Para comprender el debate propuesto sobre el crecimiento económico, sería importante aclarar su definición. De acuerdo con organismos internacionales como la ONU, el FMI o la OCDE, el crecimiento económico no se limita al simple aumento en la producción y riqueza de un país. Este concepto abarca también mejoras en la calidad de vida de la población y en la estructura económica y social que promueve un desarrollo equilibrado y sostenible. Tradicionalmente, el Producto Interno Bruto (PIB) ha sido la métrica estándar para medir el crecimiento económico. El PIB cuantifica el valor total de todos los bienes y servicios producidos en un país durante un período específico. La importancia de esta medida viene desde hace años cuando pensadores económicos históricos se planteaban distintas teorías. Adam Smith, en su obra "La riqueza de las naciones" (1776), destacó el aumento en la producción como indicador principal del progreso económico. Después, John Maynard Keynes, durante la Gran Depresión (1929), también subrayó la importancia de la producción y el empleo como indicadores del bienestar económico.
Hoy, organismos internacionales como el Banco Mundial, el FMI y la OCDE siguen usando el PIB como clave para evaluar el crecimiento económico de los países. Sin embargo, esta métrica no captura todos los aspectos del desarrollo y el bienestar, los cuales dan una visión más holística sobre el crecimiento económico. Olivier De Schutter, Relator Especial de la ONU sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, argumenta que la obsesión con el crecimiento del PIB ha tenido consecuencias negativas. Dice que este enfoque ha llevado a una devastación ambiental y a un aumento de la desigualdad, con una parte de la población minoritaria acumulando riqueza mientras una gran parte de la población sigue viviendo en condiciones de pobreza extrema.
A pesar de mostrar un crecimiento económico positivo, muchos países del Sur Global no han logrado reducir significativamente la pobreza. Esto se debe a que el aumento de producción y riqueza muchas veces depende de la explotación de mano de obra barata y la extracción de recursos naturales, beneficiando a los países del Norte Global. Esta dinámica nos hace caer un ciclo de pobreza y desigualdad cada vez más profundo. Como ejemplo tenemos países como India, el cual a pesar de ser una de las economías de mayor crecimiento en el mundo, con una proyección de crecimiento del PIB en torno al 7% en 2024 según el FMI, sigue enfrentando niveles altos de pobreza extrema. Aproximadamente el 10% de la población india vive con menos de 2,15 USD al día. Otros ejemplos podrían ser países como Ecuador y Bangladesh, los cuales enfrentan desafíos persistentes de pobreza extrema y desigualdad. Por otro lado, vemos cómo países como Suecia y Dinamarca han logrado combinar el crecimiento económico con altos niveles de bienestar social y baja desigualdad, demostrando que es posible lograr un desarrollo inclusivo y equitativo. Estos países del Norte Global han logrado una buena calidad de vida de la población, con una estructura económica y social sólidas que, a su vez, promueven un desarrollo equilibrado y sostenible.
Otros expertos han propuesto alternativas al enfoque tradicional del crecimiento económico. Dani Rodrik, Economista de la Universidad de Harvard, sugiere que las políticas de crecimiento deben ir acompañadas de reformas estructurales en áreas como educación, salud y protección social para ser efectivas. Además, se han hecho varios estudios los cuales muestran que el crecimiento económico en las últimas décadas ha beneficiado a los más ricos, aumentando la desigualdad en lugar de reducirla. El economista y Premio Nobel Amartya Sen (1998) propone que el desarrollo debe medirse en términos de "capacidades" más que de ingresos. Según Sen, el verdadero desarrollo ocurre cuando las personas tienen la libertad de vivir la vida que valoran, lo que requiere acceso a educación, salud y otras oportunidades básicas.
Otros organismos han propuesto alternativas para medir el progreso de una manera más integral. Por ejemplo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elaboró el Índice de Desarrollo Humano (IDH) en 1990. El índice fue creado bajo la dirección de Mahbub ul Haq, un economista pakistaní, con la colaboración de Amartya Sen. El IDH fue diseñado como una medida más completa del desarrollo humano que las que se centraban únicamente en el crecimiento económico, incorporando dimensiones como la esperanza de vida, la educación y el ingreso per cápita. Medidas como esta nos dan una visión más completa del desarrollo, integrando la riqueza económica, la calidad de vida y el acceso a oportunidades básicas. El último Informe sobre Desarrollo Humano (publicado en 2024 con datos del 2022) confirma el aumento en las desigualdades globales, revirtiendo avances previos a la pandemia. Islandia, Noruega y Dinamarca lideran el ranking, mientras que, en América Latina, Chile ocupa el primer lugar. En África, muchos países están entre los últimos puestos, con la República Centroafricana, Sudán del Sur y Somalia en los lugares más bajos.
Mapa mundial de todos los países según el Índice de Desarrollo Humano ajustado a la desigualdad en 2024 (2022 datos).
El crecimiento económico, tal como se ha promovido tradicionalmente, no es suficiente para erradicar la pobreza. Debemos adoptar un enfoque más holístico que priorice el bienestar humano y los derechos fundamentales. Solo así podremos avanzar hacia un mundo más justo y equitativo.