Hace aproximadamente un año que Diario Responsable y la Cátedra Iberdrola de Ética Económica y Empresarial llegamos a un acuerdo para dar visibilidad a temas relacionados con la RSE, la Sostenibilidad y los ODS fruto del cual hemos ido publicando las reflexiones de los miembros del Seminario Permanente de la Cátedra. El proyecto ha tenido una gran acogida y en las próximas semanas verá la luz un libro que estamos preparando en el que se recogen todas ellas. Además, hemos decidido continuar con este trabajo colectivo. En esta fase, el eje central de las publicaciones es la ética empresarial, que iniciamos con este primer artículo.
¿Cabe redefinir la ética en el ámbito económico e institucional? ¿Es ésta una cuestión clave para poder comprender lo que significa el comportamiento moral de las personas e instituciones en el momento actual en el que vive la sociedad? Vaya por delante que, cuando cito la palabra ética, me refiero a esa convicción que tiene todo el mundo, según la cual, existe una especie de presencia moral en el interior del hombre que, de alguna manera, se impone como una instancia objetiva de lo que es el deber y el bien, frente a la pluralidad y relatividad de los propios comportamientos y sus evaluaciones normativas. Por ello, es evidente que las preguntas iniciales plantean una situación complicada porque en el fondo se refieren a cuestiones más profundas que las exclusivamente legales o jurídicas. Estas preguntas son difíciles de responder, porque parece bastante evidente que, con el modelo de la tecnociencia que nos rodea y ese lenguaje inmediatista y emocional, cuasi publicitario, que actualmente se ha impuesto en la mayoría de los ámbitos sociales, puede parecer que esto de la ética o lo tiene complicado o, simplemente, no tiene futuro.
Como acabo de decir, en la actualidad se ha consolidado un sistema expresivo, una forma de hablar y razonar, que reduce el contexto de la verdad a embrollos normativos sin apenas argumentos de contenido en la producción de conocimiento y una casi nula comprensión racional en la forma en que vivimos las personas en el aquí y ahora. Un lenguaje reducido a los datos y a una vida diaria centrada en el espectáculo de estereotipos, sin modelos claros aplicados al comportamiento, y, en ocasiones, normalizando la injusticia y la violencia. Todo ello, con resultados supuestamente empíricos como única verdad aceptable y aceptada. El fondo de los problemas se reduce a lo inmediato y cortoplacista, en un escenario decorado por viejas o nuevas ideologías y, especialmente, por los egos de políticos y líderes sociales.
Pero la cuestión de fondo es que, con ese lenguaje, se pierde el valor heurístico y ontológico del lenguaje natural, en favor de una lógica operacional, que sólo persigue la eficacia en la gestión inmediata de su contenido y no tanto en la necesidad de saber lo que realmente sucede en lo bueno y en lo malo. Con todo ello, la ética se reduce a un debate normativo y poco más. Con ese lenguaje, los fines del largo plazo y los cambios sociales meditados pierden razón de ser y, con ello, la rica posibilidad de intervención y creatividad humanas en la toma de decisiones. Los grandes problemas se diluyen y consiguientemente, la ética, como instancia objetiva, se difumina o simplemente desaparece.
A mi modo de ver experimentamos un momento donde se habla de ética más que nunca; pero dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. No hay político o líderes sociales que no hablen de ética, pero la verdad es que lo normal es que carezcan de ella. Entre otras cosas, porque se confunde la ética con el yermo cumplimiento jurídico de normas, normalmente dirigidas a la excepción por su constante incumplimiento. Lo mismo sucede con los ciudadanos y los representantes en los medios, que en su información, charletas y debates siempre reducen la ética y la verdad, en su clarificación de normas y significados, a no se sabe exactamente qué. Sin duda esta cuestión es de importancia y afecta a las bases mismas del pensamiento moderno. Se habla y discute de ética, pero parece que la cuestión sigue sin una respuesta posible y clara. En estos breves comentarios voy a procurar ir al origen de estas principales cuestiones.
