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En un artículo anterior comentaba que lo que requerían los ODS a las organizaciones, es decencia; y la decencia significaba previsión, claridad y una buena definición de contenidos, objetivos y compromisos. Algo parecido a lo que siempre se dice defender en la gestión de cualquier intangible. Sin embargo, esta cuestión -que normalmente tampoco se cumple-, solo es el principio de un complejo camino en la gestión de intangibles que abre la Agenda 2030. Cuando una empresa es decente se definen posibilidades y compromisos que ya han supuesto para las grandes multinacionales más de veinte años de ensayos e investigación. En el fondo, este proceso es de una enorme complejidad, pero su dificultad no sólo consiste en una cuestión de palabras sino de hechos en origen y resultados, que la Agenda 2030 ha multiplicado en diversas dificultades y metas. Por todo ello, hay que empezar a hablar de principios y fundamentos.

Pero sobre esa primera exigencia caben otras. Como muy bien indica J.L. Fernández 1, una gestión responsable y sostenible requiere previamente y como fundamento, una Ética. Pues bien; ¿Qué significa esta afirmación? En primer lugar, -nos dice este autor -, una buena gestión corporativa genera en la cultura organizativa un grado importante de excelencia y convierte a la organización en modelo de buenas prácticas. Este es el intangible de su reputación, que se extenderá, además, en términos de marca y valor comercial a todo el conjunto de la compañía, atrayendo talento de trabajadores potenciales y una relación positiva con los diferentes grupos de interés. Pero no sólo esto; la buena gestión requiere, incluso, voluntad propia de sus gestores y, específicamente, la moral personal del empresario o del directivo. Esto se relaciona, -siempre en opinión de J. L. Fernández-, con la lógica y la Ética de la Virtud. En último término, lo más importante de estas reflexiones es su reducción a una cuestión de principios; unos llaman a esto filosofía de empresa y otros se refieren a cuestiones epistemológicas que -sin citar esta palabreja-, definen la nueva mentalidad que ha irrumpido desde hace más de dos décadas en el ámbito corporativo e institucional. Hasta aquí, la cita.

En el fondo, este proceso es de una enorme complejidad, pero su dificultad no sólo consiste en una cuestión de palabras sino de hechos en origen y resultados, que la Agenda 2030 ha multiplicado en diversas dificultades y metas. Por todo ello, hay que empezar a hablar de principios y fundamentos. A esa dificultad de origen dedico estas breves reflexiones.

En primer lugar, es cierto que en los últimos años se ha producido un profundo cambio (quizá, todavía, no ruptura) de paradigma, una economía con pretendidos nuevos modelos de empresas, incluso cabe decir que con diversas formas de comprender el bien común. También es evidente que hay formas o mejor nuevas adaptaciones del Marketing. Sin embargo, los modelos y fundamentos, actualmente vigentes, propuestos en la gestión de intangibles por las grandes empresas y corporaciones, van muy poco más allá de una ética instrumental. Esta ética instrumental es lo que las fundamenta, pero que ya ha dicho todo lo que tenía que decir y propone muy poco más de cara al futuro. En efecto, la Agenda 2030 supone un reto todavía apenas abordado y mucho más exigente. Por eso mismo, la primera consideración es que hay que reducir la pluralidad de conceptos y enfoques. La novedad no consiste en inventar palabras sino en construir hechos. La verdad es que en estos últimos años se han inventado muchas palabras, pero no han cambiado las nociones de fondo porque no se ha hablado de los principios y, en el fondo, de la propia idea de empresa. Quizá el motivo haya sido que las empresas siguen ubicadas en el contexto de mentalidades todavía instaladas en el pensamiento moderno y el contexto más puro del neoliberalismo. Por ello, la sostenibilidad sigue estando llena de límites, que apenas se definen y menos todavía se afrontan. En un reciente trabajo2  destacábamos los tres fundamentales: la propia noción de ética, la comunicación utilizada y el ámbito disciplinar donde se mueve la investigación de la empresa.

Estos límites no se han superado, ni siquiera moderado; entre otras cosas porque la transversalidad, incluso la subsidiariedad en la gestión entre los departamentos de las grandes empresas no es capaz de romper los silos de las compañías y la estructura vertical sigue siendo la única protagonista con autoridad en las organizaciones, empresas e instituciones. Es posible que los modelos aplicados por las grandes compañías en la gestión de intangibles estén ya obsoletos, ya no valen de cara al futuro más inmediato que plantea la Agenda 2030; por eso, apenas se han hecho cosas. Incluso, estas circunstancias tan claras, que se observan en las grandes compañías, se extienden al ámbito de las pequeñas y micro – empresas, que apenas pueden levantar la cabeza. En las instituciones públicas todo esto de la ética, el bien común y la transparencia, por poner un ejemplo, brilla por su ausencia. En todas ellas, se observa una casi absoluta falta de principios éticos. En este momento me he referido solamente a las grandes compañías, pero no a las instituciones, que suponen un apartado propio del que ya me ocuparé en otro momento.

En segundo lugar, no debe olvidarse que los conceptos sólo expresan, en el mejor de los casos, ideas mezcladas, pero poco más. Los significados deben precisarse y no siempre se hace y, lo que es más importante, deben fundamentarse. Cuando hace un momento hablaba de principios y de ética de la virtud me estaba refiriendo directamente a esta cuestión. Si hablamos de ética de la virtud no estamos hablando de ética instrumental. Cuando hablamos de ética de la virtud no estamos hablando de objetivos pragmáticos o de negocio, sino que procuramos abrir el camino al propio fundamento de la ética y al por qué de la propia empresa; nos dirigimos directamente al fundamento de nuestras acciones y el resultado moral de las mismas.

