Un voluntario que permanece en una organización aporta un valor incalculable por varias razones. En primer lugar, ya conoce a fondo la estructura, la misión y las rutinas de la organización, lo que le permite ser altamente efectivo en las tareas que desempeña. Este conocimiento práctico y adquirido a través de la experiencia reduce el tiempo de adaptación y capacitación, optimizando los recursos de la organización.
Además, las organizaciones también tienen un conocimiento profundo del voluntario: su carácter, su comportamiento, su manera de interactuar con el equipo y sus capacidades. Esto permite realizar ajustes necesarios en su rol o en su forma de colaborar, logrando una relación armónica y productiva.
Por otro lado, los voluntarios que han pasado tiempo en una organización se convierten en embajadores no oficiales de su causa. Hablan de la organización en sus redes sociales, en su entorno laboral, con sus familias y amigos, promoviendo la misión y los valores de la institución. Su influencia como promotores es invaluable para sensibilizar a la comunidad y atraer nuevos apoyos.
Esto no significa que las organizaciones deban renunciar a la incorporación de nuevos voluntarios. Al contrario, es fundamental mantener una afluencia constante de personas que enriquezcan con nuevas perspectivas, energía y habilidades. Sin embargo, la situación se vuelve desafiante cuando un voluntario deja la organización y debe ser reemplazado.
El reemplazo de un voluntario no solo implica un esfuerzo considerable en tiempo, sino también un desgaste emocional y organizativo. Se debe reinvertir en procesos de selección, capacitación y adaptación, lo que puede ralentizar el funcionamiento de la organización y afectar temporalmente su eficiencia.
Para minimizar la rotación y mantener a los voluntarios comprometidos, es crucial implementar estrategias de gestión basadas en el reconocimiento y el cuidado. Algunas medidas efectivas incluyen:
Las organizaciones sociales tienen el deber de cuidar a sus voluntarios con la misma dedicación con la que atienden a sus beneficiarios. En este sentido, los voluntarios también necesitan sentirse escuchados, valorados y apoyados. De hecho, se puede considerar a los voluntarios como una segunda categoría de beneficiarios, ya que también tienen necesidades que deben ser atendidas para garantizar una experiencia enriquecedora y sostenible.
Por su parte, los voluntarios también tienen un papel activo en este proceso. Pueden ayudar a las organizaciones a mejorar su gestión al expresar sus inquietudes y sugerencias, fomentando un diálogo constructivo que beneficie a ambas partes.
Cuando las organizaciones trabajan en la retención efectiva de sus voluntarios y fomentan una cultura de cuidado y reconocimiento, todos ganan. Los voluntarios se sienten realizados y motivados, las organizaciones optimizan sus recursos y fortalecen sus equipos, y los beneficiarios reciben un apoyo más consistente y de mayor calidad. Este modelo de colaboración crea una sinergia que contribuye al objetivo final: construir un mundo más solidario, justo y equitativo.