Esos que no aceptan, sin más, la información o las ideas tal y como se presentan, sino que buscan más allá de la superficie, a través de preguntas incisivas y agudas, análisis crítico y visión amplia, profundizando para tener una comprensión más completa, rigurosa, amplia y veraz de las cosas.
Hace unas semanas, en una reunión de equipo de un proyecto, uno de los participantes se quejaba de la actitud de una de las personas de su equipo inmediato señalando que a todo le ponía pegas, que era muy negativo, que siempre le buscaba “los tres pies al gato” y que desmotivaba mucho al resto y ralentizaba el trabajo. Como conocía a esa persona le respondí que no era negativo, sino una persona que hacía preguntas que nadie se hace, que cuestionaba las cosas porque tenía una gran capacidad de pensamiento crítico.
Cuando piensas críticamente no das por válido cualquier argumento, buscas el contraargumento, profundizas en la información, la comparas con otras, te haces preguntas. Cuanto más profundizas, contrastas y amplias perspectivas, más matices surgen, más difícil es ser categórico, unívoco o incuestionable. Las ideas se llenan de “peros”, “sin embargos”, paradojas y dilemas. Esto a la gente le incomoda, no le gusta y siente que le hace perder el tiempo.
Pocas veces reparamos en que ese tiempo que, supuestamente, nos ahorramos por no cuestionar, nos genera otro tipo de pérdidas: reproducir noticias falsas sin saberlo, dar por válidas informaciones que no lo son, tomar decisiones precipitadamente y con información inadecuada, cometer errores, llegar a resultados no deseados. El pensador crítico es incómodo, desafía tus ideas y esto te hace dudar, te obliga a esforzarte en defenderlas con mejores argumentos, a darte cuenta de que a lo mejor no son tan buenas o que no las has pensado suficientemente.
Si hubiéramos pensado críticamente cuando comenzó la moda de las pantallas en la educación, nos hubiéramos evitado pérdidas de miles de millones de gastos en estos dispositivos, que ahora muchos centros están desechando volviendo al libro y el papel, incurriendo de nuevo en gastos millonarios[1]. Sin contar los estragos que causan, según revelan los continuos estudios que se están publicando sobre el tema, a nivel de aprendizaje, desarrollo emocional y cognitivo en el alumnado. Como no pensamos críticamente pasamos de “la fiebre de las pantallas en la educación” al “gran fiasco de las pantallas en la educación”, el término medio, el tránsito ordenado no existe porque no hay pensamiento crítico.
El pensador crítico es un “aguafiestas” en un mundo saturado de optimismo y pensamiento positivo, cada vez menos realista y objetivo. Un mundo que valora la proactividad y la acción por encima de la reflexión, donde lo importante es “vender”, “comunicar” y “hacer”, lo que sea con tal de generar una burbuja de actividad, entusiasmo e innovación constante a tu alrededor. No está de moda pensar de manera crítica. Está mejor visto tener una actitud optimista desmedida e ignorar las señales de alarma.
¿Quién alzó la voz ante los despropósitos y desmanes del famoso hacker “Chema Alonso”[2] en Telefónica? ¿Cuántos sabían lo que realmente pasaba con sus famosas ideas? ¿Cuántos callaban? Presentado como una estrella, la realidad es que nunca brilló, más allá de los efectos especiales creados a su alrededor. Los proyectos innovadores y millonarios, que se anunciaban a bombo y platillo, se iban sucediendo al mismo tiempo que pasaban a ser papel mojado y se iban acumulando en la papelera. El citado hacker vendía ideas grandiosas, y se las compraban, ¿en base a qué?, a ningún argumento sólido, sino a un relato bien construido, la camiseta de superman y el famoso gorro de lana, tipo homeless, incluido. Toda una historia interminable de relatos, sin ningún resultado, dato o hecho que lo respalden.
El peligro de no activar el pensamiento crítico es que tragamos con todo lo que nos cuentan, especialmente, en un momento en que, continuamente, se insiste en la importancia del relato frente al dato. El dato no engaña, es lo que es. Pueden ser áridos, aburridos, decir poco, impactar menos o ser más difíciles de recordar, pero se puede comprobar fácilmente su veracidad o no. El relato es una interpretación y construcción personal de la realidad, que puede ajustarse a ella o no, suele apelar a lo emocional, que siempre es más impresionable y manipulable. Y lo peor de todo es que muchos relatos, muchas opiniones, muchas declaraciones prescinden directamente del dato, de los hechos y los argumentos y se convierten en sentencias y dogmas de fé.
