
Para el sector primario, este fenómeno no es una preocupación ajena ni secundaria: implica directamente su capacidad de sostenerse y evolucionar. Afrontar el despilfarro no es solo una cuestión ética, sino una condición necesaria para asegurar un modelo agrícola resiliente, justo y con futuro.
Durante mucho tiempo, en el campo se perdieron cosechas por precios bajos o criterios estéticos. Hoy, gracias a iniciativas de concienciación y a la venta directa, muchos productos “feos” o de calibre irregular se recuperan para la donación o la comercialización local. Esta revalorización es esencial para defender la soberanía alimentaria: el derecho de los pueblos a decidir qué, cómo y para quién se produce, priorizando sistemas sostenibles, locales y culturalmente apropiados. No se trata solo de producir alimentos, sino de garantizar que respondan a las necesidades del territorio y de quienes lo habitan. Además, algunos excedentes se destinan a piensos, compost o transformación industrial, lo que evita su pérdida total. Aun así, muchas frutas y hortalizas siguen sin cosecharse, y con ellas se pierden también los insumos invertidos.
En la industria alimentaria, los subproductos y descartes de producción se están aprovechando mejor. Grasas, harinas, cereales y productos desechados se convierten en ingredientes para piensos animales, tanto de ganadería como para mascotas. Las empresas del sector integran estos excedentes en una economía circular que reduce el desperdicio y ofrece nuevas salidas económicas. Transformar fruta madura en mermeladas o galletas rotas en base para piensos son prácticas cada vez más comunes. La industria ha entendido que cada resto aprovechado es un recurso que vuelve a tener valor.
También el sector de la distribución ha empezado a cambiar. Los supermercados aplican descuentos a productos cercanos a su fecha de caducidad, venden cestas con alimentos perecederos a través de plataformas digitales y donan excedentes frescos a entidades sociales. Además, muchas empresas implementan logística inversa: recogen alimentos no vendidos y los reintroducen en el sistema como piensos o para otros usos. Es una forma eficaz de asegurar que, aunque no se consuma directamente, la comida no se pierda del todo. El modelo está cambiando: los lineales ya no son símbolo de abundancia infinita, sino de eficiencia responsable.
De igual forma, se han hecho avances en restauración y hogares. Los restaurantes ofrecen recipientes para llevar sobras, y las familias planifican más y mejor sus compras. Campañas como “Aquí no se tira nada” han ayudado a tomar conciencia. Aunque los hogares siguen generando más del 40% del desperdicio, el volumen ha disminuido de forma constante. En 2023, un 13% menos que en 2020, y en 2024 continuó la bajada. Todavía se malgastan entre 25 y 30 kilos de alimentos por persona al año, pero hay signos de mejora.
El despilfarro afecta directamente a la sostenibilidad del sector agrario. En lo económico, supone pérdidas por alimentos que no se venden y costes por su gestión como residuos. En lo ambiental, el desperdicio genera emisiones de CO2, degrada suelos, consume agua y recursos sin retorno. En lo social, mina la legitimidad del sistema alimentario, mientras millones tienen dificultades para acceder a comida de calidad.
Un ejemplo reciente ilustra bien lo frágil que es la cadena y cómo el desperdicio puede aumentar repentinamente por una contingencia energética: el pasado 28 de abril, un apagón eléctrico masivo afectó a buena parte de España y Portugal. Aunque duró poco más de una hora, bastó para arruinar toneladas de alimentos refrigerados. Cámaras frigoríficas, supermercados y comercios pequeños vieron cómo, tras la ruptura de la cadena de frío, productos frescos y congelados quedaron inservibles.
Reducir el despilfarro es posible y necesario. El sector primario debe liderar esta transición, no solo por responsabilidad, sino por estrategia. No podemos permitirnos seguir cultivando para tirar. Revalorizar lo producido, diversificar salidas, colaborar con otros eslabones y exigir reglas de mercado más justas son pasos clave para garantizar una agricultura viable. Porque lo que es bueno para el planeta, debe serlo también para quien trabaja la tierra.