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El 66% de los trabajadores españoles experimentan estrés en el trabajo al menos una vez por semana. Un 25% de las bajas laborales son por estrés. Si bien estas son solo la punta del iceberg, lo que se ve cuando las personas ya no aguantan más. Antes hay todo un proceso de deterioro emocional, mental y físico de la persona. Muchas están aguantando en silencio sin solicitar la baja, soportándolo con medicación u otros paliativos que a la larga acaban empeorando la situación. Una cuarta parte de los empleados en nuestro país recurre al consumo habitual de sedantes, según una reciente encuesta de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es urgente un pacto de salud laboral con un compromiso “cero emisión de estrés.”
Responsabilidad social corporativa por emisión de estrés

Cada vez aumentan más las personas que sufren burnout, un estado de cronificación del estrés. En el 2021, según el estudio realizado por Adecco la cifra de afectados se ha elevado al 40% de la fuerza laboral. Algunos ya han empezado a considerar que el burnout será la nueva pandemia. Nuestra sociedad está contaminada de estrés. El ambiente está impregnado por todas partes de este agente nocivo para nuestro bienestar y nuestra salud.

Las empresas tienen mucha responsabilidad en esta situación. Como señala Michael Ford, profesor asistente de psicología en la Universidad de Albany y la Universidad Estatal de Nueva York, un gran número de personas consideran que el trabajo es la mayor fuente de estrés en sus vidas. Muchas de las causas que provocan estrés laboral están relacionadas con actuaciones de las que son responsables las empresas, por acción u omisión, por mala praxis o por descuido:

-          carga de trabajo desproporcionada en relación al tiempo para ejecutarla, los recursos y la contraprestación recibida a cambio.

-          jornadas excesivas: el 61% de los profesionales españoles asegura que realiza horas extra sin remuneración y sin recuperarlas.

-          presión constante de los superiores para cumplir objetivos, plazos y realizar tareas.

-          exigencias contradictorias.

-          falta de claridad de las funciones a desempeñar.

-          comunicación ineficaz o poco asertiva por parte de directivos o de los compañeros.

-          intimidación y críticas que pueden generar frustración y sentimientos de temor y rabia

-          acoso psicológico y sexual.

-          condiciones laborales inadecuadas, en cuanto a remuneración, espacios de trabajo, recursos, apoyo, iluminación, ventilación, ruido.

-          cambios continuos en el trabajo.

-          dificultades de conciliación vida laboral y personal.

-          ambiente laboral tóxico.

He estado trabajando con empresas que son perfectamente conocedoras e, incluso, disculpan el comportamiento de personas que critican de forma constante a su equipo y otros compañeros, levantan la voz, contestan de forma agresiva, ningunean a quienes no piensan como ellos y tienes comportamiento autoritarios y poco empáticos. Se escudan en argumentos del tipo, “es que es así, pero en el fondo es buena persona”, o “tiene problemas sólo con algunas personas de su equipo pero es alguien muy importante para la organización por su conocimiento y experiencia y no podemos prescindir de él”. Las consecuencias son ambientes laborales cargados de toxicidad, personas con estrés y ansiedad.

A todo ello se une el micro estrés diario que se experimentan como una fina lluvia, que no se siente hasta que estás calado: mal ambiente laboral, conflictos continuos con compañeros o superiores, un jefe impredecible y cambiante, privilegios y concesiones injustificables, maniobras políticas, trasgresión de valores personales para cumplir con objetivos empresariales, desdibujamiento de los límites trabajo-hogar como consecuencia del teletrabajo, hiperconexión digital, por citar algunos.

El V Estudio de Salud y Estilo de Vida, elaborado por Aegon, revela que quienes experimentan estrés se ven afectados a nivel psicológico con un aumento de la preocupación, dificultad para concentrarse o problemas de sueño o ansiedad, además de problemas físicos como el dolor de cabeza, la tensión muscular o dolores de espalda y cuello. El 87,9% de las personas, que afirma haber sentido estrés, considera que éste afecta negativamente a su salud.

Parece claro que las empresas están siendo una fuente de emisión de estrés importante y que éste, según muchos estudios científicos, es tan contagioso como una enfermedad infecciosa: no solo produce daños en el cuerpo y la mente de la persona que lo padece, sino que también las personas próximas pueden sufrir las mismas consecuencias. La contaminación por estrés no se limita a la vida organizacional. El estrés laboral infecta toda la vida de la persona y su entorno, y muchos de los síntomas derivados de él acompañan a la persona durante todo el día.

Cuando las personas están estresadas en el trabajo, se producen malos hábitos alimentarios, niveles más bajos de ejercicio y una peor higiene del sueño, como ha advertido Leslie Hammer, directora del Centro de Trabajo, Estrés Familiar, Seguridad y Salud de la Universidad Estatal de Portland en Oregón. También, y según esta investigadora, la calidad del matrimonio, la vida en pareja y la crianza de los hijos se ve dañada, porque el estrés inunda todas las relaciones, especialmente, las más cercanas y habituales.

Hay evidencia científica de que cuando los padres están más estresados, los hijos están más estresados, afectando a su salud, a dificultades relacionales y conductuales. El estrés aumenta nuestra irritabilidad por lo que no es de extrañar que esta salte también en el hogar y la vida familiar y que la padezcan los hijos. También genera preocupación y nube mental que impide prestar atención a otras cosas, entre ellas las conversaciones con los niños, las demandas de juegos, cariño, etc., que les puede hacer sentir abandonados y afectar a su autoestima. Teniendo en cuenta como se está deteriorando progresivamente la salud mental de los jóvenes deberíamos plantearnos como el estrés laboral de los adultos, que se traslada al hogar, está afectando a todo ello.

El problema del estrés va mucho más allá de pérdidas económicas por bajas o por disminución del rendimiento, es un problema social y no se soluciona con apps de salud, campañas de sensibilización sobre hábitos saludables, talleres sobre higiene del sueño o similares. De poco sirve todo esto si seguimos manteniendo en sus puestos a personas tóxicas, estableciendo objetivos y plazos que solo es posible cumplir realizando horas extras, o incluyendo en el marco de competencias laborales “saber trabajar bajo presión”. Muchas de las medidas que se están adoptando en materia de salud en las organizaciones son como suministrar aspirinas para aliviar el dolor de cabeza. Lo que necesitamos son empresas que se responsabilicen de no generar dolores de cabeza, de no provocar estrés, así no harán falta las aspirinas.

Estamos acostumbrados a que las empresas respondan por la emisión de gases, fluidos, vertidos o ruidos que contaminan el ambiente y dañan la calidad del aire, el agua, los suelos y la salud física de las personas. Quizás es hora de tomar conciencia de la contaminación social que se está provocando por el incremento del estrés y el daño que todo ello produce en la salud física y mental de las personas. Quizás ha llegado el momento de exigir responsabilidad social por la generación de estrés y sus efectos en la vida de las personas, tanto laboral como personal.

Es urgente generar una conciencia de protección de la salud, en paralelo a la que se ha ido desarrollando en relación al medioambiente. Es urgente un pacto de salud laboral con un compromiso “cero emisión de estrés.”

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