
Los antimicrobianos son medicamentos diseñados para combatir infecciones causadas por bacterias, virus, hongos o parásitos. Entre ellos se encuentran los antibióticos, uno de los pilares de la medicina moderna. Su uso masivo —tanto en salud humana como en ganadería— ha acelerado la aparición de microorganismos capaces de resistir su acción. Esta resistencia, conocida como RAM, dificulta el tratamiento de enfermedades comunes y aumenta el riesgo de complicaciones graves, lo que la convierte en una de las principales amenazas sanitarias globales, según advierte la Organización Mundial de la Salud.
La resistencia a los antimicrobianos (RAM) ha dejado de ser un problema exclusivo de hospitales o granjas: también está presente en los ecosistemas acuáticos. Así lo destaca un estudio publicado por la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), que identifica las prioridades para poner en marcha un sistema de vigilancia común en las aguas superficiales del continente. Según este informe, recogido en el briefing Antimicrobial resistance in surface waters, la monitorización ambiental es un paso decisivo para anticipar riesgos y prevenir la propagación de bacterias resistentes.
De acuerdo con la AEMA, la presencia de antibióticos y bacterias resistentes en el medio natural tiene múltiples orígenes: el uso médico y veterinario, los vertidos de industrias farmacéuticas, las aguas residuales urbanas, los lodos tratados y los purines procedentes de la ganadería. Estos factores, explica la agencia, convierten ríos, suelos y humedales en auténticos “reservorios” donde los microorganismos intercambian genes de resistencia, un proceso natural que puede intensificarse por efecto de la contaminación y el aumento de las temperaturas.
La evidencia científica, recuerda la AEMA, muestra que la resistencia a los antimicrobianos en el entorno puede favorecer el desarrollo y dispersión de nuevas resistencias, elevando el riesgo para la salud humana y animal. Por ello, el organismo europeo insiste en la necesidad de crear programas de vigilancia ambiental que complementen los controles ya existentes en sectores como la seguridad alimentaria o la sanidad animal.
El estudio señala varios elementos clave para construir un sistema de seguimiento robusto y comparable entre países:
Estas recomendaciones se basan en los resultados de un proyecto piloto coordinado por la red de expertos de la AEMA y en el que participaron 14 países europeos.
Además, la agencia subraya que un seguimiento ambiental bien diseñado permitirá localizar “puntos calientes” de RAM, detectar genes emergentes, evaluar tendencias y comprobar la eficacia de las medidas de gestión del agua o de los residuos.
La UE ya ha empezado a dar pasos en esta dirección. Según recuerda la AEMA, la resistencia antimicrobiana forma parte del enfoque One Health, que integra salud humana, animal y ambiental en una misma estrategia. Asimismo, las nuevas normas europeas —como la revisión de la Directiva de Tratamiento de Aguas Residuales Urbanas, que obligará a monitorizar la RAM a partir de 2030— incluyen la incorporación de indicadores de resistencia en las aguas superficiales y subterráneas. También los acuerdos provisionales para actualizar la Directiva Marco del Agua y la Directiva de Aguas Subterráneas prevén mecanismos para reforzar esta vigilancia.
El contexto no deja margen para la inacción. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la RAM una de las mayores amenazas sanitarias globales. Sus estimaciones apuntan a que, para 2050, podrían producirse hasta 1,9 millones de muertes directas y 8,2 millones adicionales asociadas a infecciones resistentes. En la UE, Islandia y Noruega, más de 35.000 personas fallecen cada año por este motivo, un dato que, según el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC), sigue aumentando.
Como destaca la AEMA, el uso excesivo e inadecuado de antibióticos, junto con los vertidos procedentes de hospitales y estaciones depuradoras, alimenta un ciclo que permite que las bacterias resistentes lleguen al agua y, desde ahí, vuelvan a la población. La vigilancia ambiental, concluye el informe, será esencial para comprender y frenar este fenómeno en el marco de la transición ecológica y sanitaria europea.