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Magdalena refuerza su compromiso con la sostenibilidad: educación, salud y una gestión ambiental consciente en las zonas rurales de Guatemala

En el marco del Foro CentraRSE celebrado en Guatemala, la directora de Diario Responsable, Almudena Díez, conversó con Jorge Moreno, gerente de sostenibilidad de Magdalena, uno de los principales ingenios del país dedicado a la producción y transformación de caña de azúcar en azúcar, alcohol y energía. La compañía, con presencia en cinco departamentos y relación directa con 232 comunidades, ha consolidado en los últimos años un modelo de sostenibilidad que integra desarrollo económico, inclusión social y cuidado del entorno.

Moreno explicó que en 2015 la empresa reformuló su planificación estratégica y creó un modelo de sostenibilidad estructurado en cuatro ejes: gobernanza, dimensión económico-productiva, dimensión social-laboral y dimensión ambiental. “Estas dimensiones se intersectan y ahí es donde se construye nuestra responsabilidad social”, señaló.

La dimensión social tiene un peso especial en un país como Guatemala y en zonas rurales donde aún persisten carencias básicas. Magdalena trabaja de forma prioritaria con 102 comunidades de su área de influencia y articula su intervención en cuatro programas centrales: salud, educación, productividad e infraestructura. En materia de salud, la empresa realiza jornadas médicas y monitoreo nutricional, especialmente dirigidos a mujeres y niños, y acompaña el estado de los centros de salud comunitarios.

El bloque educativo se ha convertido en uno de los más robustos. Junto con la Universidad del Valle y la organización guatemalteca FUNCEPA, la compañía impulsa proyectos como el Programa de Valores, que forma a estudiantes, docentes, directores y familias para mejorar competencias en lenguaje y matemáticas, y el programa de “municipios digitales”, mediante el cual, en un plazo aproximado de dos años, todas las escuelas de un municipio cuentan con laboratorio de computación y un programa pedagógico asociado. El impacto no es menor: cada año, entre 20.000 y 25.000 bolsas escolares se reparten en las escuelas de la zona para evitar la deserción por falta de materiales. “Detectamos que muchos alumnos dejaban el colegio porque las familias no podían comprar la bolsa escolar; al incorporarla al programa aseguramos su permanencia”, explicó. Actualmente, los proyectos educativos de Magdalena alcanzan entre 20.000 y 24.000 estudiantes de unas 160 escuelas, e incluso algunos jóvenes formados en estos programas han terminado incorporándose a la empresa.

La sostenibilidad, sin embargo, no se agota en lo social. Moreno subrayó que la compañía es consciente de que su operación genera impactos sobre agua, atmósfera y suelo, y que por ello nació “Magdalena Verde”, una propuesta que, más que un eslogan, es “una conciencia”. El objetivo ha sido ordenar las iniciativas ambientales dispersas y convertirlas en programas con indicadores de seguimiento: cumplimiento legal, huella ambiental, eficiencia operativa, desarrollo de capacidades y protección de ecosistemas. Aunque el cultivo de caña requiere agua, el gerente precisó que alrededor del 80% del consumo hídrico proviene de la lluvia (huella verde) y que el 20% restante procede de fuentes subterráneas, “respetando siempre el acceso de las comunidades”.

La empresa trabaja también en la reducción de emisiones, en el control del polvo y de otras molestias derivadas de la operación agrícola e industrial, con el fin de minimizar el impacto sobre las poblaciones cercanas. “No podíamos concentrarnos solo en reforestación o solo en eficiencia; tenía que ser un sistema”, resumió Moreno.

Como parte de esa evolución, en 2024 Magdalena presentó su nueva propuesta de marca, “Campo para crecer”, que define la forma en que la empresa quiere relacionarse con sus grupos de interés a partir de cuatro atributos: confiable, humana, audaz y transformadora. “Eso nos distingue hacia el futuro”, afirmó.

La experiencia de Magdalena muestra que una agroindustria de gran escala puede ir más allá del cumplimiento normativo y convertirse en un actor de desarrollo rural: acercando tecnología a escuelas alejadas, sosteniendo la permanencia escolar con recursos básicos, atendiendo la salud comunitaria y, al mismo tiempo, ordenando su desempeño ambiental para reducir su huella. Una sostenibilidad, en definitiva, con raíces profundas en el territorio guatemalteco y una mirada transformadora hacia el futuro.

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