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Ya lo dijimos en un artículo anterior, alto, claro y en latín: Primum vivere deinde philosophari. O sea, primero vivir. Después ya tendremos ocasión de filosofar. Dejemos que sea el propio lector quien sustituya el verbo filosofar por el contenido que considere más pertinente.

Yo, por mi parte, en este momento, quisiera hacerlo, llevando el zaíno morlaco de la inmensa crisis que se nos echa encima a los inseguros terrenos de la Economía, poniéndolo en suerte para tratar de realizarle una lidia aseada y ver de rematarlo sin puntilla. Dicho en plata, que me propongo compartir algunas reflexiones acerca del tipo de medidas que, a mi entender, deberían tratar de ser puestas en marcha en los dominios de la Economía, como paso subsiguiente hacia el establecimiento de un escenario que permita volver a desplegar la creatividad humana en el ámbito social.

Vamos a dar por hecho que -nemine discrepante- lo primero y principal hubo de haber sido la defensa heroica ante el Covid-19. Esa fase, en buena medida y, sin que esto anime a acciones imprudentes de ningún tipo, podríamos decir que está cumplida y que, con tempo distinto y ritmos diversos, la desescalada y el avance de las etapas de desconfinamiento parece que empieza a notarse... El balance es horroroso, mírese por donde se quiera mirar; y compútense las bajas de vidas humanas con la regla de cálculo que cada quien estime más precisa. Salir de la pandemia, en todo caso, ha costado muchas, demasiadas vidas. Hemos tenido, sin lugar a dudas, muchísimas bajas. De un lado, entre quienes se vieron sorprendidos por el ataque vírico, sin defensas bastantes y sin opción a que su propio vivir las generara. Junto a ellos, cayeron quienes, tal vez, hubieran podido superar la enfermedad, pero tuvieron la mala suerte de no contar con los remedios adecuados cuando más lo necesitaban. Y, por supuesto, agregados entre los fríos números de los guarismos mortuorios, se encuentran los que  hubieron de estar en primera línea dando -en UVIS, UCIS y hospitales-, no sólo la cara, sino incluso la propia vida.

Descansen los unos y los otros en eterna paz; que sus familiares, amigos, compañeros y consocios en la vida, encuentren consuelo a la pena derivada de la ausencia. Y que quienes sean creyentes se sumen a mi plegaria por todos ellos. Ciertamente, desde la tristeza; pero también desde un agradecimiento profundo y sincero a la vida y a la suerte de haber conocido a aquellos que ya nunca más volveremos a ver en este mundo.

Y ahora, ¿qué? Ahora, una vez hemos conseguido frenar la caída libre en que se movía el problema de la salud pública a escala global, es el momento de empezar a soñar con la remontada y de empezar a adoptar nuevas providencias. Ha llegado la hora de echar la vista al frente, de dar la vuelta al horizonte, de levantar acta del panorama y de tomar buena nota del estado de cosas que tenemos ante los ojos. Ya se sabe que, sin buenos datos, es casi imposible acertar en el diagnóstico, sobre todo cuando las situaciones resultan críticas. Puesto que, naturalmente, desconociendo los datos del problema, sin saber a ciencia cierta qué es lo que nos está pasando, sin identificar con precisión en qué parte del pie aprieta el zapato, y dónde está el punto en el que, a la palpación, duele… sin ello, digo, habría de resultar poco menos que milagroso que alguien hubiere de atinar en la prescripción -como por chiripa- de la terapia adecuada y anticipar con realismo un pronóstico verosímil para los meses que se avecinan.

Los dos ámbitos en los que hay que fijarse son, de una parte, la superación de la pandemia, y el aniquilamiento del peligro del Coronavirus. No se debe bajar la guardia al respecto, porque, si bien hemos logrado repeler la agresión y, si se quiere, apuntarnos en nuestro haber una batalla, aún no hemos ganado la guerra, ni mucho menos. Por eso, para poder ir por las calles cantando victoria dentro de unos meses, no cabe otra que proceder a un desconfinamiento ordenado, donde se extremen las medidas de seguridad, al paso que se reinicia la actividad económica. Es decir, se ponen en marcha las fábricas, se vuelven a poblar los andamios a las ocho de la mañana, los bares vuelven a servir desayunos, pinchos y cañas; los restaurantes rotulan apetecibles menúes del día en las pizarras a pie de calle, las tiendas de productos de no primerísima necesidad vuelven a levantar la chapa de cierre y a abrir los cerrojos…

