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En los últimos meses estamos viviendo una verdadera explosión de la Inteligencia Artificial (IA) aplicada a un problema social. Estamos utilizando la IA para predecir el comportamiento de la epidemia, identificar y aislar a individuos infectados o analizar los factores que explican la evolución de los pacientes.

Hoy en día contamos incluso con la posibilidad de diseñar fármacos a la carta, simulando su efecto en las células del cuerpo con modelos tremendamente sofisticados. Por ejemplo, existen herramientas como HyperChem capaces de predecir la estructura tridimensional de un nuevo medicamento (y con ello, su función) o BioNetGen, que analiza detalladamente el impacto que una sustancia tiene en las reacciones químicas que determinan la respuesta de una célula. Estas herramientas pueden combinarse para obtener un diseño óptimo que pueda acelerar extraordinariamente la investigación. ¿Conseguirá la IA derrotar al coronavirus?

Lo que está claro es que la IA ha conseguido vencer a problemas cada vez más complejos. La máquina AlphaZero consiguió en 2017 aprender a ganar en cualquier juego (incluido el complicado “Go”) simplemente conociendo sus reglas, dejando muy atrás al DeepBlue que venció a Kasparov. En 2019 se consiguió un logro aún mayor: MuZero, construida por el mismo equipo, consigue vencer incluso sin conocer las reglas y mucho más rápido que ningún otro software. Para ello desarrolla un modelo del juego mismo, una descripción de su mundo al que algunos se han precipitado a identificar con una versión simplificada de la consciencia.

Esto tiene sentido si tenemos en cuenta que durante años han florecido las analogías entre el cerebro y un ordenador. En ellas se comprende la consciencia como la información que es necesaria para realizar la tarea que nos ocupa, una suerte de memoria de trabajo en términos de Bernard Baars. Otros, como Tononi, identifican la consciencia de un sistema como la integración entre sus partes en términos de información (cómo se mida esto matemáticamente es un problema que aún no está cerrado). No faltan intentos de conseguir máquinas que funcionen según estos esquemas, por ejemplo, buscando deliberadamente esta integración entre sus partes o incluso imitando los esquemas de los cerebros biológicos. Entonces, ¿estamos cerca de una consciencia artificial que multiplique las posibilidades de la IA, de una IA capaz de solucionar los grandes problemas de la humanidad como el coronavirus?

Pese a nuestros avances, un territorio continúa completamente inexplorado: el de la experiencia subjetiva. El software de reconocimiento de imagen puede detectar las longitudes de onda en la luz recibida, pero no tiene ninguna experiencia del color. Podemos entrenar una red neuronal para que cuantifique la armonía en los rasgos en una fotografía, pero no se maravillará de la belleza. La consciencia no es sólo procesamiento de información. Es experiencia, voluntad, libertad, amor. Es la percepción interna de los valores que guían nuestras decisiones.

Si diseñamos correctamente nuestra IA, responderá a nuestros valores. Por supuesto, será una herramienta infinitamente valiosa en la búsqueda de soluciones a la epidemia. Sin embargo, aunque nos ayude a encontrar nuevas alternativas o anticipar las consecuencias de nuestros actos, la IA (al menos tal y como la conocemos en desarrollos como MuZero) no experimentará nunca esos valores ni escogerá otros propios. Usando la IA podremos diseñar virus sintéticos o fármacos para combatirlos. Decidir nuestro camino, alegrarnos con los éxitos y llorar por los fracasos sigue siendo, por el momento, cosa nuestra.

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