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Si fuera adolescente no me quedaría de brazos cruzados ante un título tan injusto y poco responsable como el de la serie de Netflix. No todo vale para llamar la atención, vender y hacer caja. Los títulos etiquetan, y las etiquetas, como los sambenitos, son difíciles de quitar. Se instalan en el imaginario colectivo, distorsionan la realidad y hacen mucho daño. Más cuando se viralizan de forma rápida y masiva.
Adolescencia, no es la serie de Netflix

Es totalmente desacertado, desproporcionado e irresponsable usar el título de “Adolescencia” para una serie que narra unos hechos que no son la conducta habitual, ni mayoritaria, de los adolescentes: no van matando por la calle a quienes no les corresponden, rechazan, ridiculizan o acosan por internet. Además, la trama me parece ambigua en cuanto a como expone los hechos de lo ocurrido entre asesino y víctima, así como al perfil psicológico del protagonista, que podría ser la variable más relevante para explicar su comportamiento.

No se puede dejar retratada a toda una generación como violenta, capaz de actos de asesinato por el simple hecho de sentirse rechazados y ridiculizados. Se está lanzando un mensaje muy peligroso: los jóvenes ante los problemas los soluciona violentamente. No podemos seguir estigmatizando una época de la vida, que no es fácil, debido a todos los cambios biológicos y psicológicos que se experimentan, pero que es esencial en el desarrollo psicológico de una persona.

Como bien dice el periodista Cesar De La Hoz en el País, “no me puedo imaginar una serie en la que un hombre mata a una mujer y que la titulen Edad adulta en vez de Asesinato, Maltrato o Violencia machista. O una ficción en la que un hombre de más de 60 años mata a una mujer y que la llamen Tercera edad”.

Más desproporcionado es poner el foco en adolescencia, cuando la serie expone situaciones de violencia machista, de acoso en redes sociales, de ambiente hostil en un centro educativo, de profesores que están quemados y donde las relaciones son muy tensas, así como unos padres que no parecen haberse dado cuenta de que estaba pasando con su hijo, cuando todos estas situaciones son responsabilidad de adultos e influyen en el entorno en el que se están desarrollando los adolescentes. Todas ellas hubieran dado lugar a títulos bastantes más interesantes, ilustrativos y realistas.

Por supuesto que existen casos de acoso escolar y situaciones de violencia en los centros, pero no es la norma, sino la excepción. Por supuesto que tenemos que invertir todos nuestros esfuerzos en erradicarlos y para eso está la educación, en casa, en los colegios y en la sociedad. Lo que no me parece adecuado es que la ficción se convierta en una escuela y que la serie de Netflix se presente como un recurso educativo. Como bien apunta Fernando Savater en su libro “El valor de educar”, las películas y series de ficción ofrecen ejemplos y contraejemplos, que muchas veces no responden a la realidad de la mayoría, los jóvenes carecen de la madurez necesaria para aprender de ellos sin la mediación de un adulto, y pueden ser una fuente muy peligrosa de construcción de su identidad. Albert Bandura[1], considerado el psicólogo más importante del siglo XX, advirtió del peligro de que los medios de comunicación se conviertan en los tutores de la sociedad, por su capacidad para infundir valores y establecer modelos.

Hay otra adolescencia que merece ser protagonista de titulares de periódico, reportajes en televisión, podcast, vídeos en youtube y series en Netflix. Una adolescencia que es solidaria, empática y respetuosa. Una adolescencia que quiere ser parte de la sociedad, que quiere tener voz, ser escuchada sin juicios y ser tenida en cuenta. Una adolescencia como la que se movilizó durante la DANA en Valencia. Una adolescencia que es ejemplo de liderazgo, organización, trabajo en equipo, resiliencia, creatividad, empatía, compromiso, generosidad, tenacidad, colaboración y proactividad.

