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Lo que sigue es un texto que, a modo de humilde ensayo y preñado de convicciones éticas, trata de las personas en su re-lación con las organizaciones, y de éstas en su vinculación con los seres humanos que las integran. No pretende ser más que una reflexión sincera a partir de mi pensamiento, de mi vida y de mi experiencia directiva. El texto está al servicio de las ideas. No es menor el propósito, pero la reflexión, si es sincera, aviva siempre las fuerzas del espíritu y nos fortalece.

"De eso hablo, la responsabilidad. No solo el derecho sino el deber del hombre de ser responsable, la necesidad del hombre de ser responsable si desea permanecer libre; no solo responsable ante otro hombre y de otro hombre sino ante sí mismo; el deber de un hombre, el individuo, cada individuo, todos los individuos, de ser responsables de las consecuencias de sus propios actos, pagar sus propias cuentas, no deberle nada a otro hombre..."

Son palabras del premio Nobel de Literatura William Faulkner, pronunciadas el 15 de mayo de 1952 en el Delta Council, Cleveland, Estados Unidos de América.

Un hermoso texto que aprendí de memoria y en el que me sumerjo de cuando en vez porque su recuerdo siempre me aleja de la incertidumbre y, en tiempos difíciles, me devuelve a la senda de la cordura, la libertad, el sentido común y la independencia.

Desde la responsabilidad, profundizaremos en una ética práctica para lideres y dirigentes: políticos, empresariales o institucionales, que tanto monta. Aristóteles nos enseño que el mejor tratado de moral es siempre un tratado de razón práctica.

La ética no es otra cosa que cumplir, desde la dignidad y el compromiso, con lo que deba hacerse en cada momento. La búsqueda de normas relativas a un "aquí" y "ahora", que se engarzan con los valores cuyo ejercicio también nos legitima: democracia, libertad, decencia, igualdad, fraternidad, solidaridad... Difícilmente pueden ilusionarse y dirigirse personas sin comportamientos éticos que no se basen en relaciones de confianza. No habrá porvenir para nadie sin una conducta empresarial, personal o institucional capaz de exigirse, de cumplir sus compromisos y de dar cuenta cabal de sí misma.

Es sabido que quien tiene el poder tiene también la responsabilidad. Y esa afirmación, probablemente del Mahatma Ghandi, cobra en el mundo actual una importancia capital al amparo de las nuevas organizaciones y, sobre todo, de la institución más decisiva de la sociedad moderna, la empresa, una organización relativamente joven que tiene la necesidad de justificarse cada día y, ante los ojos de una opinión pública que, legítimamente, exige sin descanso, debe ser capaz de dar resultados económicos y de ganarse el respeto de los propios ciudadanos que han visto como empresas e instituciones se han convertido en poco más de un siglo en referentes de la propia Sociedad.

Cuando hablo de empresas, me refiero a las PyMES (más del noventa y cinco por ciento del tejido productivo en el mundo), a los modernos emprendedores que huyen de malos ejemplos y a las grandes empresas. A todas les alcanza su cuota parte de responsabilidad, aunque las multinacionales son hoy mayores que un gran número de países y han canibalizado la palabra empresa, pero se han hecho más vulnerables a medida que crecían en tamaño y complejidad. No se discute que las empresas, todas las empresas, son hoy motores de innovación y agentes del cambio que se está produciendo, pero también responsables de los más notorios fracasos; son protagonistas principales de un mundo globalizado y, precisamente por ello, se les demanda -en un escenario que debiera ser más humano y habitable- que cumplan con sus deberes (dar resultados, crear empleo, ser eficientes, innovadoras y competitivas) y velen para que la desigualdad no se instale en su seno y en la propia Sociedad. La desigualdad, escribe el Nobel Angus Deaton, "corrompe la democracia".

En medio de un cambio de época -no de una época de cambios- seguramente más profundo de lo que aparenta, cuesta creer que empresas e instituciones, y sobre todo sus dirigentes -marcados por la corrupción y la desconfianza- puedan mantenerse en el futuro sin compromisos externos. En este tiempo, mas de intemperie que de protección, hay un fondo de trascendencia histórica y las instituciones y, sobre todo, sus líderes van a tener que jugar un rol central y protagonista en el desarrollo económico y en la propia estabilidad social. Se ha hecho patente la necesidad de gestionar las organizaciones de otra manera: estricto cumplimiento de la ley, transparencia, lucha contra la corrupción y la desigualdad, ejemplo y compromiso con los derechos humanos y la responsabilidad social con el adobo de un actuar solidario y ético.

Una tarea que nos corresponde a todos pero singularmente a los dirigentes porque la empresa y todas las organizaciones del porvenir deben estar atentas a los cambios sociales y, si quieren sobrevivir, deben ser capaces de ofrecer soluciones y de transmitir a la opinión pública y a sus respectivos grupos de interés su sincera preocupación por los temas que también preocupan e inquietan a los ciudadanos.

Nos encontramos al inicio de una nueva Era, en el principio de una creciente exigencia de corresponsabilidad que a todos nos ocupa: gobiernos, instituciones, empresas, ciudadanos y dirigentes... Los Objetivos de Desarrollo Sostenible son ahora nuestro común destino. No cabe retroceso, ni podemos rendirnos, aunque no sepamos lo que encontraremos más allá del horizonte porque, como escribió Luis Cernuda: "Nadie enseña lo que importa/ Que eso lo ha de aprender el hombre/ Por sí solo".

Desde la reflexión sincera, humildemente, sabedor de que las instituciones son el mayor capital del hombre, pero también de que sin hombres y mujeres no hay institución alguna, he hilvanado un decálogo ético de la función directiva (en el fondo, del liderazgo) que siempre estará abierto a futuras aportaciones y que tiene el bienintencionado propósito de contribuir a la formación de un ethos institucional/empresarial; es decir, el carácter que las haga desarrollarse en el porvenir como las organizaciones comprometidas, solidarias, de servicio público al fin, que la Sociedad demanda.

A lo largo de las próximas semanas, iré describiendo lo que, en mi modesta opinión, son las características que deben definir lo que es un líder del siglo XXI

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