Cuando pienso en estos temas no puedo por menos que recordar la diferencia que advertía J. Ortega y Gasset entre las ideas y las creencias. Decía Ortega (1967, pp. 9, 20 y ss.) 3 que una cosa eran las ideas con las que normalmente pensamos y otra, muy diferente, las creencias en las que normalmente estamos, incluso sin darnos cuenta y me permito añadir. Con las creencias propiamente no hacemos nada, simplemente estamos en ellas, y son las que constituyen la realidad plena para nosotros (ibid.., p. 42). A mi modo de ver, el papel que adquieren las creencias aumenta en la medida en que pueden determinar los propios objetivos en los que cree el gestor de la compañía por encima de las ideas que pueda asumir en un momento dado.

Sin duda, si es verdad lo que acabo de decir sobre la mentalidad moderna, las ideas utilizadas por los gestores empresariales no coinciden con los hechos, -por decirlo de alguna manera-, en los que empieza a creer la sociedad del siglo XXI; o, simplemente, -lo que es más grave-, al no haber principios, se observa la necesidad urgente de llenar un gran vacío, que se extiende a empresas y ciudadanos.

Desde esta nueva perspectiva, parece cierto que el modo de comprender las ideas que tiene el empirismo clásico no explica ni fundamenta debidamente la ética de las acciones que cometemos, porque prácticamente la idea queda reducida a un determinado género de acción asociado a objetivos instrumentales prácticos y concretos (B. Russell, p. 134)4; por eso mismo el modelo de organización, -en el fondo el modelo anglosajón de empresa-, ha reducido la ética al pragmatismo de las acciones y a sus resultados cuantificables. Sin embargo, la distinción orteguiana tiene muchos más matices y sí nos puede ayudar en este debate, porque al separar las ideas de sus posibles fundamentos para basarlas en las creencias, abre mucho más el panorama y permite explicar las contradicciones éticas, que normalmente se observan en los habituales comportamientos corporativos y en el análisis y evaluación de sus resultados. Algo parecido ha sucedido también con la propia idea de ciencia, donde muchas personas viven todavía instaladas en aquella concepción del científico, que J. Verne definió y propagó con tanta exactitud en la sociedad del XIX; una definición, que era una burda reducción al conocimiento experimental y poco más: la ciencia es igual a lo medible y directamente experimentable y nada más.

A la hora de hablar de ética, no caben ya estas simplificaciones que el formalismo y la propia tecnología han acrecentado en la actualidad. Por el contrario, hay que saber distinguir y relacionar las ideas con sus principios y discernir aquellas creencias ocultas y emocionales que determinan nuestra propia conducta; y hay que hacer este discernimiento, porque muchas veces no coinciden unas con otras y esta falta de coincidencia conduce a la desconfianza social, al descontento y a la falta del verdadero cumplimiento ético en las acciones que se realizan.  Casi siempre reside aquí la causa de decir una cosa y hacer otra bien distinta. Es un debate que ya tiene muchos años, pero que debe superarse porque, de lo contrario, el conocimiento irá hacia atrás en lugar de hacia delante y permitirá que la innovación y la riqueza justa se rompa en favor de los que sólo gestionan para sí mismos.

En estos últimos años, la gestión de los intangibles ha demostrado la importancia de recuperar los principios y definir nuestras ideas, sobre creencias machaconas que, a lo mejor, son ya del pasado, no nos pertenecen o incluso las desconocemos en sus contenidos y fuerza emocional. El modelo de empresa y sus objetivos debe revisarse en profundidad: recuperar principios y nuevos fundamentos, porque, sin ellos, los valores son palabras sin significado alguno. Pero ¿estoy dirigiendo mis preocupaciones hacia el nuevo debate de estos últimos años entre los posmodernos y los que desean volver al pasado realismo filosófico, ser incluso pre - modernos? Con esto de la necesidad de los principios ¿quiero recordar la vieja polémica entre el nominalismo y el realismo medieval, que siempre defendió los principios del humanismo cristiano?  No quiero ir tan al fondo del tema porque creo que no debe haber tal polémica en el presente. Además, a mi juicio, lo posmoderno es un camino sin salida, que después de Bauman y otros autores ha quedado definido y etiquetado. Por ello hay que subrayar la necesidad de recuperar fundamentos e ideas que permitan atender lo que significa una gestión ética y humana en las organizaciones. Esta es la gran exigencia que los contenidos de la Agenda 2030 han puesto sobre el papel y que no cabe encuadrar en cuatro o cinco palabras más o menos consensuadas, en cinco o seis objetivos sujetos exclusivamente al control del negocio o en debates con los que el pensamiento humano lleva insistiendo y acentuando a lo largo de los últimos quinientos años. Las grandes compañías se enfrentan a un reto real, sin cuya superación, sólo podrán entender y comunicar con eficacia los contenidos y la práctica de los ODS. Seguro que este esfuerzo no afectará ni a su negocio ni tampoco a su reputación.

 

1. Ver, https://diarioresponsable.com/opinion/30163-una-gestion-responsable-y-sostenible-requiere-etica-empresarial.

2. J. Benavides Delgado & J. Fernández Mateo, Los límites de la sostenibilidad (Eunsa., Pamplona, especialmente, pp. 227-251).

3. J. Ortega y Gasset, Ideas y Creencias, Espasa Calpe, Madrid 1967 (7ª ed.).

4. B. Russell, Conocimiento Humano, Taurus, Madrid 1968 (4ª ED.).

 

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En este artículo se habla de:
OpiniónODSagenda 2030

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