Con este artículo termino esta serie para Diario Responsable donde he tratadoo de exponer mi opinión sobre comportamiento que debe tener el líder del Siglo XXI. En los anteriores me he referido a la conciliación e igualdad, la integridad, el respeto, la educación, la delegación, la innovación, la lealtad y el compromiso, la equidad en las retribuciones y la búsqueda permanente de valores.
Si un dirigente no enseña con el ejemplo, pierde y hace perder el tiempo. Desde el nivel más humilde, enseñar y enseñar bien es abrirnos la posibilidad de hacer algo importante, algo que trascienda y que pueda elevarnos por encima de las diarias miserias. Decir lo que se debe y hacer lo que se dice, ser coherente en definitiva, es el ideal de Seneca. Y también el de Reiner María Rilke que confesaba buscar en el maestro no palabras ni consejos sino el ejemplo.
Casi siempre el ejemplo diario enseña más que un libro, un doctorado, un curso o una maestría. Si un dirigente trabaja poco y llega tarde a sus tareas, los empleados le colgaran el sambenito de que es un vago, y será difícil que ese baldón desaparezca. Si no toma decisiones, o no sabe organizar el trabajo, o no comunica, o sufre demasiada presión y no sabe salir del atolladero, o es un mal jefe, dará mal ejemplo. Y, ante un mal ejemplo, vale de muy poco cualquier regla: los seres humanos siguen más bien los ejemplos que los preceptos.
Las personas, como las empresas, las instituciones y sus dirigentes, tenemos la obligación de buscar la perfección. Por eso, como está escrito en el Libro de los Jueces, el buen líder dirá siempre a los suyos: "Lo que me viereis hacer, hacedlo también vosotros".