Publicado el
Alipori

“Por la boca muere el pez” es una sabia expresión popular que sentencia el resultado de una imprudencia, generalmente cometida por una persona indiscreta o por quién habla mas de lo necesario o no sabe guardar debidamente una información y, en consecuencia, sufre las consecuencias de su desliz. Es un refrán cargado de enseñanzas y de simbolismo que no se refiere a lo que llamamos posverdad sino a las personas que desbarran como consecuencia de sus excesos verbales o de, como ahora se dice, filtraciones, interesadas o no.

Leo en el periódico que el mandamás de una de las grandes consultoras mundiales, y en referencia a la sostenibilidad, ha dicho algunas cosas obvias y otras interesantes que merecen algún comentario: por ejemplo, que el capitalismo responsable no es marketing ni postureo, “es una tendencia clara a largo plazo que ha venido para quedarse”, y se quedó tan fresco tras pronunciar esas manidas palabras. A continuación (por la boca muere el pez), el susodicho líder, con referencia también a la sostenibilidad, remacha diciendo que, aunque no creas en ello, cuando te lo está demandando un inversor, los profesionales y los clientes, es que no puedes no hacerlo. El asunto es que, cuando dice el interfecto que “aunque no creas en ello”, no sabemos a quién se está refiriendo, si a los distinguidos clientes a los que asesoran o a la propia consultora, lo que sería muy grave porque si unos profesionales tan cualificados y tan importantes -y que cobran tan suculentas minutas- no creen en la materia que asesoran mal vamos. Antonio Muñoz Molina ha escrito (“Volver a dónde”, 2021) que “España no ha dejado de ser nunca un país hostil al conocimiento. Cualquier forma de conocimiento serio, de estudio, de rigor intelectual en el aprendizaje, ha sido desacreditada como una antigualla digna de sarcasmo.” Y tengo la impresión de que, cuando tratamos de estos temas, tan necesarios como actuales (Sostenibilidad, Responsabilidad Social, ESG), todos hablan, pero pocos creen y muchos menos practican. Volvemos a la eterna dicotomía decir/hacer; mejor, al decir y presumir de lo que no se hace, y así es la naturaleza humana.

Asentada esa doctrina, una reflexión que comparto con muchos compañeros: Cambiar para que nada cambie comporta retorcer la forma sin modificar el fondo, que es lo que deberíamos transformar si fuere preciso. Si en la moda de los intangibles todo es lo que parece, hay que estar a la última que -aunque sea una tontería- es, precisamente, corregir las denominaciones, cambiar las palabras para dar la impresión de que estamos ante algo nuevo y diferente, olvidando que la palabra es el mayor bien que posee el hombre. La palabra, el concepto, es todo. La palabra -solida, veraz, reflexiva y profunda- es el pilar que sostiene el mundo y hace posible todo lo que realizamos. Todo. Quien daña la palabra, destruye el mundo. Y la palabra, el lenguaje, como explicó Heidegger, tiene dos funciones muy distintas: una función o valor instrumental -como medio para comunicarnos o informarnos- y otra función o valor ontológico mucho más radical: expresar nuestro ser profundo y nuestro estar en el mundo, con todas sus dudas, inquietudes y oscuridades. Y esta función es absolutamente indispensable y es la que explora el pensamiento. Esta última y profunda función  está siendo arrinconada, olvidada y dañada por la superficialidad y falsedad de la avalancha de comunicaciones instrumentales (redes fecales y “fake news” mediante) y a la que, entre todos, habremos de poner remedio.

Nos estamos perdiendo el respeto a nosotros mismos, olvidando -como nos enseñó Baltasar Gracián- que “la panacea de todas las necedades es la prudencia porque cada uno debe conocer su esfera de actividad y su condición. Así podrá ajustar la imaginación a la realidad”, y eso no ocurre cuando nos ponemos a lucir trampantojos coloridos en forma de pin sin nada detrás o, quizás, a inventar/especular -como si hubiéramos descubierto la pólvora- sobre las empresas y liderazgos con propósito, que no se todavía lo que es, pero que parece un nuevo modelo que combina la conciencia social y el resultado económico. Es decir, lo que hemos perseguido siempre: el maridaje entre los resultados económicos y la función social de las empresas e instituciones; en síntesis, la Responsabilidad Social, el compromiso. Si el compromiso es la obligación que se contrae por una persona, una empresa o una institución, el propósito es el deseo o la intención de hacer algo, y no es lo mismo tener una obligación que la intención de hacer algo. No es lo mismo cumplir la Ley y cuantas obligaciones de ella se derivan que el famoso “soft law”: si no cumplo tendré que explicar las razones del incumplimiento, pero tampoco pasa nada.

