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El título de este artículo, “todos los ODS empiezan en la educación” es una frase que pronunció César Bona en la apertura del Seminario dedicado a la formación y a la Responsabilidad Social en el séptimo Congreso Internacional de Responsabilidad Social celebrado el pasado mes de febrero de 2021. Su afirmación me animó a tratar de analizar el impacto que tiene el ODS cuatro en los dieciséis Objetivos restantes pero, sobre todo, a enfatizar la idea de que la educación siempre se presenta como una de las soluciones más eficaces a muchos de los retos que plantean los ODS.

Esta sería una razón más que suficiente no sólo para reivindicar y hacer realidad todas y cada una de las metas del ODS cuatro sino, también, para revisar y repensar, si es necesario, la educación, su finalidad y sus objetivos. Muchas veces cuando se plantea algún tipo de reforma educativa, se suelen proponer cambios en la metodología o en la forma, pero con frecuencia estos planteamientos olvidan la necesidad de “renovar” la educación para volver a su esencia. Utilizo el término renovar y no innovar, ya que la renovación puede resultar el proceso más innovador en muchas ocasiones. Según el Diccionario, renovar es: “hacer que algo quede como nuevo, recuperar su estado o condición inicial”, por esta razón es tan importante definir lo que queremos de la educación y porqué es tan importante que llegue a todas las personas.

El Informe Delors (1996) presenta los objetivos principales de la educación que serán reafirmados posteriormente en el Informe “Replantear la educación, ¿hacia el bien común?” (2015) de la UNESCO. Estos objetivos son los siguientes: (1) Aprender a conocer, (2) aprender a hacer, (3) aprender a ser y (4) aprender a vivir juntos. Se trata de una visión integradora de la educación centrada en la persona.  Los puntos tercero y cuarto podrían considerarse como pilares de una visión humanista de la educación. El Informe define aprender a ser como: “desarrollar la propia personalidad y ser capaz de actuar cada vez con más autonomía, juicio y responsabilidad personal” y, aprender a vivir juntos como: el desarrollo de “la comprensión del otro y el aprecio de la interdependencia”. La educación así entendida es mucho más que el acopio de conocimientos teóricos o la formación en competencias técnicas para el empleo, es “la preparación para una forma de vida valiosa” (Altarejos & Naval, 2011, 27), para el propio desarrollo y para la convivencia con los demás.

La finalidad de la educación tiene que equilibrar la formación en competencias técnicas y en competencias “existenciales”, aquellas que tienen que ver con aprender a vivir y a desarrollarse en plenitud como personas. La educación puede formar personas competentes y capaces de cambiar el mundo, de manera positiva. Si reducimos la educación a la orientación hacia el éxito profesional, a su enfoque utilitarista, estaremos consolidando la construcción de una sociedad interesada que priorice el capital sobre las personas. No se trata sólo de formar grandes talentos que alcancen el éxito a cualquier precio, sino de educar para cambiar el mundo con un sentido ético e inclusivo.

Estamos hablando de educación en sentido amplio, esto quiere decir, no sólo en referencia a la educación de los niños y jóvenes sino, también, y como afirma Savater (2003), a la educación como algo que nos permea toda la vida, entendiendo a la persona como ser en construcción por su condición inacabada. Por eso, queremos también poder hablar de educación al referirnos al ámbito de los profesionales y de la empresa, entendida como una comunidad de personas. En la empresa se hace algo más que trabajar, se aprenden y adquieren comportamientos y hábitos. La empresa es un lugar en el que cada día los profesionales se relacionan e interactúan, tienen que tomar decisiones y, sin duda, aprenden y practican actitudes y comportamientos.

Si afirmamos que cualquier tipo de cambio social comienza en las personas y, por tanto, en la educación, es conveniente identificar, entonces, a aquellas personas o grupos que producen un efecto “multiplicador”, por la oportunidad que tienen de interactuar con grupos o colectivos de personas y su capacidad de influir en ellos. Sin duda, en esta categoría tenemos que destacar a los educadores. A todas aquellas personas que desempeñan una función educativa en diferentes ámbitos, niveles y etapas.  Freud decía que hay tres funciones imposibles de definición: educar, gobernar y psicoanalizar, porque son más que funciones o profesiones. La enseñanza, finalmente, es una transmisión de estrategias para la vida. Marx en sus famosas tesis sobre Feuerbach, se preguntaba, en relación a esta idea, ¿Quién educará a los educadores? es una pregunta pertinente porque, sin duda, los educadores tienen un gran poder para cambiar el mundo. Tal y como afirma Morin (2003): “Siempre existe, en distintas partes del planeta, una minoría de educadores, animados por la fe en la necesidad de reformar el pensamiento y de regenerar la enseñanza. Son educadores que poseen un fuerte sentido de su misión” (Morin, Roger, & Motta, 2003, 122).

Podemos concluir esta reflexión afirmando que el Objetivo de Desarrollo Sostenible número cuatro es, sin duda, el gran activador o potenciador de los demás Objetivos por el efecto transformador que tiene sobre las personas, las organizaciones y la sociedad. Es necesario renovar frecuentemente la dirección de la educación para que no pierda su esencia profundamente humanista y, como afirmaba Zambrano, humanizadora.

Bibliografía:-

Vídeo Congreso CRS7. Ponencia César Bona.

- Organización de las Naciones Unidas para la ciencia y la cultura. (2015). Replantear la educación: ¿Hacia un bien común mundial? 

- Altarejos, F., & Naval, C. (2011). Filosofía de la educación (3a). Eunsa.

- Martín, D. (2017). ¿Por qué educamos? LID.

- Morin, E., Roger, E., & Motta, R. (2003). Educar en la era planetaria. Gedisa.

- Savater, F. (2003). Los caminos para la libertad. Ética y educación. Fondo de Cultura Económica.

 

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