En 2023, las actividades humanas emitieron un total de 35.800 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, según datos de Carbon Monitor. Esta cifra, que corresponde a un récord sin precedentes, refleja una tendencia preocupante: la contaminación sigue en aumento, aunque a un ritmo más lento. A pesar de los esfuerzos globales por mitigar el cambio climático, aún no se ha logrado frenar completamente el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, existen señales alentadoras. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que el consumo de combustibles fósiles alcanzará su máximo a finales de esta década, lo que abre una posibilidad de transición hacia fuentes de energía más limpias. En este contexto, las tecnologías de captura, uso y almacenamiento de carbono (CCUS) jugarán un papel crucial en la descarbonización de la economía global.
La captura de CO2: una tecnología en desarrollo
Actualmente, existen apenas unas 50 instalaciones de captura de CO2 operativas en todo el mundo, las cuales son capaces de evitar que alrededor de 50 millones de toneladas de CO2 lleguen a la atmósfera cada año. Aunque esta cifra es pequeña en comparación con las emisiones globales, la tecnología CCUS está en pleno desarrollo y se considera esencial para alcanzar los objetivos climáticos a largo plazo. Según expertos, para 2050 se necesitaría capturar al menos 7.000 millones de toneladas de CO2 al año, una cantidad que aumentará de manera constante hasta 2100.
La captura de CO2 se divide en dos enfoques principales: la captura en la fuente de emisión y la captura directa del aire. La primera, más avanzada, se basa en procesos como la postcombustión, la precombustión y la oxicombustión, que permiten separar el CO2 de los gases generados en la quema de combustibles fósiles. En cuanto a la captura directa del aire, aunque está menos desarrollada, se perfila como una tecnología clave para eliminar el CO2 acumulado en la atmósfera.
El transporte y almacenamiento del CO2
Una vez capturado, el CO2 debe ser transportado a lugares adecuados para su almacenamiento a largo plazo. Para ello, se utilizan diversos métodos, como tuberías, buques y cisternas. El almacenamiento del CO2 puede realizarse en acuíferos salinos profundos, yacimientos de petróleo y gas agotados o incluso en capas de carbón profundas, aunque esta última opción aún está en fase de investigación.
El proceso de almacenamiento es complejo y requiere condiciones geológicas específicas para asegurar que el CO2 permanezca de forma segura bajo tierra durante miles de años. La inyección del gas en el subsuelo desencadena una serie de mecanismos naturales que lo atrapan de manera estable, convirtiéndolo en minerales carbonatados, lo que impide su regreso a la atmósfera.
Retos y oportunidades de la tecnología CCUS
Aunque la tecnología CCUS ofrece un camino prometedor hacia la reducción de las emisiones de CO2, también enfrenta desafíos. Además de la necesidad de aumentar significativamente su capacidad de captura y almacenamiento, se deben superar obstáculos económicos y logísticos. No obstante, la combinación de estas tecnologías con esfuerzos de descarbonización más amplios podría ser fundamental para mitigar los peores efectos del cambio climático y alcanzar los objetivos globales de sostenibilidad. El futuro de la captura y almacenamiento de carbono es incierto, pero su potencial para ayudar a reducir las emisiones y frenar el calentamiento global es innegable.