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La naturaleza holística de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Pradhan et al., 2017) nos lleva a una comprensión sistémica de la Agenda 2030. Los ODS no pueden ser comprendidos de manera independiente, sino estudiados de forma relacional, a través de retroalimentaciones, interdependencias y sinergias. El carácter sistémico de la Agenda se corresponde con la visión ecológica del planeta, un "medio ambiente como un sistema constituido por factores físicos y socio-culturales interrelacionados entre sí, que condicionan la vida de los seres humanos a la vez que son modificados y condicionados por éstos" (Novo, 1998).

Esta comprensión no nos impide analizar las unidades que componen dicho sistema, sino que nos recuerda la necesidad de (re)conectar las partes analizadas en una totalidad superior, el propio sistema. Solo de esta forma es posible mantener la integridad de la totalidad, una unidad ecológica que incluye tanto realidades naturales como de tipo urbano, social y cultural.

Dentro de todo el conjunto de problemas que limitan la consecución de los objetivos de la Agenda 2030, vamos a poner el foco en los impactos que provoca consumo de productos de origen animal. El ODS 12, Producción y consumo responsables, deja claro que si bien los impactos ambientales más graves en los alimentos se producen en la fase de producción (agricultura y procesamiento de alimentos), los hogares influyen en estos impactos a través de sus hábitos y elecciones dietéticas. A continuación, vamos a señalar el carácter sistémico de los impactos del consumo de productos de origen animal.

La ganadería es una de las fuerzas más negativas que afectan a la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad. La apertura de pastos para ganado y la producción de soja para forraje acentúa la degradación de los ecosistemas. De hecho, la producción de ganado aumenta en los países tropicales, donde reside la mayor parte de la diversidad biológica (Machovina et al., 2015). El Amazonas es el bosque tropical más grande del planeta y es un ejemplo claro de la pérdida de biodiversidad provocada por la producción ganadera (Walker et al., 2009). En consecuencia, el consumo de alimentos de origen animal tiene consecuencias para la consecución de las metas del ODS 15, que busca Gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y detener la pérdida de biodiversidad.

El aumento del consumo de productos de origen animal ejerce también una mayor presión sobre los recursos de agua dulce del mundo —frente a otras formas de alimentación de origen vegetal. Casi un tercio de la huella hídrica total de la agricultura está relacionada con la producción de productos animales. Además, la huella hídrica de cualquier producto animal es mayor que la huella hídrica de otros productos de origen vegetal, con un valor nutritivo equivalente (Mekonnen & Hoekstra, 2012). En consecuencia, el consumo de alimentos de origen animal limitaría alguna las metas del ODS 6, que busca Aumentar considerablemente el uso eficiente de los recursos hídricos en todos los sectores y asegurar la sostenibilidad de la extracción y el abastecimiento de agua dulce para hacer frente a la escasez de agua y reducir considerablemente el número de personas que sufren falta de agua.

Para la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la salud va más allá de la salud humana: la salud animal, vegetal y ambiental también forman parte del enfoque one health. Respecto a la salud animal, los animales sanos contribuyen a la salud de las personas, lo que hace necesario prestar atención a la mejora de la higiene en las granjas. La mejora del bienestar de los animales aumenta la productividad y la seguridad alimentaria. Los buenos resultados en materia de salud y bienestar de los animales implican un buen alojamiento de los animales, una buena nutrición, una buena salud y un comportamiento natural (Blokhuis et al., 2003). Pero conviene recordar que el consumo de alimentos de origen animal está fuertemente asociado con enfermedades del corazón, y puede prevenirse con dietas de origen vegetal (Campbell et al., 1998).

A pesar de la progresiva concienciación por el bienestar animal, puede que éste no sea suficiente. Las consecuencias sistémicas de la ingesta masiva y a gran escala de productos de origen animal nos obligan a modificar los hábitos de consumo, optando por dietas basadas en alimentos vegetales —con un menor impacto en la biodiversidad y los recursos hídricos. La ganadería intensiva, la agricultura para la producción de forraje y la extracción de recursos y materias primas destruyen hábitats que actuaban como barrera entre humanos y animales silvestres. Al poner en contacto a los humanos con especies animales no habituales, aumenta la posibilidad del desarrollo de enfermedades zoonóticas. El Covid-19 sería solo el comienzo. Además, los animales de granja no sólo son fuentes originales; pueden ser fuentes de transmisión o anfitriones puente, llevando la infección de la vida silvestre a los humanos (Levitt, 2020).

Por último, no parece reconocerse de forma explícita dentro de la Agenda 2030 la consideración moral de los animales no humanos. Sin embargo, es abundante la bibliografía que, en los últimos 60 años, justifica —desde el utilitarismo, el deontologismo o el eudemonismo— su reconocimiento como seres sensibles merecedores de consideración moral, libertades y derechos directos contra el abuso, la violencia o la crueldad (Francione, 2010; Harrison, 1964; Nussbaum, 2009; Regan, 2004; Singer, 1990). El carácter justificado de la consideración moral de los animales no humanos nos llevaría a un nuevo modelo integral de la relación entre seres humanos y animales (Donaldson & Kymlicka, 2011) que reduciría "casi de forma automática" todo un conjunto de impactos sistémicos, facilitando la consecución de algunas de las metas que plantea la Agenda 2030. Queda por argumentar si se esto se consigue a partir de presupuestos éticos consecuencialistas o desde una ética de la justicia.

 

Referencias.

Blokhuis, H. J., Jones, R. B., Geers, R., Miele, M., & Veissier, I. (2003). Measuring and monitoring animal welfare: transparency in the food product quality chain. Animal Welfare, 12(4), 445-455.

Campbell, T. C., Parpia, B., & Chen, J. (1998). Diet, lifestyle, and the etiology of coronary artery disease: the Cornell China study. The American journal of cardiology, 82(10), 18-21.

Donaldson, S., & Kymlicka, W. (2011). Zoopolis: A political theory of animal rights. Oxford University Press.

Francione, G. (2010). Introduction to animal rights: Your child or the dog? Temple University Press.

Harrison, R. (1964) Animal Machines. Vincent Stuart Ltd: London, UK

Levitt, T. (2020) Farm animals and pandemics: nine diseases that changed the world. The Guardian, Recuperado de: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2020/sep/15/covid-farm-animals-and-pandemics-diseases-that-changed-the-world

Machovina, B., Feeley, K. J., & Ripple, W. J. (2015). Biodiversity conservation: The key is reducing meat consumption. Science of the Total Environment, 536, 419-431.

Mekonnen, M.M., Hoekstra, A.Y. (2012) A Global Assessment of the Water Footprint of Farm Animal Products. Ecosystems 15, 401–415 (2012).

Novo, M. (1998) La educación ambiental: bases éticas, conceptuales y metodológicas. Editorial Universitas.

Nussbaum, M. C. (2009). Frontiers of justice: Disability, nationality, species membership. Harvard University Press.

Pradhan, P., Costa, L., Rybski, D., Lucht, W. and Kropp, J.P. (2017), A Systematic Study of Sustainable Development Goal (SDG) Interactions. Earth's Future, 5: 1169-1179.

Regan, T. (2004). The case for animal rights. Univ. of California Press.

Singer, P. (1990) Animal Liberation, 2nd edition. Avon Books: New York, USA.

Walker, R., Browder, J., Arima, E., Simmons, C., Pereira, R., Caldas, M., ... & de Zen, S. (2009). Ranching and the new global range: Amazônia in the 21st century. Geoforum, 40(5), 732-745.

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