Queridos lectores de Diario Responsable. Aquí sigo con mis humildes opiniones acerca de todo lo que debe acompañar a un líder del Siglo XXI que le importe de verdad la ética. En los anteriores, me referí a la integridad, el respeto y la educación. Hoy, a ese ejercicio a veces tan difícil de confiar en el equipo.
Muchos dirigentes enmascaran su falta de autoestima y su ineficacia (en el fondo, su inseguridad) con la soberbia. Creen equivocada y maliciosamente que "sus" empleados no pueden pensar y no pueden soportar la idea de que alguno de ellos sea más inteligente, creativo o práctico que él y pueda quitarle el puesto. El jefe, el mal jefe, siempre recela y, por principio, equivocadamente, se cree más talentoso que los empleados que dependen de él.
Muchos dirigentes practican la famosa "ley del embudo", empleando las normas con desigualdad y con dispar criterio, aplicándolas estrictamente a unos y con manga muy ancha a otros, y casi siempre también a él. Los que así actúan, jefes arbitrarios al fin, se olvidan de la estética pero también de la ética.
Delegar, que es una necesidad, no está reñido con supervisar; delegar es dar cancha, ofrecer a cada quien la oportunidad de hacer aquello que sabe y tiene que hacer, y para lo que está preparado. Y, si no lo estuviere, la responsabilidad es del jefe, que debe formarlo y capacitarlo en esas tareas antes de delegar en él la ejecución de cualquier trabajo.