La periodista Marta Nebot dió un ejemplo muy claro de esta manera de operar en el mundo, increpando a Javier Cercas sobre su último libro “El loco de Dios en el fin del mundo”[3], en el programa de Xabier Fortes en TVE, acusándole de blanquear a la Iglesia católica. Ante esta sentencia condenatoria, sin pruebas, ni argumentos, el escritor le preguntó si había leído su libro, ante lo que Marta Nebot respondió que no. Con esta actitud la periodista pone de manifiesto que para opinar de un libro no hace falta leerlo, lo mismo que no hace falta empaparse de un tema, leer datos o investigaciones para opinar sobre él. Este es el juego en el que todos participamos últimamente: jugar a ser expertos sin conocimiento de causa.
Lo que ocurre es que cuando no leemos, no contrastamos, no fundamentamos los argumentos, y no buscamos el contraargumento, no pensamos bien y no tomamos decisiones con criterio, sino por impulsos, modas o delirios. Cuanta menos datos e información veraz tengamos y más inundados de relatos estemos, más fácil es manipularnos, engañarnos, menos se activa nuestra pensamiento crítico y más vamos perdiendo la capacidad de cuestionar, de evaluar, de juzgar y de comprender.
En menos de una año hemos vivido dos acontecimientos, la DANA en Valencia a finales de Octubre del año pasado y el apagón de eléctrico del 28 de Abril de este año, que se han visto rodeados de miles de relatos, informaciones cruzadas totalmente contrarias entre sí, acusaciones mutuas sustentadas en historias contrapuestas y un maremagnum de contenido sin rigor, que aturde más que aclara. La realidad, los hechos, se pierden en medio de todo ese océano de palabras sin fundamento, que se mueven de un lado para otro como las olas, creando más caos, que calma.
Muy recientemente, Jose Antonio Marina declaraba que “el pensamiento crítico es nuestra defensa contra la manipulación y el fanatismo”[4], voy más allá, pensar críticamente es un ejercicio de responsabilidad social. Un ejercicio que muy pocos practican en un mundo en el que priman los grandes eslóganes, la venta de esperanzas, las ideas disruptivas, las promesas de revolución y la hipermotivación constante basada más en deseos, que en hechos y argumentos. Un mundo que nos seduce con la facilidad y la comodidad, con el ahorro de tiempo, poniendo a nuestro alcance herramientas de inteligencia artificial que nos dan la respuesta para todo, piensan y deciden por nosotros.
Cada vez está siendo más frecuente que después de finalizar una formación que tienen pactado de antemano un compromiso de asistencia mínimo del 80% para obtener el certificado que acredita la misma, desde la empresa que nos contrata, nos pidan emitir el diploma a personas (habitualmente cargos directivos) que no han cumplido con la asistencia mínima. Mi planteamiento siempre es el mismo ¿en qué lugar deja a la empresa esa petición? ¿Qué mensaje están enviando a su personal con ella? ¿cómo se van a sentir las personas que se han esforzado y cumplido con la asistencia cuando quienes no lo han hecho reciben lo mismo que ellos? ¿que valores y comportamientos están fomentando con estas situaciones? La respuesta evidencia que no se han hecho estas preguntas antes de plantear la petición, que no están haciendo uso del pensamiento crítico. La ventaja de usarlas es que no necesito responder a la petición, las preguntas por sí solas otorgan la respuesta y activan un comportamiento socialmente responsable y ético.
Sin pensamiento crítico no se pueden tomar decisiones éticas, ni resolver problemas teniendo en cuenta su impacto en los diferentes stakeholders, ni llegar a soluciones que garanticen la sostenibilidad futura. Sin pensamiento crítico no vemos más allá de nuestra mirada, nuestro beneficio o nuestro perjuicio, no somos capaces de evaluar el impacto de nuestras decisiones y acciones en los demás, en la sociedad o en el medio ambiente. El pensamiento crítico se revela como el mejor activador y dinamizador de la responsabilidad social.
[1] El gobierno de Suecia ha decidido frenar la digitalización en las aulas, cancelando su plan educativo tecnológico y destinando 60 millones de euros para reintroducir libros impresos en las escuelas públicas.
[2] “Adiós al "nuevo rico" de Móstoles: por qué Chema Alonso acabó repudiado en Telefónica” El Confidencial. 8 de Marzo de 2025. https://n9.cl/0o8aw
[3] “El loco de Dios en el fin del mundo” es un libro sobre el Papa Francisco, surgido a raíz de la convivencia con él, durante el viaje que realizó a Mongolia en el 2023 y todas las conversaciones que hubo entre ambos, con el objetivo de plasmarlas en un libro que hablara del pontífice.
[4] Entrevista a José Antonio Marina en la Web del Maestro CMF el 11 Enero 2025. https://webdelmaestrocmf.com/portal/jose-antonio-marina-el-pensamiento-critico-es-nuestra-defensa-contra-la-manipulacion-y-el-fanatismo/