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Una adolescencia como la que he tenido la oportunidad de conocer durante dos semanas que he estado desarrollando acciones de mentoring grupal, junto al equipo de la Escuela de Mentoring, en Alfafar, Sedaví, Valencia, Catarroja, Paiporta, Utiel, Algemesí, Albal y Aldaia, en 10 centros educativos, con 500 jóvenes de 16 a 18 años en su mayoría, junto a los 110 mentores y mentoras de las 12 empresas que participan en el Plan Especial de Intervención para jóvenes valencianos promovido por la Fundación Princesa de Girona[2]. Después de facilitar y compartir más de 𝟰𝟱 𝗵𝗼𝗿𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗰𝗼𝗻𝘃𝗲𝗿𝘀𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀 𝗲𝗻𝘁𝗿𝗲 𝗷𝗼́𝘃𝗲𝗻𝗲𝘀 𝘆 𝗺𝗲𝗻𝘁𝗼𝗿𝗲𝘀 nos llevamos un retrato y un relato de la adolescencia, que nada tiene que ver con la serie de Netflix.

Hemos escuchado su sensibilidad con las personas que lo están pasando peor tras la DANA, sus ganas de aportarles compañía, apoyo y consuelo; sus preocupaciones por el estado de ánimo de los más pequeños o los abuelos; su alto nivel de concienciación con la necesidad de respetar las diferencias, de ser empáticos con los más vulnerables; sus ganas de involucrarse en la mejora de sus entornos, que se hallan muy deteriorados tras las inundaciones; su compromiso de seguir realizando actividades de voluntariado para entre todos lograr que la normalidad vuelva a sus poblaciones y a la vida de sus habitantes. Hemos percibido en ellos grandes fortalezas como la resiliencia, la generosidad, la solidaridad, la valentía, la responsabilidad social, la compasión, además de habilidades como la creatividad, el trabajo en equipo, la iniciativa o el liderazgo. 

También son “Adolescencia” los compañeros del menor, que ha denunciado agresiones físicas y sexuales por parte de otros cuatro compañeros en un instituto de Almendralejo (Badajoz), y se concentraron a media mañana en el centro educativo en solidaridad con él, en protesta por los hecho y como reclamación al centro para que tome medidas. Muchos de estos jóvenes se han enfrentado a la dirección del centro, que no los dejaba salir para manifestarse, faltando a clase y arriesgándose a ser amonestados porque quería que su voz de rechazo a los hechos se escuchara de forma clara y contundente.

En la adolescencia se necesita expresar el yo y encontrar la identidad. Todo el que busca expresarse anhela ser escuchado. Además, cuando nos escuchan nos sentimos queridos, atendidos y comprendidos, sobre todo cuando nos escuchan con los ojos, con atención, presencia y empatía. Lo hemos comprobado en Valencia al dar voz a los jóvenes y escucharles. También hemos sentido que esa necesidad de escucha no está siendo debidamente atendida por los adultos. Si los adolescentes no tienen adultos con los que hablar y ser escuchados de manera comprensiva, ¿como van a aprender a gestionar sus emociones, a autorregularse, a conversar, a dialogar, a respetar y a escuchar a otros?

No podemos culpabilizar y poner el foco solo en los adolescentes cada vez que se producen conductas violentas y machistas porque ambas se aprenden de los adultos y se transmiten a través de sus comportamientos. Somos los adultos los que hemos creado una cultura violenta y machista en la que los jóvenes están desarrollándose como personas y como ciudadanos. María José Díaz-Aguado, pionera en los estudios sobre bullying en España, señala que “el acoso escolar es la expresión de un modelo ancestral de dominio y sumisión, donde el fuerte ejerce el poder sometiendo y destruyendo a una víctima que no puede defenderse por sí misma si el sistema no la defiende”. La violencia contra las mujeres es una más de las expresiones de ese modelo cultural, lo mismo que los ejemplos que estamos viviendo actualmente en los gobernantes de diferentes países.

No podemos obviar, que ante conductas de acoso, violentas o machistas, muchas veces los padres las tapan o les restan importancia; que los responsables de los centros, a veces ignoran las denuncias de acoso, cuando los propios menores afectados, compañeros padres las comunican; tampoco que somos muchas veces los adultos los que protagonizamos comportamientos agresivos, de dominación, despectivos, discriminatorios y machistas delante de los más jóvenes. No podemos desconocer que con todo ello estamos contribuyendo a normalizar una cultura de violencia. Diversas investigaciones demuestran que cuando los centros abordan adecuadamente las situaciones de acoso, los casos descienden, mientras que donde no lo hacen puede instalarse una cultura que normaliza la violencia y que las agresiones aumenten. 

