Es decir, que su principal significado consistía en descubrir la calidad de la conducta, el modo de ser o las ideas de una persona determinada en el sentido de ser calificadas como éticas. En resumen, la ética, en sus primeras reflexiones, se asoció a las virtudes presentes en la vida de la sociedad y, por ende, a su relación con las ideas, normas, objetivos y tendencias, que deberían estar presentes en la vida de las personas e instituciones para ser consideradas como éticas.
Por todo lo que acabo de comentar, la ética ha sido una noción muy general que ha tenido una compleja y profunda evolución en la historia de la filosofía, con un sentido casi absolutamente asociado a lo que significa el comportamiento y la moral. En un artículo de opinión como el que estoy escribiendo, no me es posible hacer una historia sobre la ética y sus tendencias -ya existen magníficos tratados al respecto-, sino tan solo indicar si en la actualidad, ya en el siglo XXI, las virtudes o las conductas de las personas e instituciones están en condiciones de ser interpretadas como éticamente adecuadas o, simplemente, se han dejado de plantear estas cuestiones ante la enorme pluralidad de normas (deontología) e interpretaciones. Ya en el Renacimiento europeo, cuando los contenidos y significados de la ética se multiplicaron y diversificaron, la reflexión ética atendió a los aspectos más variados de lo que significaba la naturaleza y la conducta humana y el diferente papel de aquella en la propia sociedad. Ahora, estos procesos de análisis se han enriquecido y se han diversificado tanto, que, en la actualidad, parece que los significados de la ética en lugar de aclararse se han oscurecido; y lo han hecho de tal forma, que apenas en los juicios sobre algo cabe discernir y encontrar ideas claras.
¿Cuál es el motivo o causa de este problema? Sin duda pueden existir motivos contextuales o circunstancias producidas por la innovación tecnológica, pero entiendo que el problema es bastante más sencillo. Voy a poner un breve ejemplo. Cuando un responsable político dice una cosa y hace otra es acusado de mentiroso y su defensa se limita a una cuestión de interpretación. Para mí, la mentira no es solamente cuestión de una mala comprensión sobre el contexto de la conducta de esa persona, sino que su lenguaje, y por ende su palabra, ha perdido todo el valor de verdad que debe tener la estructura de su significado. Desde ese momento, da igual que esa persona hable o calle, porque su palabra ha perdido ya su valor ético; su lenguaje se ha convertido en nada. Con un lenguaje mucho más cotidiano un buen amigo del pueblo me comentaba: “Tu sabes que yo soy de izquierda de toda la vida…, pero una cosa es que uno sea de izquierdas o de derechas…, diversas opiniones, una mejor, otra peor…, pero no pasa nada, tan amigos… Pero ¡¡¡¡cuando la izquierda se convierte en pura izquierda!!!! No hay nada que hacer. Nunca había escuchado una mejor definición de lo que significa el uso de la ideología en el lenguaje. Este amigo me ejemplifica muy bien el proceso del que hablo: la ética se centra en los principios, de éstos se derivan las normas y, con ellas, evaluamos los comportamientos. Pues bien; lo que hace la ideología es distorsionar los significados y sustituir los principios. Este es el problema que estoy planteando.
En la actual sociedad española y europea, esta realidad se ha convertido en un hecho indiscutible: nadie, o muy pocos creen ya que la gestión política o institucional dependa de un comportamiento éticamente correcto, entre otras cosas porque la estrategia ideológica es la que funciona, y lo hace tanto en la gestión, como en la información. A mi modo de ver, el problema que actualmente experimenta la moral no es cuestión de la multiplicidad de significados a la hora de esclarecer la virtud de una conducta, sino algo más concreto: la pérdida del propio valor del lenguaje a la hora de hablar sobre aquella y su desaparición frente a la estrategia ideológica. La ideología se extiende como una mancha de aceite más allá de la política, y, además, ésta situación la vivimos en otros muchos sectores de la sociedad e, incluso, es la forma habitual de comportarse las personas entre sí.
En efecto, una cosa son las ideas y otra, los fundamentos éticos que están detrás de los comportamientos de las personas. Como ya he comentado en otros momentos, Ortega y Gasset prefería diferenciar, en su conocida distinción, las ideas con las que las personas actúan y las creencias en las que las personas están. Pues bien, me puedo servir de estos ejemplos citados para observar donde cabe situar las ideas y sus contenidos y donde cabe situar la ética; porque, a mi modo de ver, una cosa son las ideas de que dispongo -que no tienen necesariamente nada que ver con la ética- y otra muy diferente, el contenido, objetivo y forma de utilizarlas. Precisamente esta separación es la que distingue estos dos niveles y separa absolutamente la ideología de los principios éticos.
