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En algunos ámbitos empresariales más que en otros, se suele aludir a la existencia de entornos de cumplimiento inquebrantable, en los que se destacan procedimientos de debida diligencia, políticas internas detalladas, e incluso certificaciones que avalan la conformidad regulatoria. Pero ¿qué tanto de ese “cumplimiento ejemplar” responde realmente a un compromiso sincero con la ética, y qué tanto obedece a otras necesidades?
¿Compromiso verde o “compliance washing”?

La experiencia indica que hay compañías convencidas de que su entorno de compliance es inobjetable, aunque esta percepción se base más en declaraciones internas o auditorías superficiales que en un cambio profundo de cultura corporativa.

El auge de iniciativas “verdes” ha facilitado la proliferación de estrategias de greenwashing y, por analogía, de “compliance washing”. En lugar de transformar genuinamente sus cadenas de suministro, ciertas empresas optan por campañas llamativas e informes que eluden problemas estructurales, mientras la narrativa oficial resalta valores sostenibles y responsables.

Por su parte, sectores con cadenas de suministros más complejas, como la industria de la alimentación o la de la indumentaria, exigen más que mero exhibicionismo normativo. El verdadero compromiso con la diligencia debida implica una revisión constante y profunda, capaz de verificar las condiciones y el origen de los materiales y tomar decisiones difíciles si se detectan riesgos de violaciones a los Derechos Humanos.

Sin embargo, cuando el objetivo principal se centra en proyectar una imagen inmaculada, es probable que las auditorías terminen recayendo en tareas cosméticas que reciben atención pasajera hasta que se disipa el foco mediático.

Una empresa que se autodenomina “ejemplar” podría generar una cultura organizacional donde se asume que todo marcha según las reglas, desincentivando las revisiones críticas y la voluntad de cuestionar prácticas internas.

Sin duda, la adopción de procedimientos de compliance es indispensable para proteger los intereses de la empresa, de los inversores y de la sociedad en general. No obstante, su aplicación no puede desligarse de la transparencia ni del diálogo constante, tanto al interior de la organización como con terceros: clientes, proveedores y organismos de control.

Un entorno de compliance que se limite a ostentar sellos corre el riesgo de convertirse en un artificio que preserva el status quo, sin atender los problemas de fondo.

Por el contrario, cuando el cumplimiento se concibe como un proceso de mejora responsable, se consolida un modelo corporativo capaz de afrontar los desafíos más exigentes, no solo en industrias de alto riesgo sino en cualquier otro ámbito que ponga en juego la integridad y la justicia. ​

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