No podemos culpabilizar a los jóvenes de vivir pegados al móvil, de aislarse en sus habitaciones para navegar e interactuar por las redes sociales porque ese mundo, en el que habitan, lo hemos creado y promovemos los adultos con nuestros comportamientos. Somos quienes les compramos los móviles, quienes les dejamos usarlos, quienes no les enseñamos a hacerlo adecuadamente, quienes no controlamos como los usan o nos interesamos por conocer que está pasando. Somos los adultos los que usamos el móvil delante de ellos, quienes no despegamos la vista de la pantalla cuando nos hablan y quienes vivimos pegados a ellos en presencia de los más jóvenes.

No podemos culpabilizar a los jóvenes de ser impulsivos, emocionalmente cambiantes y exagerados o antisociales. La adolescencia es un periodo de cambios hormonales, de efervescencia emocional, de maduración cerebral. Es la etapa de la vida en la que se desarrollan y fortalecen las funciones ejecutivas (anticipación, elección de objetivos, planificación, selección de la conducta, autorregulación, autocontrol y uso de retroalimentación o feedback). Mientras esto ocurre su sistema límbico está hiperactivo y cuentan con pocos recursos para poder controlarlo, debido, precisamente a la falta de un neocórtex ya maduro y fuerte, que sepa inhibir con destreza los impulsos y gestionar las emociones. 

La autorregulación emocional es una de los aprendizajes fundamentales de esta etapa y se aprende a través de modelos de comportamientos[3]. Esos modelos deben ser proporcionados por los adultos. Como dicen Jose Antonio Marina y Carmen Pellicer[4], durante la adolescencia, los padres y los docentes son la inteligencia ejecutiva de sus hijos, es decir, son los responsables de ayudarles a aprender a desarrollar las capacidad de anticipación, elección de objetivos, planificación, selección de la conducta, autorregulación, autocontrol y uso de retroalimentación o feedback. Este aprendizaje se produce a través del ejemplo y la conversación reflexiva.

La primera responsabilidad social que debemos cumplir es con nuestros jóvenes. Construir una sociedad en la que puedan desarrollarse de manera óptima. Una sociedad que no los estigmatice y etiquete de forma negativa. Una sociedad que los escuche sin juzgarlos y que comprenda su mundo. Una sociedad que no fabrique e incentive el consumo de productos y servicios que son perjudiciales para su desarrollo. Una sociedad en la que los adultos tomen conciencia de su rol de modelo de comportamientos y lo ejerzan con solvencia y responsabilidad, en lugar de limitarse a ser legisladores absolutistas y jueces poco empáticos.

Una sociedad que no proporciona un entorno de desarrollo óptimo a los jóvenes es una sociedad irresponsable y, a la larga, será una sociedad enferma. Una sociedad que estigmatiza y no comprende a sus adolescentes es una sociedad inmadura.

 

[1] Bandura, Albert (1995). Auto-Eficacia: Cómo afrontamos los cambios de la sociedad actual.

Título original Self-Efficacy in changing societies. Ed. en castellano 1999. Bilbao:Editorial Desclée de Brouwer, S.A.

[2] La Fundación Princesa de Girona está desarrollando desde finales del 2024 un Plan Especial de Intervención para jóvenes valencianos residentes en las poblaciones afectadas por la DANA. Dentro de sus actividades, se está apoyando el desarrollo vocacional de los jóvenes a través del mentoring, contando con la participación voluntaria de 110 mentores y mentoras de empresas como PowerCo, BMW Group, Enagas, Ferrovial, Russula, Banco Sabadell, HP, BBVA, Atrevia, Zurich, Bankinter y Acciona. https://acortar.link/9pzJ6y

[3] El autocontrol, o la ausencia de él, se aprende observando a el comportamiento autocontrolado, o lo contrario, de otras personas (incluso después de observarlas cuando piensan en ellas: efecto resonante) según una serie de estudios realizados por científicos de la Universidad de Georgia, en Estados Unidos, dirigidos por Michelle vanDellen (2009 y 2015).

[4] “La Inteligencia que aprende” de José Antonio Marina y Carmen Pellicer (2015). Ediciones Santillana.

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OpiniónAdolescencia

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