Las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la diabetes y los trastornos respiratorios crónicos siguen siendo responsables de más de 43 millones de muertes cada año en el mundo. A esta realidad se suma el aumento de los problemas de salud mental, que afectan ya a más de mil millones de personas, con el suicidio como tercera causa de fallecimiento entre los jóvenes.
El pasado jueves 25 de septiembre, líderes internacionales, especialistas en salud, representantes de la sociedad civil y defensores de los derechos humanos se reunieron en la sede de Naciones Unidas en Nueva York para abordar este doble desafío sanitario del siglo XXI. La cita, enmarcada en la Asamblea General de la ONU, puso sobre la mesa la necesidad de reforzar políticas públicas que enfrenten tanto las enfermedades no transmisibles como la creciente crisis de salud mental.
Según informó Naciones Unidas, la presidenta de la Asamblea General recordó que estas enfermedades afectan a todas las familias del planeta. “Todos tenemos una historia”, afirmó, insistiendo en que el verdadero problema no radica en la falta de conocimiento científico, sino en la desigualdad de acceso a la prevención y a los tratamientos, especialmente en los países de ingresos bajos y medios.
El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, hizo un llamamiento contundente a los Estados para que el compromiso “vaya más allá de las palabras”. Subrayó la importancia de incluir la salud mental en la atención primaria y de garantizar un acceso justo a los tratamientos. “Está bien no estar bien”, señaló, reclamando la necesidad de acabar con el estigma que aún rodea a los trastornos mentales.
Otro de los temas centrales fue la inactividad física, un factor de riesgo cada vez más extendido. El Comité Olímpico Internacional advirtió que el 80% de los adolescentes y uno de cada tres adultos no realizan suficiente actividad física. Esta situación podría derivar en 500 millones de nuevos casos de enfermedades prevenibles de aquí a 2030 si no se adoptan medidas urgentes.
El debate en la ONU también dejó claro que la salud mental es un componente indispensable del desarrollo sostenible. Una población con altos niveles de estrés, depresión o ansiedad ve reducida su productividad, capacidad creativa y participación en la vida social y política. Estos impactos tienen consecuencias directas sobre el crecimiento económico y sobre la cohesión social, pilares fundamentales de cualquier estrategia de sostenibilidad.
Además, la falta de atención a la salud psicológica perpetúa desigualdades estructurales. Las personas en situación de pobreza o discriminación suelen ser más vulnerables a padecer trastornos mentales y, al mismo tiempo, tienen menos acceso a servicios de apoyo. Esta brecha reproduce ciclos de exclusión que frenan los avances hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Garantizar el bienestar emocional y psicológico no solo es una cuestión sanitaria, sino también de justicia social y de resiliencia frente a crisis globales como el cambio climático, las migraciones o las emergencias humanitarias. Invertir en salud mental significa invertir en sociedades más equitativas, innovadoras y preparadas para enfrentar los retos del futuro.
El encuentro en Nueva York concluyó con un mensaje común: sin un compromiso político firme, una financiación sostenida y la integración real de la salud mental en las políticas de salud pública, el futuro de la salud global seguirá en riesgo.