Fórmate y aprende sin excusas cada día, y ayuda a implantar en tu organización procesos de aprendizaje y de capacitación colectivos. La educación es un proceso que nunca se agota ni, como advierte Sábato, puede convertirse en un privilegio. Menos aún en las empresas/instituciones...
Con este texto sigo adelante con mi compromiso con Diario Responsable de definir lo que, en conjunto, supone la Ética para los líderes del Siglo XXI. Ya he hablado de la integridad y el respeto. En esta ocasión, de la necesidad de aprender cada día.
Los seres humanos nacemos cada día. Ninguno somos una réplica exacta de lo que fuimos hace dos o diez años; y nadie será igual dentro de veinte. Los dirigentes, como cualquier persona, necesitan reinventarse diariamente, formándose y aprendiendo. Solo desde la educación y el conocimiento hombres y mujeres nos hacemos personas, y más libres, más cultos, más demócratas y, además, mejores profesionales. El jefe o el directivo deben demandar ante quien corresponda capacitación para ser un buen jefe y formación para adquirir las habilidades que sean menester. Y, además, tiene que imponerse la inexcusable obligación de establecer objetivos medibles de capacitación para el grupo de personas que de él dependan.
Para todas las organizaciones (grandes, pequeñas o medianas), implantar procesos de aprendizaje colectivo es una absoluta necesidad, y los dirigentes deben ser los garantes de transmitir el ansia de aprender y de enseñar. Steiner ha escrito, con razón, que "la necesidad de transmitir conocimientos y habilidades, el deseo de adquirirlos, son una constante en la condición humana. El magisterio y el aprendizaje, la instrucción y su adquisición tienen que continuar mientras existan las sociedades. La vida, tal como la conocemos, no podría seguir adelante sin ellos".
Quiero reivindicar, hoy y siempre, el poder transformador de la educación y, singularmente, de la Universidad, sin olvidar que, como recoge un proverbio africano, es toda la "tribu" la que debe educar. Pero "la universidad tiene que echarse a la calle para compenetrarse con el pueblo y vivir con él", como pedía Miguel de Unamuno hace casi un siglo, atisbando ese divorcio entre Universidad, Empresa y Sociedad del que cada día nos quejamos y nos arrepentimos con un engañoso propósito de enmienda.
Ha llegado la hora del cambio: además de capacitar, de educar y de fomentar el estudio y la investigación, la Universidad debe ser la conciencia cívica, ética y social de la ciudadanía. Estamos viviendo en la sociedad de la información pero todavía no en la sociedad del conocimiento y, para conseguirlo, es preciso que la Universidad lidere un proceso de transformación que suponga variar conductas, valores, comportamientos; sobre todo comportamientos inertes que nos atan al pasado y nos arrastran al agotamiento. Y educar es el camino porque, no lo olvidemos, liderar es también educar. La Universidad líder debe ser capaz de vivir, y de resistir también, un cambio que le acerque a la siempre incierta realidad y nos ayude como seres humanos a buscar la verdad y a reforzar los fundamentos morales y éticos de una Sociedad que se ha hecho frágil y temerosa.