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Durante mucho tiempo, la relación entre el deporte y la sostenibilidad ha estado centrada en el producto: materiales reciclables, textiles más ligeros, procesos de producción menos contaminantes… Si bien estos avances son importantes, hace falta ampliar el foco. En un momento en el que el contexto climático desafía nuestros modelos de consumo, la transición hacia un deporte circular no pasa solo por lo que compramos, sino por cómo lo usamos y durante cuánto tiempo.
Repensar el deporte desde la circularidad: una cuestión de hábitos

El reto de la circularidad en el deporte empieza por una pregunta fundamental: ¿cuánto deporte “desperdiciamos”? Mientras que el consumo de productos deportivos sigue creciendo en Europa, su uso sigue siendo limitado en muchos casos. Según el Barómetro Europeo de Movilidad 2025 que elaboramos desde Decathlon, aunque el 75% de los jóvenes europeos incluye la bicicleta en sus hábitos de movilidad, solo un 16% la utiliza a diario. Esta brecha entre intención y práctica es una llamada de atención. No podemos hablar de transición ecológica si no repensamos los hábitos de consumo que sustentan el sistema.

En este sentido, es necesario avanzar y seguir innovando, incorporando nuevos modelos y apostando por aquellos que alarguen la vida útil de los productos y permitan practicar deporte sin necesidad de comprar siempre algo nuevo. Cada vez más iniciativas apuntan en esa dirección: reparación, alquiler, recompra, segunda mano, ecodiseño, reciclaje... Todas ellas son piezas de un nuevo ecosistema donde el valor se mide en usos y no en unidades vendidas.

El deporte también puede ser un espacio de impacto colectivo. En ese mismo barómetro europeo, el 79% de los jóvenes ciclistas afirma usar la bicicleta por salud y bienestar, el 68% por libertad y el 64% para reducir su huella ambiental. Estos datos reflejan que las nuevas generaciones viven la sostenibilidad como parte de su identidad, y el deporte, como una forma de relacionarse con el entorno. El cambio de modelo representa una evolución que ya está en marcha.

También sabemos que el deseo no basta. Persisten barreras estructurales que frenan una práctica deportiva más accesible, circular e inclusiva. Faltan espacios, existen costes de acceso, persiste el desconocimiento de alternativas o la baja reparabilidad. Superarlas exige una transformación compartida entre marcas, instituciones, administraciones, centros deportivos y la propia ciudadanía.

Replantear la circularidad en el deporte es, en esencia, una conversación sobre valores. No se trata solo de innovar en materiales, sino de acompañar una transición cultural que nos ayude a vivir más con menos, a movernos de forma activa, a consumir de forma más consciente y a dejar espacio para que más personas puedan disfrutar del deporte sin que eso implique un coste ambiental insostenible.

La circularidad, además de alargar la vida útil de los productos, representa una oportunidad económica y social. No solo es una vía para extender su uso, sino también para repensar la forma en que se diseñan, se utilizan y se disfrutan: reparar, reutilizar y alquilar no solo reduce los residuos, sino que también democratiza el acceso al deporte, abre las puertas a nuevos modelos de negocio y genera relaciones cercanas con el usuario.

En un contexto en el que apenas el 6,9% de los materiales que entran en la economía global son secundarios, impulsar la circularidad en el deporte es clave para revertir esta tendencia.

Tenemos por delante una oportunidad. El deporte, por su capacidad de movilización, puede ser una palanca de cambio. Pero solo si aceptamos que la sostenibilidad no es una etiqueta, sino una responsabilidad compartida. Innovar en los productos es importante. Evolucionar en los hábitos, es esencial.

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