En tiempos en los que el egoísmo parece estar de moda y la empatía se ha vuelto casi un lujo, ser voluntario es remar a contracorriente. Es desafiar una sociedad donde el “yo” suele imponerse al “nosotros”. Precisamente en este escenario hostil, el voluntariado se convierte en una fuerza imprescindible y transformadora.
Hoy, ofrecer tiempo y energía de manera altruista no es fácil. Implica salir de la zona de confort, dejar atrás la burbuja cotidiana y abrirse al otro. Significa escuchar historias que no aparecen en los feeds, mirar más allá de uno mismo y descubrir que el mundo es mucho más amplio que nuestro círculo cercano.
Para la juventud, este llamado es aún más urgente. En una era gobernada por algoritmos, donde los “likes” pesan más que los abrazos y la conexión suele ser superficial, el voluntariado representa una ruptura. Una oportunidad de experimentar lo real: personas, afectos y situaciones que demandan presencia y acción.
El voluntariado no solo es dar, también es recibir. Quien se entrega gana perspectiva, madurez y propósito. Es un ejercicio de humanidad que abre la mirada y ensancha el corazón. Y eso, en tiempos de apatía, es un acto profundamente revolucionario.
Claro que no es un camino sencillo. Exige coraje para enfrentar realidades duras, humildad para aprender de quienes menos tienen y paciencia para lidiar con frustraciones. Pero es justo ese proceso el que transforma: convierte la pasividad en acción y a los jóvenes en agentes de cambio. Porque sí, es posible transformar el mundo, empezando por el propio barrio, la escuela o la comunidad.
Ser voluntario es afirmar, con hechos, que todavía merece la pena cuidar lo común. Es encender una luz en medio de la incertidumbre. Y si algo caracteriza a la juventud es su capacidad de cuestionar, provocar y reinventar. Canalizar esa energía en el voluntariado no es un sacrificio, sino una elección audaz e inteligente.
En última instancia, el voluntariado es un acto de fe: fe en los demás, en la transformación y en que aún hay esperanza. Y cuando esa fe se comparte, se convierte en fuerza, en movimiento, en futuro. Ojalá llegue el día en que el voluntariado deje de ser la excepción para convertirse en cultura. Porque quien se entrega se encuentra a sí mismo, y quien se encuentra a sí mismo, tiene el poder de cambiarlo todo.