Pero eso que se dice no va a ser ya el acabose… será, no más, que el principio del empezose… porque para comenzar a salir del bache con garantías habrá que prevenir la recaída y el advenimiento de nuevos brotes del virus: que el otoño está a tiro de tres y la perspectiva de regresión no puede ser vista como descabellada. Sería muy prudente llevar a efecto tests masivos, tratando de encontrar anticuerpos para el COVID-19. Con ello, se conocería qué porcentaje de la población habría estado en contacto con el virus y sería potencialmente inmune. Como la otra cara de la misma medalla, habría que desarrollar pruebas de antígenos rápidas, que permitan diagnosticar a los portadores del virus, tengan síntomas o no, hacerles el seguimiento adecuado y tomar las medidas oportunas para evitar que la epidemia vuelva  extenderse. Aquí la tecnología y la analítica de los Big Data habría de desempeñar un papel de primer orden.

Por lo demás, las administraciones públicas y los gobiernos del mundo entero tendrían que coordinarse y colaborar entre sí y con los mejores laboratorios del mundo en el estímulo y la búsqueda de la vacuna que haya de derrotar para siempre al COVID-19.  Esto, con gran probabilidad, habrá de tardar meses, si no, años. Por ello, en paralelo, habrá que ir poniendo los medios para atacar lo que se relaciona con la crisis que se nos echó encima, a resultas del parón económico, correlativo al cierre obligado de empresas… y con las consecuencias que ya empezamos a estar en condiciones de poder contabilizar y los problemas que nos amenazan a plazo inmediato.

En el día de hoy -casi a mediados ya de mayo florido del año de gracia de 2020- al cuadro macroeconómico, da pena verlo. Y, según todo parece indicar, aún la dará mayor en los meses venideros. No es necesario ajustar las cifras a los tres decimales, pero, como indicábamos en un artículo anterior, tampoco hace falta ir a Salamanca ni tener un PhD en Economía por Stanford, para saber que la producción industrial baja; el sector servicios casi no tiene actividad; muchas empresas se están viendo abocadas a la suspensión de pagos y a la quiebra; otras muchas ya desaparecieron, directamente, o lo van a hacer muy pronto… Para evitar producir sin opción a venta, perdiendo dinero en almacenamiento, los ERTE -Expedientes de Regulación Temporal de Empleo- abundan y se generalizan los ERE. Exportar se ha vuelto muy difícil e importar, muy caro. Deslocalizar la producción no tiene sentido; y replegar lo que se había llevado allende las fronteras mediante outsourcing no es tan sencillo…

Mientras tanto, el número de desempleados se incrementa y empiezan a ser muchas las familias que no ingresan dinero desde hace ya dos o tres meses. A la caída brutal del PIB -esto es, por decirlo grosso modo, todo lo producido en un país en un año, medido en términos monetarios-, a esa caída se suma el hecho de que ya empieza a notarse una cierta intranquilidad social, por falta de recursos con los que comprar alimentos y atender a pagos que cubren gastos de primera necesidad.

Las previsiones de la Unión Europea para España son estremecedoras, sobre todo, cuando las ponemos en perspectiva. Veámoslo: en el año 2019 el PIB español había subido un 2%; se preveía que en 2020 creciera un 1,6%... y, a tenor de los datos que se manejan y la caída ya sufrida, se estima una caída del PIB en torno al 9’5%... ¡Y eso es perder muchísimo, representa una caída tremenda! A corto plazo, el impacto negativo en el segundo trimestre será muy duro y que traerá consigo un descenso sin precedentes, una contracción extremadamente aguda. Vamos a entrar, sin remedio, en una recesión profunda. Pero va a ser desigual: no resultará tan grave en todas las ramas de la economía: será mayor en el sector servicios y no tan dramática en el manufacturero. Sin embargo, aquí también se habrán de hacer sentir las distorsiones en las cadenas de valor mundiales. Esta circunstancia no favorecerá precisamente una normalización de la actividad industrial antes de fin de año.

