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Es incuestionable que los y las jóvenes activistas hemos logrado finalmente posicionar el cambio climático en la agenda global. Destaca el movimiento Fridays for Future liderado por Greta Thundberg, movimiento al que se han unido millones de estudiantes desde 2018. En los últimos años, la juventud ha mostrado una perseverancia incansable, una capacidad de alcance y movilización extensa en nuestras comunidades locales, universidades y colegios, y una iniciativa innovadora en redes sociales para hacerse oír.
Pasar de jóvenes activistas a negociadores requiere algo más que voluntarios

Los jóvenes también hemos aprovechado nuestro estatus legal bajo convenciones internacionales, como el Comité de la ONU sobre los Derechos del Niño, para lanzar batallas judiciales contra la falta de ambición climática de los estados. Algunas de estas batallas han sido exitosas, como es el caso Neubauer en Alemania donde convencieron a su tribunal constitucional para reclamar al Gobierno una acción climática más urgente.

Y así, la tradicional imagen de los jóvenes como víctimas pasivas del cambio climático ha empezado a cambiar hacia una de agentes activos que quieren, y pueden, parar el vertiginoso rumbo de destrucción de nuestro planeta. La perseverancia de los jóvenes ha sido reflejada en avances institucionales importantes. Yo misma asistí a la COP27 en Egipto el año pasado para presentar un informe sobre la acción climática en PyMEs. Esta COP destacó por contar con la primera enviada de Juventud, Omnia El Omrani, y allí pude ver la intensa actividad en el también primer Pabellón de la Juventud. Intercambié experiencias con la primera delegación juvenil de España y los acompañé en reuniones con los negociadores de lo que sería el Plan de Implementación Sharm El Sheikh.

Pero nuestra misión no acaba aquí. La atención global ya se ha posado sobre los riesgos del calentamiento global y ahora toca establecer las medidas para mitigarlo y adaptarse. Esto requiere políticas ambiciosas, detalladas y efectivas, lo cual nos lleva al siguiente reto para la juventud. Una investigación muestra la falta de conexión entre la acción climática de los jóvenes y su participación e influencia en las negociaciones de las COPs. Mientras que los jóvenes somos los que más nos vamos a ver afectados por el cambio climático, contamos con poco capital político para imponer acciones y cambios estructurales.

Hace unos días asistí al Programa Young Climate Innovators organizado por el Banco Mundial donde nos preguntaron: ¿cómo podemos superar el simbolismo y garantizar una colaboración y acción intergeneracional significativa? La respuesta es simple: dejad que nos sentemos en las mesas de negociación. Debemos evitar caer en el riesgo de “youthwashing” y conformarnos con participar en un evento de vez en cuando que, aunque útil para lanzar mensajes, puede quedar en sólo eso.

El siguiente paso es adentrarse en el mundo de las políticas climáticas, que asusta por su tecnicismo y detalle, pero es ahí donde nos jugamos una descarbonización estructural exitosa. Es un mundo ya dominado por aquellos con intereses económicos poderosos que están dirigiendo todo su tiempo y recursos (difíciles de igualar) en contra de una mayor ambición y urgencia. Un ejemplo clave han sido las negociaciones para reformar el Régimen de comercio de derechos de emisión de la Unión Europea, que descarrilaron en parte por una fuerte “guerra de lobbying”, según varios grupos parlamentarios.

El texto que se sometía a voto en junio en el Parlamento Europeo proponía mayores restricciones para las industrias más contaminantes. Sin embargo, días antes algunos partidos incluyeron una serie de enmiendas menos ambiciosas, provocando un voto en contra del texto que se llevó de vuelta al comité a cargo de su redacción para revisarlo. En respuesta, el parlamentario Pascal Canfin escribió una tribuna donde culpaba al “lobbying hostil” por parte de la industria, incluso aquella que de cara al público suele apoyar una acción climática ambiciosa.

En esta guerra contrarreloj, la voz de los jóvenes, quienes más tienen que perder, destaca por su ausencia. No es de sorprender. Trabajo en una consultora especializada en políticas climáticas y puedo dar fe de los procesos intensos, largos (de años) y técnicos que se requieren para influenciar normativas hacia una mayor ambición. También soy parte de Talento para la Sostenibilidad, un proyecto juvenil donde he coordinado proyectos de incidencia climática con estudiantes y jóvenes profesionales, todos ellos voluntarios como yo. El nivel de financiación, organización y tiempo en este tipo de movimientos juveniles es insuficiente, por no decir nulo, para hacerse oír y contribuir significativamente a las batallas políticas que se libran en las instituciones.

Por primera vez, el Plan de Implementación acordado en la COP27 recomienda que los países incluyan a la juventud en el desarrollo de políticas climáticas y designen negociadores jóvenes para las COPs. Desde Talento para la Sostenibilidad aplaudimos este logro, que además incluimos unos meses antes como recomendación en la primera Local Conference of Youth en España. En el Programa Young Climate Innovators pude de hecho conocer a una de las negociadoras jóvenes de Túnez.

Todavía quedan muchos países por designar un negociador de la juventud, entre ellos España. Pero no podemos conformarnos con esta batalla (casi) ganada - el trabajo que queda por hacer es demasiado para una sola persona. Necesitamos más financiación y apoyo estructural dirigido a los movimientos juveniles climáticos para sentar a estos activistas en todas las mesas de negociación locales, nacionales y globales.

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