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Formar para un cumplimiento organizativo fecundo

El término “cumplimiento” goza, hoy, de una gran predicación en la ética y cultura organizativas.   Las organizaciones, cercadas por preceptos, obligaciones y responsabilidades de todo tipo, han engendrado incluso el puesto de “oficial o experto en cumplimiento”. Surgen instituciones consagradas enteramente a este prometedor campo profesional, como el fecundo IOC (Instituto de oficiales de cumplimiento).

Ahora bien, ante este fenómeno, conviene que desarrollemos una reflexión aquilatada, de fondo, no simplemente operativa. A fin de satisfacer esta corriente y tendencia, han florecido sin duda innumerables seminarios y procedimientos de formación especializada en cumplimiento. Sin embargo, existen ciertos presupuestos básicos que, a este respecto, conviene tener claros. En este texto, vamos a sintetizar algunas claves formativas que esperamos resulten fértiles para esos programas de desarrollo.

La primera clave que debe advertirse, en este terreno, es que no hay cumplimiento sólido -habitual, riguroso, sostenido-, de norma, principio o valor ético algunos, sin cierto grado de compromiso (“engagement”). Este compromiso debe cultivarse tanto en su dimensión personal como grupal o institucional.  Además, dicho compromiso -aparte de sus otros aspectos (psicológico, organizativo, jurídico, etc.) reviste siempre un tenor ético; es decir, una dimensión vinculada a la responsabilidad.  Conviene recordar, entonces, que la ética se ha descrito como responsabilidad desde Cicerón y Confucio hasta Lévinas[1], y ello tal como últimamente ha subrayado Graciano González, quien incluso se aproxima al propio ser humano en función de la cualidad de la “reponsividad”[2], de nuestro estar llamados a ser responsables.

Ahora bien, comprometerse ética o responsablemente con algo significa vivirlo como un “deber”. A este respecto, los filósofos éticos también enseñan que conviene pasar de una ética del mero deber a una ética de la convicción, según la terminología que usó Max Weber. Esto es, transitar desde el deber puramente externo, formal, exterior, a su interiorización, su asunción. Incluso psicólogos expertos en desarrollo moral -como Piaget o Kohlberg- se refieren a este paso desde la heteronomía a la autonomía éticas, a un avanzar desde una ética de constricciones y de normas a una moral de principios internos. En definitiva, no hay cumplimiento maduro que sea meramente externo, fruto del simple temor a verse sancionado.

Otra clave reflexiva relevante, en este marco, se halla en el hecho de comprender que no cabe compromiso ético maduro y una asunción o adhesión internas profundas sin ejercicio de la libertad personal; esto es, sin una implicación libre de la persona. Es decir, no se puede lograr una conducta o comportamiento respetuosos sin profesionales verdadera y auténticamente responsables, y este grado o tenor plenos de responsabilidad reclama profesionales que se identifiquen con los valores o principios a cumplir voluntariamente, desde su libertad. Ahora bien, esto exige un cierto clima organizacional –el orientado a la persona- como caldo de cultivo ético necesario. Y ello demanda desplegar toda una cultura organizativa centrada a su vez en las personas, comprendiendo a estas como su motor, como las palancas de su dinamismo.

La razón de lo anterior estriba en que solo desde la libertad y la creatividad cabe semejante implicación en los sujetos. Así lo han revelado los trabajos de Schein y J. L. Fernández[3]. Sólo en una organización cuya cultura y paradigma organizacional tienen como eje fundamental a las personas, estas pueden vincularse con autenticidad, libre y creativamente, a los valores y pautas normativas. Conviene advertir, además, que esta vivencia del deber o norma no se opone ni a la libertad ni a la creatividad. Por ejemplo, un intérprete musical recrea de forma personal la partitura, pero cuanto más fiel es a la misma y más domina su arte, más libre y creativa resulta su vivencia de esta, y así la experimenta no como una asfixia o una cadena, sino como un cauce que le conduce a una forma de libertad superior a la del simple hacer lo que se le antoja.

