
La moda se ha consolidado como uno de los sectores más dañinos para el entorno: consume grandes cantidades de agua, genera residuos textiles difíciles de gestionar y produce emisiones que agravan la crisis climática. El problema se acentúa en verano, cuando las compras de ropa se disparan por las vacaciones, los viajes y las tendencias de temporada.
Frente a este modelo de consumo rápido, cada vez más voces insisten en la necesidad de impulsar la moda sostenible. Esto implica alargar la vida útil de las prendas, fomentar el uso de tejidos reciclados y optar por materiales menos contaminantes. Reducir la cantidad de ropa que se compra solo para unas semanas de vacaciones es uno de los gestos más efectivos que cualquier persona puede hacer para rebajar su impacto ambiental.
El reciclaje textil se plantea como otro de los grandes desafíos. En muchos casos, las prendas acaban en vertederos o incineradas porque no existen suficientes sistemas de recogida y tratamiento. Además, las fibras mezcladas y los tintes químicos complican la reutilización de materiales. Apostar por ropa fabricada con tejidos reciclados y dar una segunda vida a las prendas ya usadas se presenta como una alternativa necesaria para avanzar hacia la sostenibilidad.
La industria de la moda, por su parte, encara un dilema: responder a la alta demanda de prendas veraniegas sin seguir alimentando la lógica de la “usar y tirar”. La transición hacia colecciones más atemporales, duraderas y fabricadas con materiales respetuosos con el medio ambiente es todavía incipiente, pero resulta clave para reducir el impacto de uno de los sectores más contaminantes del mundo.
Este verano, disfrutar de las vacaciones también puede significar consumir menos, elegir mejor y reciclar más. Un cambio de hábitos en la forma de vestir no solo alivia la presión sobre el planeta, sino que abre el camino hacia un modelo de moda más justo y sostenible.