“Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, a ignorar a las personas pobres y de condición humilde... es la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales” escribió en el siglo XVIII Adam Smith, el padre fundador de la economía clásica. Y esta reflexión del economista y filósofo escocés se ha fortalecido en los siglos posteriores. Nos hemos vuelto insensibles, cuando no contrarios, a los costes humanos de las llamadas políticas sociales.