¿Qué es una fotografía? ¿Es la pose? ¿Es la mirada detrás de la cámara? ¿Es el papel, el post de Instagram, el anuncio? ¿Es el toque de tu pulgar en el círculo de la pantalla? ¿Son los likes que ya calculas que obtendrás?
El arte es un proceso que nace en una mente en forma de idea y que, viajando a través de artefactos como pueden ser una fotografía, una canción, o una ilustración, construye una multiplicidad de significados en otras. O dicho de manera menos repipi: el arte no es la canción, sino las causas y consecuencias de la canción. Y es en este viaje donde toda una nueva generación de jóvenes artistas ha reimaginado sus disciplinas para no solo representar realidades, sino también para transformarlas.
Cuando Sara y Car, fotógrafas y fundadoras del proyecto Identidades, descubrieron la realidad de personas que se ven obligadas a migrar porque, en sus países de origen, pertenecer al colectivo LGBTI está castigado hasta con la pena capital, imaginaron que el proceso abarcado por cada fotografía podía ser la herramienta perfecta para que estas personas se reapropiasen y expresaran su identidad. Y no solo eso, sino que con cada fotografía, además estarían creando una nueva narrativa muy diferente al paradigma de género y migraciones.
Cada fotografía de Identidades se configura mano a mano con la persona que la protagoniza, con el cuidado y el mimo que merece cada elección: el maquillaje, la escena, el vestuario, la sonrisa, la ausencia de ella… Mediante todo este proceso, la persona expresa cómo quiere ser vista y conciencia al espectador sobre una realidad que desconocía.
Y esto no termina con los beneficios socioemocionales para las personas protagonistas de las fotografías. Al entender el arte como un proceso que responde, entre otros, a los objetivos de sensibilizar y movilizar, Sara y Car descubrieron que estos podían cumplirse en espacios menos convencionales que las galerías tradicionales: Identidades se expuso, durante 1 semana y alcanzando a más de 1.500 personas, en las oficinas de una gran empresa de logística, lo cual les permitió no solo generar mayor impacto, sino además diversificar sus vías de financiación.
Todo esto hace que en un sector marcado por la precariedad, como lo es el artístico, el impacto social no haya llegado como un “extra”, sino como un elemento indispensable para lograr la tan ansiada sostenibilidad económica. Estas jóvenes artistas se han decidido a cambiar el modelo tradicional de competitividad y exclusividad por uno en el que arte, economía y cambio social estén alineados con sus principios y valores.
Y por supuesto, viceversa.
Los y las artistas han llegado al sector social como una ola creativa que se infiltrará por tendencias como el emprendimiento, la innovación social o la inversión de impacto, y no solo adaptándose, sino ensanchando sus fronteras y abordando las contradicciones que muchos antes hemos preferido obviar. Les incomoda hablar de modelos de negocio y de productos, hacer un dossier, vender, jerarquizar. Les incomoda vivir en un mundo donde una canción, una fotografía o una ilustración sean equivalentes a cifras con dos decimales. Y es ahí donde reside su verdadero potencial.
Su callo habitando la contradicción y desafiando al mundo en cada obra les permiten mantener un respeto por la causa y la práctica del que el sector social tiene muchísimo que aprender. No les tiembla el pulso si tienen que frenar sus proyectos durante meses para decidir por qué hacen cada fotografía, cada canción, cada ilustración, cómo las monetizan, cómo responde eso a sus valores, cómo sus valores se reflejan en sus procesos de gobernanza y cuidados…
A menudo, cuando me toca presentar proyectos de emprendimiento e innovación social en el ámbito cultural, lo hago justificando la necesidad de apoyo a esta juventud con datos gravísimos sobre la precariedad del sector artístico. Sin embargo, cuanto más tiempo convivo con personas como Sara y Car, más me convencen de que la narrativa debe ser la contraria: a los y las jóvenes artistas no hay que apoyarles porque nos necesiten, sino porque esta vez, les necesitamos más que nunca.
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