Sé por lo que están pasando en determinadas situaciones porque yo también fui alta dirección. Conozco la, tan conocida, soledad del CEO y también el sentirse acompañado en según qué toma de decisiones. Pero también tengo la fortuna de conocer no pocos Consejos de Administración de empresas diversas, y de ahí viene la reflexión que comparto, que es un tema del que se suele hablar muy poco.
Cuando se analiza el éxito sostenido de una organización se suele mirar, casi en exclusiva, al desempeño de su CEO. Sin embargo, usualmente, junto a la alta dirección eficaz existe un consejo de administración que actúa como brújula y acelerador estratégico.
Los consejos se van sofisticando y hoy por hoy son un activo decisivo para que el/la CEO gestione el negocio con su complejidad regulatoria, la presión de los grupos de interés y la trasformación hacia modelos de negocio sostenibles, de manera firme y segura.
Tradicionalmente se asignaban al consejo dos funciones básicas: aprobar las grandes decisiones y vigilar el cumplimiento normativo. Esa mirada, centrada en la supervisión, se ha quedado corta. La volatilidad geopolítica, la digitalización y los criterios de sostenibilidad, entre otros aspectos, han elevado las expectativas. El consejo contemporáneo añade un rol de acompañamiento: aporta criterio experto, abre redes de influencia, cuestiona supuestos estratégicos y se convierte en mentor colectivo para el equipo ejecutivo retándole positivamente.
Para el/la CEO, contar con un órgano que combina experiencia estratégica multisectorial, diversidad cultural y conocimiento de riesgo sistémico es una ventaja competitiva. Permite contrastar la visión interna con perspectivas independientes y diferentes protegiendo a la compañía de sesgos de confirmación. Cuando el consejo dedica parte de su agenda a tendencias emergentes y a la estrategia, el debate se eleva y alcanza una profundidad imposible de lograr en solitario. Por tanto, el consejo genera riqueza.
En un entorno de escrutinio permanente para las empresas, la buena gestión de las mismas no se evalúa exclusivamente por los resultados financieros, sino también por su impacto en la sociedad. Y en este contexto, el consejo, su composición y su comportamiento no pasan desapercibidos sino todo lo contrario, y cada vez más se observa su ética, diversidad, independencia, y transparencia. Por tanto, se han convertido en credenciales reputacionales tan valiosas como la rentabilidad.
Para la alta dirección, esta legitimidad externa del consejo ayuda notablemente, de la misma manera que, de no observarse esa ética e independencia en su funcionamiento, cuestiona a toda la compañía, ejerciendo de lastre a la parte ejecutiva. Un consejo proactivo en materia de sostenibilidad y ética dota de credibilidad a los compromisos que, el/la CEO, comunica. Le facilita su trabajo. Además, un consejo así de comprometido facilita el acceso a capital con requisitos sostenibles, reduce el coste reputacional de potenciales incidentes y fortalece la capacidad de influir en la agenda pública.
El/la CEO es el rostro público de la compañía, pero también un líder sometido a presión constante que debe sacar adelante una cuenta de resultados en un entorno cada vez más complicado con múltiples riesgos e incertidumbres que aparecen de manera más rápida y disruptiva. El consejo debe ser un punto de apoyo para la parte ejecutiva de la compañía y debe funcionar como espacio de feedback sincero.
Además, la obligación del consejo de alinear incentivos ejecutivos con el interés a largo plazo eleva los estándares de liderazgo responsable. Bonificar no solo el EBITDA sino la sostenibilidad, la diversidad o la innovación envía un mensaje potente al resto de la organización. Así, el/la CEO cuenta con respaldo institucional para tomar decisiones valientes que trascienden el corto plazo.
Para el/la CEO, participar de sesiones donde la discrepancia es bienvenida y los datos se analizan con rigor significa contar con un laboratorio de ideas y un comité de riesgos simultáneamente. Cuando la confianza se consolida, se crea un círculo virtuoso: la alta dirección comparte información sensible con mayor apertura y el consejo aporta recomendaciones de mayor calidad.
Lejos de quitar poder al o a la CEO, un consejo robusto lo potencia: mejora la legitimidad ante el mercado, refuerza la calidad de las decisiones, amplía la visión estratégica y respalda la ejecución de transformaciones profundas. Para la alta dirección en su conjunto, el consejo actúa como garante de integridad y como catalizador de valor a largo plazo.
Pero eso sí, no olvidemos que la base fundamental para conseguir todo esto es que el consejo no esté conformado de cualquier manera, sino que sea un buen consejo: equilibrado, competente, generador de confianza, aunque retador además de impecable en lo ético y reputacional.
Marisol Martín-Cleto, socia de de La Asociación Española de Ejecutivas y Consejeras- EJE&CON
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