La evidencia científica sobre el cambio climático y sus efectos en todo el mundo ha provocado un cambio de paradigma en las prioridades de la sociedad en su conjunto, ya sea en las políticas públicas, el sector privado o los hábitos de consumo de la ciudadanía. En cualquier caso, esto ha supuesto un realineamiento de los valores de empresa tradicionales en favor de la incorporación de criterios de sostenibilidad medioambiental transversales a la actividad de las compañías.
Hay un viejo lema del activismo climático que dice: “piensa global, actúa local”. Esta consigna tiene que ser integrada como uno de los principales ejes vertebradores de la estrategia de sostenibilidad de muchas compañías. Pero no puede ser malentendido meramente como un esfuerzo individual para atajar problemas comunes, sino todo lo contrario, se trata de dar respuestas colectivas que se materializan en acciones concretas e interconectadas.
En este contexto se torna fundamental que las compañías y la marcas trabajen en aras de fomentar la economía local, mejorando el impacto social en nuestro entorno más cercano y mejorando la sostenibilidad de toda la cadena de valor.
El sector del gran consumo, y concretamente el agroalimentario, fue uno de los primeros en reaccionar ante esta realidad por la propia naturaleza de su actividad y su cercanía con el consumidor final. Esto, en última instancia, significa replantear el modelo de negocio de manera transversal y no aplicar la sostenibilidad únicamente al producto final, que es lo más visible para el comprador. Es cierto que la circularidad y reciclabilidad de los envases, por ejemplo, es una de las mayores preocupaciones de las marcas y sus usuarios. Sin embargo, entender la sostenibilidad dentro de una compañía significa repensar todo el proceso de la cadena de suministro y esto incluye otros muchos factores que interaccionan de manera directa con el impacto que la actividad empresarial genera; como las inversiones de la empresa, la logística, el bienestar animal o las compras a los proveedores.
En un sector como el agroalimentario, esto plantea grandes dificultades, especialmente en la obtención de las materias primas con las que trabajamos los fabricantes. Es el caso de marcas como Vivesoy, marca referente en el mercado de bebidas vegetales de Pascual, que tuvo que enfrentarse a un contexto en el que la producción de soja era prácticamente inexistente en España. Asimismo, en lugar de buscar la solución en otros mercados, con los riesgos e impactos medioambientales que eso supone y las emisiones de CO2 que conllevaría el transporte de materias primas, Vivesoy quiso poner en el centro de su estrategia a los agricultores locales.
Así, Vivesoy logró recuperar en 2005 el cultivo de soja en nuestro país, logrando, a día de hoy, ofrecer a los agricultores una alternativa de cultivo muy atractiva para rentabilizar sus campos. De hecho, el 100% de la soja que se produce para consumo humano en España proviene de cultivos promovidos por Pascual. Actualmente, trabajamos con 136 agricultores de soja locales (a través de contratos directos previos a la siembra), alcanzando cerca de 1.300 hectáreas repartidas entre Castilla y León, Extremadura, Aragón, Navarra y Cataluña. A esto hay que sumar una veintena de agricultores de avena, abarcando las 500 hectáreas de este cereal de invierno repartidas entre Castilla y León, Navarra, País Vasco y Aragón.
Ahora, Vivesoy se ha convertido en la única marca de bebidas vegetales en España con el 100% de sus materias primas* de origen local, un hito ya reconocido por instituciones como AENOR, que ha certificado a la marca con el sello ‘Origen Garantizado’. Esto tiene unas implicaciones muy evidentes en materia de sostenibilidad, ya que, al no importar materias primas de terceros países, se consigue minimizar gran parte de la huella de carbono de los procesos logísticos, pero los resultados van mucho más allá.
La existencia de nuevos cultivos de soja en España supone aumentar la diversificación y la competitividad de un sector estratégico para la economía local como es el agroalimentario, que en 2020 aportó 100.000 millones de euros a la economía española, casi el 10% del PIB. Además de fortalecer la producción local, la economía de proximidad, y más en el caso del sector de la alimentación, supone profundizar en el desarrollo de la agricultura local y revitalizar el campo español. Gracias a este tipo de inversiones, se produce una atracción de talento y recursos hacia zonas de España que sufren los efectos de la deslocalización de la actividad económica, ayudando a frenar fenómenos como el abandono del medio rural y la despoblación.
Una realidad de la que cada vez son más conscientes los consumidores, como se desprende del estudio de Mintel sobre ‘Actitudes del consumidor’[1], en el que se señala que el 76% de los españoles declara comprar productos nacionales siempre o casi siempre y un 75% lo hace para apoyar al empleo nacional como principal razón. Sin duda, esto tiene que hacer reflexionar a las compañías sobre los beneficios de invertir y ayudar al desarrollo de recursos propios que no solo conectan con los deseos de los consumidores, sino que redundan en la mejor estrategia de sostenibilidad que existe: pensar global y actuar local.
[1] ‘Attitudes towards National Food & Drink - Europe – 2021’, Mintel.
* Soja, avena, almendras, avellanas y nueces