En tercer lugar, para favorecer este desarrollo ético en clave de implicación libre, resulta decisivo potenciar una formación ética adecuada, enriquecedora. Esta es, al menos, mi experiencia[4]. Pitágoras afirmó: “Enseñad a los jóvenes y no tendréis que castigar a los adultos”. Ahora bien, esta formación ha de ser continua y de calidad en personas y equipos. Y, como enseña el filósofo A. López Quintás (experto en formación ética), sin caer en paternalismos, ni normativismos o coacciones, sino de un modo genético, argumentado desde la experiencia de los implicados[5]. Debemos formar en ética en la empresa invitando, no empujando, a los profesionales, haciendo que se despierte en ellos el anhelo de desarrollarse, de progresar en valores. Para eso, hay que revelar cómo lo ético o lo responsable deriva de nuestro ser mismo, de cómo estamos hechos los propios sujetos, de lo antropológico. Tenemos que acertar a mostrar lo fecundo, para todo ser humano, de crecer en la responsabilidad y en la participación en valores, tal como hoy pone en práctica el conocido axiólogo J. M. Méndez[6]. Lo que ya Aristóteles expuso en su Ética a Nicómaco, al vincular ética con virtud, esta con relación o vínculos valiosos, y estos, a su vez, con nuestra convivencia armónica y felicidad compartida[7].

Por último, debemos añadir que no hay formación ética honda si esta no se acompaña de una reflexión personal o grupal. Esta demanda, en fin, una cierta consideración, una meditación, un re-pensar nuestro deber. Pero reflexionar acerca de un deber, norma o valor ha de encaminarnos, orientarnos hacia su sentido, significado y finalidad. El Humanismo organizativo nos ha mostrado que, sin captar la meta de una labor y su porqué, esta no se realiza adecuadamente. Frankl enseñó, en su elocuente testimonio El hombre en busca de sentido, que sobrellevar la existencia, especialmente en condiciones difíciles, demanda descubrir un sentido, una fecundidad en ella[8].

Cuando descubrimos un sentido y fecundidad en un deber y responsabilidad, estos se integran con nuestra vocación; y, así, cooperan a nuestra plenitud o realización[9]. Desde aquí, cabe dar el paso a lo que Marañón llamó “la invención del deber”. De acuerdo con ello, no se trata en el trabajo del mero cumplimiento, sino de un comprometerse intensamente con tu deber profesional hasta vivirlo en la forma de una llamada personal, de una aspiración a la excelencia. Lo que Eugenio D´Ors describía como convertir tu tarea en una obra de arte, en algo lleno de belleza.

 

-REFERENCIAS:

Aristóteles: Ética a Nicómaco, Ed. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985.

Barraca, J.: Trabajo, deber y vocación: el arte de madurar en la responsabilidad profesional, Ed. Ygriega, Madrid, 2021.

Barraca, J.: Vocación y persona: ensayo para una filosofía de la vocación, Unión Editorial, Madrid, 2003.

Fernández, J. L.: Ética para empresarios y directivos, Ed. ESIC, Madrid, 1994. También:  Fernández, J. L., Camacho, I. y J. Miralles: Ética de la Empresa, Ed. Desclée de Brower, Bilbao, 2006.

Frankl, V.: El hombre en busca de sentido, Ed. Herder, Barcelona, 21ª ed., 2001.

González R. Arnaiz, G.: Ética y responsabilidad. La condición responsiva del ser humano, Ed. Tecnos, Madrid, 2021.

Lévinas, E: Ética e infinito, Ed. Antonio Machado, Madrid, 1991.

López Quintás, A.: Descubrir la grandeza de la vida: una vía de ascenso a la madurez personal, Ed. Desclée de Brouwer, 2009.

Méndez, J. M.: Curso completo sobre valores humanos, PPU, Barcelona, 2007.

 

[1] E. Lévinas: Ética e infinito, Ed. Antonio Machado, Madrid, 1991.

[2] G. González R. Arnaiz: Ética y responsabilidad. La condición responsiva del ser humano, Ed. Tecnos, Madrid, 2021.

[3] Ética para empresarios y directivos, J. L. Fernández, Ed. ESIC, Madrid, 1994. También: I. Camacho, J. L. Fernández y J. Miralles: Ética de la Empresa, Ed. Desclée de Brower, Bilbao, 2006.

[4] Barraca, J.: Trabajo, deber y vocación: el arte de madurar en la responsabilidad profesional, Ed. Ygriega, Madrid, 2021.

[5] A. López Quintás: Descubrir la grandeza de la vida: una vía de ascenso a la madurez personal, Ed. Desclée de Brouwer, 2009.

[6] J. M. Méndez: Curso completo sobre valores humanos, PPU, Barcelona, 2007.

[7] Aristóteles: Ética a Nicómaco, Ed. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985.

[8] V. Frankl: El hombre en busca de sentido, Ed. Herder, Barcelona, 21ª ed., 2001.

[9] Acerca de esta fértil noción y de la bibliografía asociada a ella, remitimos a nuestra obra: Vocación y persona: ensayo para una filosofía de la vocación, J. Barraca, Unión Editorial, Madrid, 2003.

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