Según recuerdan distintas organizaciones ambientales, el sector empresarial concentra buena parte del consumo energético y de los recursos naturales. Por ello, introducir prácticas sostenibles en el día a día laboral no solo contribuye a mitigar la crisis climática, sino que también mejora el bienestar de las personas trabajadoras y refuerza el compromiso de las compañías con la responsabilidad social.
Movilidad sostenible: optar por el transporte público, la bicicleta o el coche compartido para los trayectos diarios ayuda a disminuir las emisiones contaminantes y el tráfico en las ciudades.
Eficiencia energética en la oficina: aprovechar al máximo la luz natural, apagar los equipos al finalizar la jornada y ajustar el uso del aire acondicionado o la calefacción son gestos simples que marcan la diferencia.
Consumo responsable: reducir el uso de plásticos de un solo uso, apostar por botellas reutilizables y fomentar espacios de pausa con opciones saludables y locales contribuye a un entorno laboral más sostenible.
Digitalización consciente: aunque la tecnología evita desplazamientos innecesarios, también tiene impacto ambiental. Revisar el volumen de correos electrónicos, almacenar solo lo imprescindible en la nube y evitar impresiones innecesarias son prácticas recomendadas.
Bienestar y equilibrio: una oficina sostenible también implica cuidar la salud mental y física. Reintegrarse con descansos adecuados, dinámicas de trabajo colaborativo y espacios verdes en la empresa fomenta la productividad de manera más humana y responsable.
La vuelta a la oficina después de las vacaciones no tiene por qué ser sinónimo de estrés o de impactos negativos sobre el planeta. Por el contrario, es el momento ideal para impulsar cambios en la cultura corporativa que acompañen el compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y fortalezcan la responsabilidad ambiental en el mundo del trabajo.