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Cada año se desperdician en España cerca de ocho millones de toneladas de alimentos, desde el campo hasta la mesa. Aunque los hogares siguen siendo el principal foco, también se pierden alimentos en producción, procesado, distribución y restauración.
Desperdicio de alimentos en el sector primario: buscando soluciones para garantizar la sostenibilidad

Para el sector primario, este fenómeno no es una preocupación ajena ni secundaria: implica directamente su capacidad de sostenerse y evolucionar. Afrontar el despilfarro no es solo una cuestión ética, sino una condición necesaria para asegurar un modelo agrícola resiliente, justo y con futuro.

Durante mucho tiempo, en el campo se perdieron cosechas por precios bajos o criterios estéticos. Hoy, gracias a iniciativas de concienciación y a la venta directa, muchos productos “feos” o de calibre irregular se recuperan para la donación o la comercialización local. Esta revalorización es esencial para defender la soberanía alimentaria: el derecho de los pueblos a decidir qué, cómo y para quién se produce, priorizando sistemas sostenibles, locales y culturalmente apropiados. No se trata solo de producir alimentos, sino de garantizar que respondan a las necesidades del territorio y de quienes lo habitan. Además, algunos excedentes se destinan a piensos, compost o transformación industrial, lo que evita su pérdida total. Aun así, muchas frutas y hortalizas siguen sin cosecharse, y con ellas se pierden también los insumos invertidos.

En la industria alimentaria, los subproductos y descartes de producción se están aprovechando mejor. Grasas, harinas, cereales y productos desechados se convierten en ingredientes para piensos animales, tanto de ganadería como para mascotas. Las empresas del sector integran estos excedentes en una economía circular que reduce el desperdicio y ofrece nuevas salidas económicas. Transformar fruta madura en mermeladas o galletas rotas en base para piensos son prácticas cada vez más comunes. La industria ha entendido que cada resto aprovechado es un recurso que vuelve a tener valor.

También el sector de la distribución ha empezado a cambiar. Los supermercados aplican descuentos a productos cercanos a su fecha de caducidad, venden cestas con alimentos perecederos a través de plataformas digitales y donan excedentes frescos a entidades sociales. Además, muchas empresas implementan logística inversa: recogen alimentos no vendidos y los reintroducen en el sistema como piensos o para otros usos. Es una forma eficaz de asegurar que, aunque no se consuma directamente, la comida no se pierda del todo. El modelo está cambiando: los lineales ya no son símbolo de abundancia infinita, sino de eficiencia responsable.

De igual forma, se han hecho avances en restauración y hogares. Los restaurantes ofrecen recipientes para llevar sobras, y las familias planifican más y mejor sus compras. Campañas como “Aquí no se tira nada” han ayudado a tomar conciencia. Aunque los hogares siguen generando más del 40% del desperdicio, el volumen ha disminuido de forma constante. En 2023, un 13% menos que en 2020, y en 2024 continuó la bajada. Todavía se malgastan entre 25 y 30 kilos de alimentos por persona al año, pero hay signos de mejora.

El despilfarro afecta directamente a la sostenibilidad del sector agrario. En lo económico, supone pérdidas por alimentos que no se venden y costes por su gestión como residuos. En lo ambiental, el desperdicio genera emisiones de CO2, degrada suelos, consume agua y recursos sin retorno. En lo social, mina la legitimidad del sistema alimentario, mientras millones tienen dificultades para acceder a comida de calidad.

Un ejemplo reciente ilustra bien lo frágil que es la cadena y cómo el desperdicio puede aumentar repentinamente por una contingencia energética: el pasado 28 de abril, un apagón eléctrico masivo afectó a buena parte de España y Portugal. Aunque duró poco más de una hora, bastó para arruinar toneladas de alimentos refrigerados. Cámaras frigoríficas, supermercados y comercios pequeños vieron cómo, tras la ruptura de la cadena de frío, productos frescos y congelados quedaron inservibles.

Reducir el despilfarro es posible y necesario. El sector primario debe liderar esta transición, no solo por responsabilidad, sino por estrategia. No podemos permitirnos seguir cultivando para tirar. Revalorizar lo producido, diversificar salidas, colaborar con otros eslabones y exigir reglas de mercado más justas son pasos clave para garantizar una agricultura viable. Porque lo que es bueno para el planeta, debe serlo también para quien trabaja la tierra.

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