Por fortuna, se espera que, tras la vuelta a la normalidad, ya en el segundo semestre del año, se vaya a producir una recuperación. Habrá, ciertamente, un rebote fuerte, pero también, desigual en lo que hace referencia a los sectores económicos -primario o extractivo, secundario o industrial, terciario o servicios-; e incierto en el modo en que se haya de producir. Una metáfora que juegue con el grafismo y la visualización de algunas de las letras del abecedario permitirá al lector hacerse cargo de la incertidumbre a la que me estoy queriendo referir cuando digo que no se sabe cómo va a producirse la recuperación.

¿Será un rebote en uve?  Este constituiría, sin ningún género de dudas, el escenario más deseable: caería la actividad económica hasta un punto, pero, habiendo tocado fondo, subiría casi en vertical y en poco tiempo hasta alcanzar la misma altura que se tenía antes de producirse el deslizamiento hacia abajo. Pero nada garantiza que ese deseo se haya de producir en la realidad. A lo mejor, lo que ocurre es que la recuperación va a tener que ser más lenta, vamos a tener que atravesar un tiempo más largo avanzando en el fondo del ciclo. Entonces, estaríamos hablando de un escenario de recuperación en forma de u mayúscula… Tampoco sería del todo malo. Porque cabe anticipar situaciones peores: pensemos en una jota invertida. Nada tiene esto que ver ni con Aragón ni con la Ribera de Navarra, sino más bien, con una coyuntura en la que, el Sísifo de la actividad económica, después de mucho esfuerzo, acaba llegando a un punto en el que se planta, se rinde, deja la piedra a media ladera. La cota del palo corto de la jota invertida nos indicaría que ya no somos capaces de subir más y nos obligaría a reconocer, con impotencia, que no hemos sido capaces de ascender a los niveles en los que estábamos situados antes de la crisis. Con todo, el peor de los escenarios, aquel contra el que hay que luchar a muerte, es el que dibujara una situación el ele mayúscula… Aquí sí que estaríamos en una situación desesperada: la crisis coyuntural habría acabado por convertirse en estructural… y eso son ya palabras mayores, porque el impacto económico acabaría deviniendo en un verdadero drama social del que pendería incluso la paz, la convivencia y la democracia.

Los que, atentos a la coyuntura, habiendo recabado datos y estudiado tendencias, intentan predecir el futuro de la economía, se topan con la crasa imposibilidad de hacerlo: no se trata de una ciencia exacta; el margen de variabilidad respecto a lo predicho es muy laxo. Téngase en cuenta que, además de estar teniendo que contar con la libertad humana, hay que hacerlo también con el factor suerte; con múltiples otros matices difícilmente ponderables, de naturaleza psicológica, pánico incluido; así como con providencias articuladas de manera descoordinada por los gobiernos y otros entes supranacionales y organismos multilaterales, muchas veces, menos dispuestos a cooperar que a competir a cara de perro, precisamente en circunstancias en las que es posible sacar partido a costa de quienes se encuentren con la guardia baja y sin fuerzas para mantener su posiciones. Anotemos, en este sentido, la posibilidad de que, por ejemplo, capitales asiáticos acaben comprando empresas europeas y expandiéndose por la Unión. Será fácil averiguar si esta previsión geoestratégica acaba cristalizando o no: es cosa de esperar unos meses…  

En todo caso, en el horizonte se dibujan nubarrones muy negros, suenan truenos pavorosos y brillan los latigazos que amenazan con el fantasma de la depresión, que es, precisamente, lo que se debería tratar de evitar a toda costa. En esta situación tan crítica, no cabe otra que la hacer lo que esté en nuestras manos para tratar de evitar que se convierta en desesperada. Empresas, gobiernos, bancos y ciudadanos tendremos que confrontar la coyuntura con energía, con arrojo, con decisión, con acierto y, sobre todo, con voluntad de vencer. Las empresas, necesitarán libertad de acción y capacidad de ejecución.

El gobierno debería cancelar de manera inmediata las deudas que sea menester de parte de unas empresas que han permanecido inactivas y, como diría el otro, sin vender una escoba durante demasiado tiempo. Los bancos deberán demostrar su responsabilidad social: no tendrán mejor ocasión para recuperar el cariño de la ciudadanía, perdido con ocasión de la gran crisis del 2007-2015. Tendrán que inyectar liquidez a las empresas, gratis, si preciso fuere… porque es la única manera de cebar la bomba que mantenga en marcha un sistema, del que la banca resulta ser el corazón. Por ello, como diría la ínclita señora ministra de no sé qué cosa: a los bancos, en que las empresas permanezcan en el mercado, “les va la vida”… Hay que mantenerlas operativas a toda costa, porque sin las empresas, será imposible garantizar los puestos de trabajo y, con ellos, el acceso a la renta de millones y millones de trabajadores.

