La tendencia natural al desorden, sobre la que reflexionaba en la primera parte de este artículo puede llevar engañosamente a concluir que el fenómeno de la corrupción puede simplemente combatirse, en el seno de las organizaciones, adoptando un buen sistema de supervisión y control. Sin embargo, este planteamiento, a mi juicio, peca de simplista por cuanto olvida que las organizaciones están formadas por personas, y es precisamente sobre su gestión sobre la que quiero detenerme