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Imagino que habéis visto la película Blade Runner (1982), ambientada en una distopía sombría, que muestra un futuro con tecnología avanzada, sobrepoblación y un paisaje urbano decadente.
Del smart city al social city: cuando la tecnología urbana aprende a escuchar

Realmente esta imagen no es la más motivadora cuando queremos hablar de ciudades inteligentes, smart cities, pero creo que refleja muy bien algunas de las evoluciones si le quitamos todo el drama futurista. Y es que las ciudades inteligentes prometían resolver nuestros problemas urbanos con sensores, algoritmos y dashboards brillantes. Sin embargo, después de una década de experiencias mixtas, estamos descubriendo una verdad algo incómoda: las ciudades más inteligentes no siempre son las más habitables. Es hora de evolucionar del paradigma tecnológico al paradigma social: bienvenidos a la era de las "social cities".

El despertar post-smart city

Barcelona, Ámsterdam y Toronto han sido laboratorios involuntarios de esta evolución. Mientras Barcelona implementaba miles de sensores para optimizar el tráfico, los residentes se quejaban de que sus barrios perdían identidad. Ámsterdam descubrió que sus algoritmos de bienestar social discriminaban sistemáticamente a inmigrantes. El proyecto Sidewalk Labs de Google en Toronto colapsó cuando los ciudadanos se dieron cuenta de que serían conejillos de indias en un experimento corporativo masivo y no estamos hablando de un “gran hermano” a gran escala o de “El show de Truman”.

Estos fracasos revelaron un fallo: habíamos confundido eficiencia con bienestar, datos con sabiduría, y optimización con justicia social.

La revolución silenciosa: tecnología que escucha

La transición hacia las “social cities” no implica abandonar la tecnología, sino rediseñarla desde los cimientos. En lugar de partir de sensores y algoritmos, comenzamos con una pregunta diferente: ¿qué necesita realmente esta comunidad para prosperar?

En Medellín, esta filosofía transformó los barrios más violentos de América Latina. En lugar de saturarlos con cámaras de vigilancia, implementaron "urbanismo social": bibliotecas conectadas digitalmente que se convirtieron en centros comunitarios, sistemas de transporte que reconectaron territorios fragmentados, y plataformas digitales donde los vecinos co-diseñan sus espacios públicos.

El resultado no fue solo una reducción del 95% en homicidios, sino algo más profundo: el renacimiento del tejido social urbano.

Los principios de la social city

Y si os dijera que esto lo podemos hacer en nuestras ciudades, ¿no os parecería una idea estupenda para convertirnos en activistas de nuestras cities? Un activismo del que “mola”, del que nos podemos sentir orgullos porque formamos parte de algo más grande. ¿Cómo lo podemos poner en marcha?

Participación desde el diseño: En lugar de consultar a los ciudadanos sobre tecnologías ya desarrolladas, las social cities los involucran desde la conceptualización. Helsinki desarrolló una plataforma donde los residentes proponen, debaten y votan iniciativas urbanas. Los algoritmos no deciden; facilitan la democracia deliberativa.

Transparencia algorítmica radical: Cuando Ámsterdam prohibió los algoritmos opacos en servicios públicos, no solo publicó el código fuente de sus sistemas. Creó "auditorías ciudadanas" donde residentes con formación básica en tecnología pueden entender y cuestionar cómo funcionan los sistemas que los afectan.

Tecnología situada: Las social cities reconocen que cada barrio tiene su propia cultura, necesidades y dinámicas. En lugar de soluciones universales, desarrollan tecnologías "situadas" que reflejan la identidad local. En el barrio multicultural de Kreuzberg en Berlín, las aplicaciones municipales funcionan en ocho idiomas y adaptan sus interfaces a diferentes tradiciones culturales de participación ciudadana.

Soberanía de datos comunitaria: Los datos generados por una comunidad le pertenecen. Barcelona desarrolló un modelo pionero llamado DECODE, donde los ciudadanos controlan colectivamente sus datos y deciden cómo usarlos para beneficio común.

La infraestructura invisible de la confianza

La tecnología más sofisticada de las social cities podría ser la más invisible: los sistemas de construcción de confianza. En lugar de imponer soluciones, estas ciudades desarrollan "infraestructuras de escucha" que detectan necesidades emergentes, tensiones sociales y oportunidades de colaboración.

En Seúl, el sistema "Digital Mayor" no es un chatbot sino una red de facilitadores humanos equipados con herramientas digitales que conectan constantemente gobierno y ciudadanía. Los algoritmos procesan miles de conversaciones para identificar patrones, pero las decisiones finales siempre incluyen deliberación humana y comunitaria.

Las social cities adoptan un enfoque regenerativo: cada interacción tecnológica debe fortalecer el tejido social y empoderar a las comunidades.

Esto se manifiesta en innovaciones como los "mercados de conocimiento local" en Accra, donde los saberes tradicionales se digitalizan y comparten, creando economías circulares de conocimiento. O las "redes de cuidado algorítmico" en Montevideo, donde la IA ayuda a coordinar redes vecinales de apoyo mutuo para personas mayores.

La transición no es sencilla. Las social cities enfrentan resistencias desde múltiples frentes: proveedores tecnológicos acostumbrados a vender soluciones universales, funcionarios públicos formados en modelos jerárquicos, y ciudadanos escépticos después de años de promesas tecnológicas incumplidas.

También existe el "dilema de la eficiencia": los procesos participativos son más lentos que las decisiones algorítmicas automatizadas. Sin embargo, las social cities están descubriendo que la legitimidad social acelera la implementación. Una decisión que toma seis meses en desarrollarse participativamente puede ejecutarse en semanas, mientras que una solución impuesta "eficientemente" puede enfrentar años de resistencia.

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