Como usuaria de vehículo eléctrico y profesional vinculada al sector, puedo afirmar que la movilidad sostenible no es una utopía: es una necesidad y, además, una realidad que se abre paso con fuerza.
La pregunta que deberíamos hacernos no es si llegaremos a ese futuro, sino con qué velocidad y con qué grado de compromiso lo haremos.
La innovación tecnológica: baterías más seguras y eficientes
En este contexto, proyectos europeos como AM4BAT, coordinado por el centro tecnológico Leitat, marcan el ritmo de la innovación. Su objetivo es claro: desarrollar una nueva generación de baterías de estado sólido, más seguras, eficientes y con una mayor densidad energética.
Se trata de un salto cualitativo frente a las baterías actuales, todavía dominadas por tecnologías de litio-ion convencionales. La gran promesa de las baterías de estado sólido no es solo almacenar más energía en menos espacio, sino hacerlo reduciendo riesgos de seguridad y aumentando la vida útil. En términos prácticos: vehículos eléctricos que recorren más kilómetros, se cargan más rápido y duran más años sin degradarse.
Este tipo de innovación es el motor que alimenta la transición energética. Sin embargo, no basta con centrarse en la punta del iceberg: también debemos atender a lo que ocurre cuando esas baterías llegan al final de su vida útil.
El otro lado de la moneda: cerrar el ciclo
El debate sobre la movilidad sostenible quedaría incompleto si no hablamos de reciclaje. Una batería puede ser muy eficiente durante su uso, pero si al agotarse termina en un vertedero, el balance ambiental y social se tambalea. Aquí entran en juego iniciativas como BATRAW y RESTORE, también con participación de Leitat.
El primero, BATRAW, trabaja en el desarrollo de procesos avanzados para el desmontaje y reciclaje de baterías de vehículos eléctricos. Hablamos de recuperar materiales críticos —como litio, níquel o cobalto— que hoy dependen de una minería intensiva y geopolíticamente delicada. El segundo, RESTORE, se centra en mejorar las fases de pretratamiento y clasificación, con un objetivo ambicioso: que los materiales recuperados puedan reincorporarse directamente a la cadena de valor de las baterías.
Ambos proyectos responden a una idea sencilla pero transformadora: cerrar el ciclo. Porque la movilidad eléctrica no será plenamente sostenible si no logramos reutilizar los recursos que ya tenemos en circulación.
Más allá de la tecnología: una cuestión de voluntad
Llegados a este punto, podemos preguntarnos: si la tecnología existe, ¿qué nos frena? La respuesta es incómoda pero clara: falta de voluntad colectiva.
La industria avanza, la ciencia ofrece soluciones y los centros tecnológicos demuestran con prototipos y pilotos que es posible producir y reciclar mejor. Pero la transición energética no puede recaer únicamente en la innovación. Se necesitan marcos regulatorios exigentes, inversiones públicas y privadas decididas y, sobre todo, un compromiso social que trascienda la moda pasajera.
La movilidad sostenible no será el resultado de una sola invención brillante, sino de un ecosistema de voluntades alineadas: fabricantes que diseñen pensando en el reciclaje, gobiernos que apuesten por la economía circular, consumidores que elijan opciones limpias y sistemas de reciclaje que devuelvan materiales estratégicos a la industria.
Acelerar el cambio
La movilidad eléctrica y sostenible no es un horizonte lejano: está aquí. Las baterías de estado sólido muestran el camino hacia vehículos más seguros y duraderos. Los proyectos de reciclaje de nueva generación demuestran que es posible reducir la dependencia de materias primas críticas.
Lo que falta es acelerar. Porque cada año que retrasamos la transición aumentamos nuestra dependencia energética, nuestro impacto ambiental y el riesgo de quedarnos rezagados frente a otros mercados.
La tecnología está lista. Ahora la pregunta es si nosotros, como sociedad, lo estamos también.