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Jefferson enunció que la vigilancia continua constituye el precio de nuestra libertad. Pues bien, aquí, expresamos la conveniencia de que los ciudadanos de nuestro tiempo, en el mundo entero, nos comprometamos con esta vigilancia en relación con la libertad y la paz. Ello, respecto a cualquier lugar donde estas se vean sojuzgadas, como hoy sucede en concreto con la invasión de Ucrania. No cabe duda que la ética exige de nosotros, antes de nada, solidaridad y compromiso con los que sufren, ya sea en esta guerra o en cualquier otra. Los rostros de cientos de miles de niños, mujeres y mayores aterrorizados, las imágenes de un país devastado por los misiles, nos llaman, apelan a nuestra conciencia.
Ética y vigilancia: del sueño al compromiso con la libertad

No podemos permanecer en la fría neutralidad moral de la indiferencia. Ya Lévinas se refirió a la llamada ética, exigente y apremiante, que encontramos siempre en el rostro vulnerable del otro.

Pero, junto a ello, existe también otro compromiso moral ineludible, al que el terror al que asistimos nos convoca. Nos importa sobremanera mandar un mensaje claro a cualquier dirigente, grupo y forma de poder: esperamos de los diversos líderes e instituciones actuales que sepan trascender sus intereses en aras de la paz y del respeto de la dignidad humana. Así, la vigilancia ética tenemos, según esto, que ejercerla, también, sobre cualesquiera acontecimientos relativos a la agresión militar contra Ucrania. Y, además, proyectarla sobre los medios de comunicación, a los que no se les puede perdonar el que azucen cainitamente la pelea, tomándonos por títeres, como tampoco el que la disimulen o silencien, ocultando el dolor inmenso que se está ocasionando.

 En un sueño, el mundo estaría a salvo de rivalidades y disputas intestinas. En la realidad, somos los humanos actuales los que demandamos, a cualquiera que tenga una influencia relevante en las relaciones internacionales, que no niegue las diferencias en su seno. Pero que, con una actitud adulta y prudente, acierte a gestionarlas, democrática y responsablemente. Así, la tensa competición en el teatro mundial ha de convertirse, hoy, en una oportunidad para mejorarlo y fortalecerlo, sin abandonarse a las presiones políticas y mediáticas. Séneca subrayó que importa mucho más lo que alguien piensa de sí mismo, que lo que los otros opinan. Aunque, en nuestro tiempo, el equilibrio en ello resulta clave. Esto implica, en todo caso, rechazar que cualquier proceso hacia la paz efectiva y la convivencia justa se convierta en una exhibición de egos y saldos de cuentas. 

 En un sueño, Rusia y Ucrania, ahora, y luego el resto de las naciones de los cinco continentes, carecen de discrepancias y articulan entre sí, sin conflictos, sus respectivos intereses. En la realidad, los seres humanos del planeta entero, hastiados de la violencia que se ha desatado, demandamos que cese, y que no se nos utilice como marionetas e instrumentos arrojadizos. El aviso para navegantes ha de quedar claro: sumar fuerzas es la única vía para ganar la guerra de la paz, la más dura y necesaria de todas. La polarización puede beneficiar a alguien en batallas a corto plazo. Pero, en las disputas decisivas, solo vencen quienes saben conformar alianzas, sólidas y duraderas, desde unas metas compartidas fundadas en valores morales. No hay viento favorable para el que no sabe dónde va, aseveró el mencionado pensador cordobés. Ahora bien, el único horizonte claro ha de consistir, aquí, en la restauración de la paz y de la libertad. Y esto no es factible desde oportunismos, orgullos incompatibles o rencores revanchistas.

 En un sueño, no hace falta ceder, pues solo cabe la armonía. En la realidad, la cruda realidad, tenemos todos que exigir generosidad, ética y una honda sensatez. No olvidaremos la mezquindad de quienes muestren lo contrario, desde fuera y dentro del conflicto, ni la de los que baten palmas para distraer la atención de sus propios errores. En los momentos difíciles, madura y crece el liderazgo ético, pero no desde el puro tactismo, siempre efímero y frágil.

  Ante todo, tras un sueño idílico, al levantarte, la situación continúa habitualmente tan mal como la dejaste. En una ficción, como El gatopardo, hasta se da el que todo cambia, pero para seguir igual. Pero, en la realidad, no hay otro remedio que aprender cada día las duras lecciones de esta vida. Una de ellas ya no se puede ocultar: los ciudadanos de la tierra entera estamos cansados de lo desmedido de los abusos contra los Derechos Humanos que presenciamos y que se encarnan de nuevo en esta guerra.

 La política internacional muestra que, hoy, se necesitan posiciones claras en favor de la libertad y de la paz, junto a una afirmación rotunda de los principios morales. El simple postureo en situaciones de violaciones de los Derechos Humanos no es de recibo. Las personas y agrupaciones humanas precisan defender con contundencia la dignidad humana y la responsabilidad, blandir convicciones éticas profundas. No basta la abstención, no es suficiente con no pronunciarse, la mera equidistancia. Se requieren solidaridad real y valores, como nos ha enseñado la historia contemporánea. Ningún grupo, ningún dirigente, en el entorno democrático actual, perdura ni progresa con la simple indiferencia, tal como revela la evolución presente de la política mundial. Tiene que llenar de contenido real sus mensajes y sus actos, reconocer con criterio a sus compañeros en el arduo viaje de la libertad. Asimismo, los líderes han de ejercer su autoridad –“auctoritas” viene de “augere”, aumentar, elevar- ayudando al progreso integral de quienes componen sus comunidades. En cuanto a la configuración de sus equipos de confianza, con razón sobrada advirtió Gracián que es “singular grandeza servirse de sabios”.

 Lo escrito, en este lugar, posee su carga de utopía, sin duda. No lo vamos a negar, pues somos conscientes de su cuota de idealismo. Pero, también, lo acompaña la pólvora ética de un anhelo sincero por el bien común, la libertad y la paz. Vigilemos, en definitiva, todos, responsablemente -en lugar de inhibirnos con indolencia-, a fin de salvaguardar con nuestro compromiso estos irrenunciables valores.

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