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En ‘Consejo a los políticos para gobernar bien’ Plutarco recuerda que el Rey de los persas tenia encargado especialmente a uno de sus chambelanes para que, por la mañana, entrara en su habitación y le dijera: “Levántate, mi Rey, y piensa en los asuntos de los que el gran Oromasdes ha querido que tú te ocupes”. Y Plutarco nos cuenta que, más allá de lo que Oromasdes (dios supremo de la antigua religión de los persas) quisiera, “la voz que siempre le dice y recomienda esto resuena dentro del gobernante instruido y sabio”.

Ignoro si los actuales gobernantes han encargado a alguno de sus innumerables asesores que, cada día, les recuerden cuál es su tarea y les digan de qué deben ocuparse; o si nuestros gobernantes -como Machado- conversan “con el hombre que siempre va conmigo”, y ya saben, en consecuencia, lo que tienen que hacer sin necesitar que nadie se lo recuerde ni símbolos en los que apoyarse. Al fin y al cabo, los símbolos traducen el esfuerzo de los hombres para dominar un destino que se nos escapa a través de las obscuridades e incertidumbres que nos envuelven. Porque, a pesar de que muchos opinemos con descaro, divagando, nadie sabe con certeza que ocurrirá y que será de nosotros tras el COVID-19.

En esta pandemia cruel y desconocida, que ya arroja un resultado trágico, no son los gobernantes quienes están dando la talla; con tardanza e imprudencia iniciales y, en algunos casos, con acierto postrero, están haciendo su difícil trabajo como pueden. El ejemplo, sin embargo, lo ha dado la ciudadanía y cuantos profesionales invisibles han hecho posible que sigamos viviendo y resistiendo, pero tengo la impresión de que muchos dirigentes empresariales (y alguna Universidad, la UMU de Murcia, por ejemplo) han sabido construir puentes en momentos tan difíciles. Como símbolo, el puente ha sido, y es, una figura mítica. Está presente en Grecia y en Roma, en las leyendas celtas y en la Edad Media. Puentes como expresión de pujanza industrial y de modernidad; puentes para enamorarse y pasear, nuevos puentes para trazar rutas inalcanzables y puentes de futuro, que son los puentes reconstruidos, símbolos de voluntad y esfuerzo. El puente une, vincula, comunica y desde él, diría Juan Ramón Jiménez, “despiertan todos los caminos...”

En este trance, debe agradecerse la publicación del estudio “La visión de los CEO’s iberoamericanos sobre el COVID-19” (www.villafañe.com), fruto del trabajo de la consultora Villafañe&Asociados, que ha querido escudriñar con urgencia la visión de los líderes empresariales ante el coronavirus. Y algo parece estar cambiando porque, como recoge el estudio, “existe unanimidad entre los CEO’s iberoamericanos en que los empleados son el stakeholder prioritario para las empresas. Los clientes, primero los minoristas y después los mayoristas, ocupan los siguientes puestos en orden de prioridad y el universo financiero (agencias de rating y analistas) son los menos puntuados”. Y aún mas: la salvaguarda de los grupos de interés clave (empleados y clientes, por ese orden) se confirma como necesidad prioritaria, igual que la continuidad del negocio, por encima de cualquier otra circunstancia. Ambas rúbricas suponen más del 75 por ciento del total.

Los expertos que han participado en el panel de valoración alaban mayoritariamente el comportamiento de los líderes empresariales en esta pandemia, tanto en la forma como en el fondo de sus acciones, destacando especialmente el hecho de que han sabido transmitir confianza y seguridad, dejando a un lado la competitividad y trasladando el mensaje de un actuar común frente a la crisis; por contra, el reproche colectivo a los políticos es mayoritario por anteponer sus intereses partidarios a una solución común que, más allá de ideologías, refuerce la necesaria reconstrucción económica y social postpandemia. Podemos afirmar, salvo excepciones, que los líderes empresariales han sido sensibles a las exigencias de la Sociedad en momentos tan difíciles y han tendido puentes. El coronavirus nos va a traer un estilo de liderazgo más humano, resume el informe: “una forma de gestión que mirará hacia el interior de las organizaciones para transformarlas, pero que también se hará más visible porque la sociedad demandará a las empresas soluciones de índole social, más allá de las obligaciones implícitas de las Administraciones Públicas, así como un dialogo multistakeholder que obligará a una mayor presencia pública”.

Reflexión final: Las empresas, con independencia de su tamaño, son agentes productivos, parte nuclear de nuestro entorno y pilares esenciales del desarrollo social y económico. Hoy tienen más poder que nunca y, por tanto, la obligación de asumir su cuota parte de responsabilidad, dando respuesta sin excusa a las preocupaciones que inquietan a los ciudadanos, más en tiempos de pandemia. En definitiva, la empresa (y la institución, tanto da) es un proyecto común hecho entre personas que persigue determinados objetivos (producir bienes y prestar servicios, que es su finalidad esencial) con algunas exigencias básicas: dar resultados, crear empleo, ser eficiente, innovadora y competitiva, y conseguir que la desigualdad no se instale en su seno.

Esa es, hoy, más que nunca, la función social de la empresa y la tarea ineludible de sus dirigentes que tanto hemos demandado algunos. Compartir valores (no títulos valores) está en la propia esencia de la ética cívica que debe ser una ética de los ciudadanos y de la llamada “nueva normalidad”, además de una ética de mínimos: libertad, igualdad y fraternidad, como valores supremos consagrados en todas las declaraciones de los derechos del hombre. Como en el bolero de Los Panchos, necesitamos empresas que tengan alma, corazón y vida: empresas ciudadanas, solidariamente responsables y éticas que es, en definitiva, la única forma de ser universales.

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