. Desde ello es metafísicamente posible, llegado el caso, optar, escoger, elegir, decidirse -diciendo implícitamente o diciéndose a sí mismo de manera expresa, que sí o que no; y, en virtud de la capacidad de activar el negador lógico y lo que él representa, saltando por encima de lo puramente mecánico y del suelo firme de lo natural, para abrirse camino en el más amplio e indefinido ámbito de lo cultural, en el que la ética se despliega.

Dejamos las reflexiones en este punto, con el compromiso de abundar en aspectos complementarios en las dos ulteriores entregas prometidas.

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Opiniónmoral

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