Estas reflexiones me retrotraen a otras circunstancias previas en la que dos grandes filósofos del siglo XX debatieron cuestiones parecidas un viernes 25 de octubre de 1946; me refiero a K. R. Popper y L. Wittgenstein. Para el primero, existían realmente los problemas filosóficos y lo que teníamos que hacer era ayudar a clarificar los significados de los enunciados que se hacían, ofreciendo soluciones precisas a los problemas del mundo. Para el segundo, sólo existía un conjunto de enredos, que provocaba la inadecuada utilización del lenguaje. Por eso, lo que tenían que hacer los filósofos era aclarar el mal uso que se hacía del lenguaje.
Aquel debate entre estos dos pensadores, conocido como el atizador de Wittgenstein, quedó ahí, pese a su repercusión, a lo largo de más de medio siglo[1] Parece que este conflicto no tiene solución en sus respuestas y en ese sentido, esa ética objetiva no tiene razón de ser o es una cuestión de teología como llegó a decir muchos años después el propio Wittgenstein. Pero entiendo que, después de prácticamente un siglo, merece la pena volver sobre el asunto.
Una de las verdades de aquel debate es que ambos tenían sus razones de peso y, además, eran la expresión directa de lo que empezaba a existir en la propia sociedad europea y entre las opiniones de las personas. En realidad, era un debate entre lo que tiene que ver con un significado absoluto de ética y con un significado relativo sobre la naturaleza de algún comportamiento. En ese sentido, caben observar dos sentidos muy distintos de ética, el sentido trivial o relativo acerca de algún comportamiento, y su sentido más profundo o absoluto. Por eso, al final, -nos dice el mismo Wittgenstein-, solo nos cabe comprender que la ética, de ser algo, es sobrenatural porque nuestras palabras sólo expresan hechos[2].
Pues bien, es probable que Wittgenstein tuviera más razón que Popper; porque realmente esto es lo que actualmente ha sucedido en la actualidad. La ética se ha convertido en un lío, porque existe el lenguaje que lo tergiversa todo. Nos encontramos ante un dilema, porque la ética no es una ciencia, es algo que se refiere a cuestiones absolutas que hemos casi totalmente abandonado. El lenguaje tecnocientífico que usamos ha echado fuera cualquier significado absoluto sobre algo, porque los hechos destierran lo absoluto y en ese lenguaje la ética queda ya determinada en sus posibles significados. Por eso mismo me refiero a una ética secuestrada, porque es la misma persona en su libertad la que esta secuestrada en el contexto de su cotidianeidad. Me veo obligado, por segunda vez, a volver sobre mis pasos.
En la década de los años treinta del siglo pasado la filosofía se debatía entorno al problema relacionado con la noción del Ser y su posible desaparición. En un congreso internacional celebrado en Davos en marzo de 1929[3], los debates filosóficos de la belle epoque giraban en torno a dos grandes temáticas: la primera, huir de las centrípetas estructuras del entorno inmediato al sujeto individual (familia, religión, nación, economía…), y la segunda, encontrar un modelo de existencia que, en buena medida, aglutinará la noción de vida cotidiana. Por eso el Ser era un concepto en progresivo desuso y la vida cotidiana, reducida a lo que significaba la nueva vida diaria, se convertiría en una especie de camisa de fuerza, de nueva hermenéutica, donde las nociones absolutas tenían poco o nada de sentido en contextos expresivos progresivamente tecnológicos (fotografía, cine, etc.).