Si bien, cabe pensar en la pertinencia de los subsidios de desempleo -de hecho, la deuda pública va a tener que aumentar, con la aquiescencia de la UE, para evitar la depresión económica-; e incluso en las bondades de proceder a la instrumentación de una renta mínima, acotada temporalmente y complementada con providencias formativas y de índole económico-política, no sería ni deseable ni sostenible una tal situación, perpetuada en el tiempo.

No sería deseable, por insuficiente, pues el trabajo, además de constituir la manera más habitual de que el común de los que nos somos ricos por casa accedamos a la renta, a través de un salario, es también un modo privilegiado de que las personas se inserten en la sociedad y una ocasión privilegiada para consolidar la autoestima, sintiéndose útil, protagonista de su propia vida y consciente de estar desplegando las capacidades de la persona que trabaja. Y sobre todo, por más que -buena o mala voluntad a parte- alguien soñara con mantener de manera indefinida una situación tal, no habría de resultar sostenible ni financiera, ni social, ni políticamente.

¿De dónde sacar dinero para elaborar presupuestos, si no hay modo de gravar suficientemente ni a las personas físicas, ni a las sociedades mercantiles? ¿Qué intereses habría que pagar por la deuda? ¿Qué prima de riesgo nos aplicarían los mercados? ¡Mejor, ni pensarlo! Resultaría, pues, insostenible a plazo medio. De hecho, este parámetro debiera estar bien presente en la agenda de quienes nos gobiernan, como lo está ya en los que nos tienen que ajustar las cuentas en la Unión Europea: la ratio deuda/PIB que en 2019 era en el caso de España del 95%, llegará probablemente al 116% este año de 2020… y a partir de ese punto, habrá que hacerla bajar, al modo como quien busca atacar el indicador de la temperatura en ocasión de fiebre.

Por ello, los gobiernos deberían encauzar, ayudar, estimular, velar… pero no estorbar. Lo que se pide va a resultar ser un equilibrio inestable y precario, pero, absolutamente imprescindible. Como de lo que se trata es de sentar bases sólidas a partir de las cuales reconstruir la economía -y, con ella, el bienestar social, el progreso del país y el desarrollo de las personas-, las empresas, por su parte, al menos por el momento, harían muy bien en aparcar un tanto su energía competitiva y encauzarla hacia tareas de cooperación, tanto intersectorial, cuanto con otros ramos y las propias administraciones públicas. No olvidemos que se trata de evitar la depresión y, con ello, garantizar la paz social, la convivencia y la democracia.

Por cerrar estas consideraciones con algunas intuiciones que pudieran concretarse en acciones concretas, digamos lo siguiente: lo primero sería establecer desde el gobierno un paquete presupuestario de ayudas inmediatas, eficaces, directas y oportunas para cubrir las necesidades básicas de quienes se hayan quedado sin acceso a la renta a través de un sueldo.

Habría también de proceder a la identificación, la clasificación y la valoración de los diferentes tipos de empresas, en pie tras la pandemia y sus consecuencias: las habrá quebradas, otras estarán en crisis, de las cuales, bastantes, resultarán recuperables. Cada una  de ellas necesitará medidas particulares, tanto a corto, cuanto a medio y largo plazo. Pero, lo que apuntábamos unos párrafos más arriba respecto a la necesidad de aportarles liquidez y eximirlas de abonar tasa, arbitrios y demás gabelas, va a misa.

En todo caso, será ocasión también de estimular la aparición de nuevos empleadores, en función de la aparición de oportunidades de negocio inauditas. Es el momento de hacer de la necesidad virtud y de que los emprendedores y empresarios exploren a fondo el territorio virgen de la economía digital, se metan por las trochas en las que haya de desenvolverse la economía circular, e incluso de se aventuren a hacer sus pinitos en los dominios de la economía colaborativa. Por lo que a las empresas consolidadas se refiere, es llegado el momento de saltar hacia adelante en lo cualitativo y de entrar con paso firme por la senda de la Industria 4.0, y de coger la rueda de la Industria Conectada, propia de la Cuarta Revolución Industrial.

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