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En mi anterior artículo[1], aunque de una forma excesivamente breve, planteaba las limitaciones que los planteamientos de las ciencias sociales hacen de la moral, reduciéndolas a una tipología de conductas, donde se describen formas y actitudes, y también, las finalidades de nuestros comportamientos. Todo el mundo cree estar en condiciones de hablar de ética y juzgar a los demás, cuando en realidad, deberíamos callarnos porque lo que hacemos no es hablar de ética sino hablar de deontología y formas de comportamiento. A mi modo de ver, es un avance, pero insuficiente a la hora de clarificar las preguntas de fondo. La cuestión es grave, porque a mi juicio, el panorama desolador que nos rodea en cuestiones éticas (emotivismo, relativismo, pragmatismo, etc.) expresa un acelerado pluralismo axiológico y un complejo proceso secularizador de la realidad que se debe replantear[2]; quizá, estas consecuencias son la verdadera conclusión y no la puerta abierta a nuevas posibilidades. Sin duda, los trabajos que se hacen continuamente sobre estas cuestiones reconocen la necesidad de buscar soluciones al hecho de la violencia y la progresiva falta de moral en el comportamiento de las instituciones y los colectivos sociales; sin embargo, todas las reflexiones se quedan ahí. Parece claro, dejando de lado la deontología, que esto de la ética requiere otros caminos de acceso.

El ser humano objetiva sus propios comportamientos, y los objetiva gracias al papel del lenguaje, que institucionaliza la acción, permitiendo al ser humano ahorrar información y energía. Uno de sus ejemplos más claros son los hábitos; es decir, esa fuerza de la costumbre que se convierte en una realidad maciza y ordenada por el lenguaje, que es el encargado de dar el necesario sentido objetivo a lo que hacemos[3]. Por otro lado, los hábitos pueden convertirse en obstáculos que pueden impedir acceder a la diversidad y riqueza de la vida y la naturaleza; porque son un muro impenetrable, donde las personas sólo se preocupan de su programación diaria y sus finalidades más personales e inmediatas. Es probable que el problema resida precisamente ahí, porque quizá los hábitos son los que nos impiden construir mitos y leyendas o asumir lo que significa el misterio de la vida. Creo que ha llegado el momento de comprender esta situación como un contexto de ruptura para poder encontrar los fundamentos de la ética.

Permítaseme reducir todo el problema a una primera reflexión general. En esto de la ética occidente ha estado siempre muy preocupado de la palabra, al revés, por ejemplo, de lo que ha sucedido en oriente, casi solamente preocupado de una especie de modelo social originalmente institucionalizado. Todo lo que llevamos discutiendo sobre moral en estos últimos años se reduce a esa sencilla dicotomía entre la palabra y la conducta. Sin duda, es una reducción también muy simple, pero no ajena a cierta verdad.

En efecto, en occidente esto de la ética nos ha llevado siempre a la palabra, al lenguaje. Los griegos ya insistieron en este hecho; y lo hicieron al menos desde dos planteamientos distintos. Un primer enfoque centrado en el análisis de las convenciones sociales a la hora de obtener un conocimiento práctico de la vida y un segundo enfoque determinado por un conocimiento y comprensión racional de los intereses en pugna dirigido a un exacto conocimiento de aquello que se hace[4]. Por otro lado, en oriente siempre ha preocupado más la acción, aquello que Confucio entendía como cumplir adecuadamente los ritos de los antepasados: una especie de instrumento formativo de estructuración de la sociedad debido a que tiene un enorme poder de disociación y de organización[5] para la vida de las personas.

Son dos grandes tradiciones que han perdurado a lo largo casi tres mil años y que han ayudado a determinar de forma insistente el origen de fondo de los planteamientos morales. Para Sócrates el tema del comportamiento moral venía dado por un conocimiento de los principios sobre lo que es el bien y adecuarlo al comportamiento humano. Sin embargo, Confucio huye de las palabras y se refugia en la redundancia de las acciones; por eso su obra es una especie de plan educativo centrado en la poesía, la ética, la religión y la música[6]; porque la música se convierte en el último y principal objetivo de la formación y la vida. Por todo ello, en occidente la presencia del conocimiento y el lenguaje han estado siempre presentes en la reflexión moral, sea ésta dirigida tanto a los principios como a las acciones morales que haya que acometer en la práctica. No sucede lo mismo con oriente, muy alejado de una idea propia del conocimiento moral e incorporando a las acciones el valor del rito y su más exacta redundancia en la práctica tradicional e institucionalizada de las personas. Si echamos un rápido vistazo a las grandes revoluciones que se han planteado en occidente o en oriente a lo largo de su historia, siempre observaremos estas dos claras tendencias de una forma más o menos acentuada.