Esta era la situación de origen donde la ética fue perdiendo su sentido para convertirse exclusivamente en normas y reflexiones jurídicas que son mutables en sus permanentes excepciones[4]. Por un lado, las barbaridades cometidas en la segunda guerra mundial, el desarrollo político del comunismo y sus conocidos genocidios, las nuevas instituciones internacionales creadas al efecto, además del desarrollo económico y político del continente europeo y de Estados Unidos, marcaron la importancia de nuevos conceptos (paz, convivencia, derechos humanos, modelos económicos, etc.); pero todo en un contexto de progresivo declive de una noción absoluta de ética en favor de una pluralidad de propuestas y significados sujetos al pragmatismo del corto plazo. Un contexto donde el individuo quedaba prisionero en una vida reducida a lo que significaba su cotidianeidad más inmediata: una enorme variedad de signos y experiencias relacionadas y por descifrar; una mezcla de realidad y sueño[5].
Las diversas ciencias sociales y más todavía la filosofía, -que la ignorancia por no decir estupidez, de algunas autoridades españolas quieren suprimir de la educación- han escrito un montón de libros y artículos sobre lo que significa la vida cotidiana; no es este el lugar para hablar de ellos. Pero si puedo decir que la ética absoluta ha quedado secuestrada por la cotidianeidad. En la actualidad, la vida cotidiana es el único referente que protagoniza las actuales andaduras de lo que significa el comportamiento moral; y lo hace en relación con cinco principales referentes de los que hablare en otro momento: la ciencia y la tecnología, le política, la comunicación, la economía y el entretenimiento. En el fondo, estos son los principales obstáculos para hablar hoy de ética en un sentido absoluto porque son los principales agentes que la han secuestrado y reducido al lío de las normas deontológicas, al espectáculo y los intereses económicos y políticos.
Ante las preguntas iniciales solo cabe responder que la ética -como idea- ha queda secuestrada por la vida cotidiana y nosotros -los ciudadanos- somos presos de un contexto limitado por normas, algunas, de muy corto plazo. Sin dar solución a estos problemas, no cabe siquiera hacernos aquellas preguntas iniciales. En efecto, poniendo en relación estas reflexiones con algunas de S. Sinek[6], la vida cotidiana nos hace gestionar todo, incluso la ética, con esa mentalidad finita del pragmatismo cortoplacista y el egoísmo individualista. La verdad es que no se puede gestionar y menos entender una idea infinita como la ética con una mentalidad finita. Pero esta cuestión la dejo para más adelante.
Las empresas e instituciones y los propios ciudadanos estamos sometidos a ese gran barullo de la vida cotidiana, por eso mismo el debate ético requerirá de otros enfoques. Sin articular lo que todo esto significa y el poder de estos principales referentes, la ética lo tendrá muy difícil en el futuro. Por eso mismo, en la actualidad, nos sucede algo parecido a lo que comentaba S. Agustín sobre la desaparición del imperio romano: “si los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de ladrones a gran escala?”
Referencias:
J. Benavides Delgado, J., “Los medios de comunicación y la gestión de los datos en el ámbito de la reflexión moral”, ponencia impartida en el Seminario Fundación Pablo VI. Huella Digital: ¿Servidumbre o servicio?, Tirant le Blanc, Valencia (en prensa).
D. J. Edmonds, D.J. & J. A. Eidinow, J. A., El atizador de Wittgenstein. Una jugada incompleta, Península, Barcelona, 2001
San Agustín, La Ciudad de Dios L. IV, 4.
S. Sinek, El juego infinito, Ediciones Urano, Madrid 2020.
W. Benjamin, W., Iluminaciones I y II, Taurus, Madrid 1971 y 1974.
L. Wittgenstein, L., “Conferencia sobre ética” en Wittgenstein, Volumen II, Gredos, Madrid 2009, (pp.515-523).
W. Eilenberger, Tiempo de magos. La gran década de la filosofía 1919-1929, Taurus, Madrid 2019.
[1] D.J. Edmonds & J. A. Eidinow, 2001.
[2] Wittgenstein 1965 (p. 516 y 518)
[3] W. Eilenberger, 2019.
[4] J. Benavides, 2021.
[5] W. Benjamin, 1971 y 1974.
[6] S. Sinek 2020 (pp. 32 y ss.)