Por eso entiendo que hay que diferenciar la ética de la estrategia ideológica que pueda estar detrás de las acciones de las personas; porque, en efecto, como ya he defendido en otras ocasiones, la ideología puede determinar toda la conducta hasta extremos de anular en la persona su capacidad de pensar. Para un conocido periodista como J.F. Revel[1], al hablar de la ideología y la información, entendía que la ideología retiene solamente los hechos favorables a las tesis que mantiene, suprime el valor de la eficacia, justifica sus fracasos o errores, confunde el dato con su interpretación y, con ello, se sitúa por encima de la verdad. Dicho de una forma más sencilla: la ideología sustituye la realidad con las ideas y las intenciones, elimina los hechos y los sustituye por otra cosa. Es decir, la ética debe ocupar un lugar diferente al de las ideas, especialmente cuando éstas derivan o se convierten en una práctica ideológica. Esta circunstancia es muy grave, pero es lo que, a mi modo de ver, está sucediendo en la actualidad de la vida social y política en España y probablemente en Europa.
Titulaba este artículo “la ética no es ideología…” lo que no significa que la estructura moral no se pueda convertir en una ideología y entonces el daño puede ser irreversible. Por ello, resulta imprescindible perseguir los fundamentos de aquellos principios olvidados. Cuando recordamos la contemplación entusiasta de Kant al hablar del imperio moral que tiene el hombre en su interior o las exigencias de Jesús para hacer de la vida algo absolutamente bueno, debemos quizá erradicar de la ética los conceptos[2], porque éstos pertenecen a la filosofía y dirigirnos más directamente a la contemplación y a una visión más completa de lo que es la realidad y la vida de las personas; algo que parece perdido. Como ya he defendido en otros lugares, citando a Wittgenstein: la ética de ser algo, debe ser sobrenatural porque nuestras palabras solo expresan hechos[3]. La ética no es ideología, porque, si esto sucede, se puede estar produciendo un fraude, que no tiene nada que ver con el espíritu o conciencia, que la ética exige a la persona: el por qué se tienen que hacer las cosas bien.
En el fondo, pensar en la ética es pensar en contra a la nada; es decir, preguntar frente a la vida ¿Por qué Algo más bien que nada? se opone a la contraria: ¿por qué Nada más bien que algo?[4] En esta última pregunta, la convicción anti-ilustrada de Ligotti, se fundamenta la lógica extinción del ser humano en un universo absurdo y sin sentido, donde lógicamente la ideología campa a sus anchas en un contexto donde se intercambian las normas y se suprimen los principios.
Desde la revolución ilustrada han sido muchos los escritores y pensadores que, recogiendo filosofías anteriores o ateniéndose al discurrir histórico de los siglos XVIII a XX en Europa, han derivado en la crisis de la modernidad y en el trans-humanismo, la nueva utopía de los fanáticos de la salvación tecnológica.
La verdad es que estos pueden ser comprensivos, incluso lógicos, pero son un poco pobres en su alcance; porque, en efecto, todo lo que nos rodea y nosotros mismos, somos tanto, la consecuencia de procesos de producción y construcción de la nada humana, como del hecho moral y la necesidad de preguntarse por Algo más bien que nada. Si eso es así, y a mi juicio es que sí, la pregunta que me hacía frente a Ligotti, no sólo tiene sentido como cuestionamiento, sino también en las respuestas que cabe expresar; porque éstas son absolutamente necesarias y se sitúan más allá de la ficción y de la ideología: la ética no puede vivir con tantas normas intercambiables, debe ser la opción inevitable que se experimenta desde la contemplación y la necesaria reflexión sobre la persona humana en su conjunto y en su profundidad. Ese es el espacio donde se mueve la ética de cada persona; un espacio que se olvida con facilidad y se mezcla con lo que no debe mezclarse porque es la propia vulneración de la moral. Por lo tanto, la pregunta por ese algo es el efecto directo de lo que cuestionaba Kant y, mucho antes, todavía, lo que ha supuesto la realidad de Jesús y de Sócrates: somos seres morales y esta realidad anula absolutamente la sustitución, que actualmente se intenta hacer, de la ética por la ideología, que vendría a ser el actual trampantojo construido por la política o las estrategias de la vanidad personal de sus propios gestores.
[1] El conocimiento inútil, Página indómita Barcelona 2022, p. 207.
[2] Como, en el fondo, reclaman G. Deleuze y F. Guattari en su trabajo ¿Qué es la filosofía? (Anagrama, Barcelona, 1993, 2024, pp.21-38)
[3] Por ejemplo. J. Benavides Delgado, “La ética secuestrada” y “La búsqueda de los principios éticos”, en Ética. Las voces de la universidad y la empresa, J. Benavides Delgado & J. Camacho Ibáñez, coords., Ed. Kolima, Madrid 2023, p9.51 y 57).
[4] Que, por ejemplo, resume el planteamiento de Th. Ligotti en La Conspiración contra la especie humana (Valdemar, Madrid 2019, pp. 288-290, etc.).
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