Solamente cabría un segundo planteamiento en occidente, que ha tenido una dimensión y alcance similar a estas dos primeras, incluso siendo determinante para el conocimiento y la propia práctica del comportamiento moral en el origen y desarrollo de Europa. Me refiero al pensamiento cristiano que, pese a los cambios introducidos por Kant y los decisivos retoques de la tradición empirista que siguen muy activos, incluso hasta el momento presente. El centro ético del pensamiento cristiano está en Dios, -la palabra (Jn, 1, 4)-, y en el otro, en el prójimo, cuya relación se establece y fundamenta en la propia existencia de Dios, que es el origen de todo (Mt, 22, 34-40, Mc 12, 28-31 y Lc 10, 25-28).

Pues bien; Europa ha perdido a Jesús y a Platón[7] y, con ello, el lenguaje y el valor cognitivo del principio moral. Desconozco si en oriente ha sucedido lo mismo y ha perdido a Confucio. Pero la verdad es que en Europa o si se prefiere en aquel llamado primer mundo, estamos en medio de la dictadura libertaria del sujeto individual para el que todo vale, porque de no ser así -nos dicen-, no sería posible la democracia. Incluso cabe añadir que, con el proceso de la globalización, estas cuestiones se multiplican exponencialmente. Pero la realidad del problema sigue ahí: la sociedad no tiene lenguaje a la hora de hablar de ética y de principios y cuando falta el lenguaje engorda la ideología.

Pero el conjunto de estos hechos no oculta su enorme simplificación y vacío de lo que todo es una espectacular falacia. Por eso se retoma la pregunta inicial sobre la búsqueda de la ética de la que todos hablamos; precisamente porque carecemos de ella. Este espacio descrito con tanta brevedad explica precisamente un contexto de profunda crisis social. La búsqueda de los principios de la ética se encuentra ante la falta de herramientas lingüísticas e ideas aplicables a la reflexión. 

Es cierto que se apuestan nuevas salidas desde diversos postulados y definiciones, que dada la brevedad de este articulo no puedo ni siquiera formular, pero la verdad es que la dictadura del individuo, -como lo fue en su día la del Estado-, es un fracaso y se exige la búsqueda de nuevos espacios para recuperar al otro y nuevas formas de convivencia. Por ello mismo, no quisiera dejar de recordar dos interesantes reflexiones que nos dan también la alarma y probablemente alguna salida.

La primera de ellas se refiere al fracaso de las nuevas mitologías aparecidas a lo largo del siglo XX, unas mitologías que encumbraron al sujeto individual reprimido y alienado, y que han dejado a la sociedad sin el sentido que otorgaba, por ejemplo, la religión y la percepción de lo absoluto donde el ser humano podría refugiarse (G. Steiner 1971, pp.87-109). La segunda, que el racionalismo tecnocientífico ha empobrecido y limitado, todavía más, una visión más histórica, amplia y humana del mundo, ofreciendo un universo caótico, opaco y mudo en el que el hombre puede estar perdiendo hasta su capacidad para la experiencia espiritual (H. Oldmeadow, M. Eliade y C. G. Jung 2012, pp. 34-35). Al menos, estas dos referencias, junto a otras muchas que podría comentar aquí, abren un cierto optimismo sobre nuevas posibilidades que habrá que cultivar de cara a recuperar y redefinir unos principios, que transformen la triste sociedad en la que vivimos.

           

 

[1] https://diarioresponsable.com/opinion/33278-la-moral-fragmentada

[2] G. González, 2022, p. 31-65.

[3] P. Berger y Th. Luckmann, 1968, p. 39 y ss

[4] A. E. Taylor, 1961, 136-137.

[5] J. Levi, 2002, p. 206.

[6] J. Levi, 2002, p. 80.

[7] A. Glucksmann, 2001, p. 102

 

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