Hace apenas unas pocas semanas publicaba un artículo titulado La ética secuestrada y terminaba mis comentarios afirmando que la ética quedaba secuestrada por la vida cotidiana, cuya abstracción ha eliminado el valor de las cosas y las personas. Pues bien; parece que la cotidianeidad, -después de dos años interrumpida-, ha vuelto como más embrutecida, más elemental en sus exigencias. Ese es el único referente que tiene la persona para evaluar su comportamiento, y es un referente que se ha hecho más pobre en recursos y más limitado en su alcance a la hora de evaluar el comportamiento de las personas, empresas e instituciones.La ética ha pasado a ser una cuestión casi exclusiva de la sociología o de la antropología.