No precisamos propósitos ni buenas intenciones. Necesitamos dirigentes capaces y un nuevo contrato social que transforme a España en un país más decente y mejor, y no podemos dejar que sean solo los políticos quienes se ocupen de llevar a buen puerto los legitimas esperanzas de los ciudadanos. No necesitamos más deseos de no se sabe qué sino propósito de enmienda para conjugar libertad y justicia -eso es la democracia- y ejercer el derecho y el deber de ser responsables, para participar en procesos que hagan oír las voces de los que luchan contra la injusticia social, para poder vivir la libertad de ser libres y, por tanto, iguales.

En las entrañas de este libro que tienes delante, editado por la Cátedra de Ética y Responsabilidad Social de la Universidad Comillas, conviven sin estorbarse un compendio de las reflexiones y aportaciones de cuantos participamos en su Seminario Interno: profesores, doctorandos, directivos empresariales, consultores y personas que han hecho de la Responsabilidad Social y de la Sostenibilidad su inexcusable COMPROMISO. Personas que, atendiendo a la conseja de Ernesto Sabato, han entendido que la mejor manera de contribuir al cambio es no resignarse. Y en eso estamos y ahí seguiremos, tratando de reflexionar con coherencia y verdad para que nadie, como ocurre tantas veces cuando de intangibles se trata, sienta alipori, es decir, vergüenza ajena.

 

Artículos Relacionados: 

- Juan Benavides. Los ODS, las organizaciones y la decencia I

- Javier Camacho. Los retos de los ODS no se limitan a integrar nuevos contenidos en la empresa

- Ana López de San Román. Los ODS, un gran proyecto ético de corresponsabilidad solidaria

- Antonio Burgueño Muñoz. Lo material, entre todos

- Ana Suarez Capel. La contribución de los abogados al ODS 16: “Paz, justicia e instituciones sólidas”

-Joaquín Fernández Mateo. ¿Cómo facilitar las metas de la Agenda 2030? Hacia un consumo ético y responsable

-Ángel Alloza. Colaboración como base para la recuperación post Covid-19 y el cumplimiento de la agenda 2030

- José Luis Fernández Fernández.  Elogio del ODS número 17: La colaboración público-privada como fuente de sinergias para la resolución de los problemas sociales, económicos y medioambientales

- Juan Benavides Delgado. Las instituciones y los ODS

- Irene Bajo García. Las tecnológicas, agentes activos de inclusión digital: ¡es hora de pasar a la acción!

- Domingo Sugranyes Bickel. RSC y automatización digital

- Joaquín Fernández Mateo. Los fundamentos normativos de una sociedad buena en la era de la sostenibilidad

- Inés Gomis. El inicio de una alianza

- Juan Benavides Delgado. Los ODS y la exigencia de los principios

- Ana López de San Román. Todos los ODS empiezan en la educación

- Juan Benavides Delgado. ¿Es aplicable la Agenda 2030?

- Joaquín Fernández Mateo. ¿Por qué todo parece derrumbarse? Una crítica moral de nuestro tiempo

- José Luis Fernández. Tiempo propicio para un nuevo pacto entre Empresa y Sociedad

-Hernán Cortes.  Recta final para la Agenda 2030 ¿Nos falta tiempo?

- Alberto Andreu Pinillos. ¡Dejemos ya de manosear los ODS!

- Mónica Mariscal Contreras. Volver a empezar, pero no de cero

-María Fernanda Guevara. Los derechos de las mujeres son derechos humanos: relacionando el ODS 5 sobre la igualdad de género con el ODS 4 y el acceso a una educación de calidad

- Javier Camacho.Los ODS son necesarios, pero no suficientes

- Diana Loyola Chávez. Pertinencia de una Ética cosmopolita para generar una renovada Cultura corporativa en el mundo globalizado

- Santos Díaz Pastor, Clara Pérez-Andújar, Andrés González García. Nuevos actores para el suministro eléctrico del futuro y el acceso universal a la energía en la base de la pirámide

- María Fernanda Guevara. Sobre la dignidad humana y el universalismo ético que sostiene a los Objetivos de Desarrollo Sostenible

¡Comparte este contenido en redes!

300x300 diario responsable
 
CURSO: Experto en Responsabilidad Social Corporativa y Gestión Sostenible
 
Advertisement
Este sitio utiliza cookies de terceros para medir y mejorar su experiencia.
Tu decides si las aceptas o rechazas:
Más información sobre Cookies