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Todos conocemos el atasco, el trecho mal comunicado, la pérdida de tiempo, el ruido. Pero también sabemos lo que respira una calle vacía de vehículos o lo que se siente al cruzar con calma. La movilidad sostenible no es ciencia ficción, es algo que aún no nos hemos decidido a practicar.
Un otoño para recuperar lo perdido entre el ruido y el humo

Esta mañana mi hermana me contaba lo que vive muchos días, un trayecto que en condiciones normales debería llevar 20 minutos le cuesta una hora de atasco. No es sólo hora punta, ya se ha convertido en “el tráfico de todos los días”. Este episodio, que muchos vivimos, resume la contradicción que habitamos, dependemos del coche, aunque al mismo tiempo nos sofoca. Pero también ahí, en esa tensión, está la oportunidad.

Pienso en ciudades como Pontevedra. Hoy el 65% de los desplazamientos en el centro se hacen a pie, y desde que empezaron a restringir tráfico han logrado reducir un 67% sus emisiones de combustibles fósiles desde 1999. O en París, donde al limitar el periférico a 50 km/h bajó el NO₂ en un 6% y el tráfico un 4%. No son gestos simbólicos demuestran que se puede gobernar el espacio con otro pulso.

Porque la movilidad es clave frente al cambio climático. No hablo de cifras abstractas, reducir atascos mejora el aire, baja el ruido y nos devuelve tiempo. Es bienestar, no ideología. Que la movilidad sea responsable no es una opción para unos pocos, sino una urgencia compartida. Y esa movilidad que practicamos a diario está directamente entre lo que podemos cambiar hoy.

En Europa, el transporte representa cerca del 30% de las emisiones de CO₂, y más del 70% proviene de coches privados con una sola persona. Si caminamos, pedaleamos o compartimos vehículo, reducimos hasta 150 gramos de CO₂ por kilómetro. Pero no basta con datos, el relato debe ser útil y hablar a quien vive lejos o trabaja en turno.

La movilidad no es solo un asunto técnico; es social, cultural. No va de prohibir, sino de liberar tiempo, aire, espacio. Un coche pasa el 95% de su vida útil aparcado, ocupando vías que podrían ser parques, rutas seguras o zonas de conviviencia. Pero para que eso cambie, no bastan leyes, tiene que generarse un cambio en lo que aceptamos como normal. Cada trayecto que repensamos, cada decisión de ir andando o en bici, o de compartir coche, es también una forma de presión ciudadana.

Pero no todos partimos del mismo punto. Quienes viven en las periferias muchas veces no tienen más opción que el coche. Para esos territorios la ciudad debe extenderse con redes de transporte con frecuencia real (autobuses rápidos, lanzaderas, microbuses eléctricos), estaciones de intercambio (“park & ride”) bien ubicadas, y horarios que reconozcan que no todos trabajamos de 9 a 17h.

Durante la pandemia quedó claro que muchas jornadas podían funcionar desde casa. Hoy, cerca del 25% de la población activa en España combina modalidad híbrida, pero eso no basta si muchas empresas aún no permiten esa flexibilidad. ¿Cuántos siguen obligando rutinas rígidas que empujan al coche? La conclusión es directa: La flexibilidad horaria y el teletrabajo deben ser herramientas reales dentro de los planes de movilidad, no simples beneficios de conciliación. Es una exigencia directa que el sector privado debe asumir si queremos reducir el peso del transporte.

Ahora, conviene hablar también de lo que acaba de moverse en el terreno legal. El Congreso aprobó esta semana la Ley de Movilidad Sostenible. Esta norma pretende reconocer la movilidad como un derecho y obliga a empresas con más de 200 personas a diseñar planes de movilidad (bici, transporte, coche compartido) en dos años. También plantea limitar vuelos domésticos sin alternativa ferroviaria, recuperar trenes nocturnos, reformar las etiquetas de emisiones de la DGT y desplegar infraestructuras eléctricas de recarga. Se habla de desbloquear 10.000 millones de euros de fondos europeos condicionados a su implementación.

Pero ojo, esa ley será tan útil como su aterrizaje. Tiene plazos, en 18 meses debería aprobarse el marco DOMOS (Documento de Orientaciones para la Movilidad Sostenible) que guíe la planificación. Falta ver cómo se reglamenta, cómo se asegura que no quede “en papel mojado”. Que exista ya es un paso positivo; que se aplique con ambición dependerá también de nuestra vigilancia como ciudadanía.

Nos acaba de dejar Jane Goodall, y ella decía: “Each one of us can make a difference”. Cada uno puede marcar la diferencia. Y aunque suene a frase de manual, no lo es, es una invitación. Caminar cuando puedes, reclamar mejor transporte, pedir horarios flexibles, todo suma. No hace falta ser perfecto, solo persistente. Pero tampoco puede servir de excusa para la inacción política. Si el trayecto que debería durar 20 minutos cuesta una hora, si dependemos del coche aunque nos asfixie, la respuesta no puede ser solo “camina”, especialmente para quienes no tienen alternativa.

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