Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos.
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas
había una vez,
cuando yo soñaba
un mundo al revés.
Este poema de José Agustín Goytisolo cantado por Paco Ibáñez me ha venido a la memoria después de haber asistido recientemente a una jornada sobre sostenibilidad en la que participaban muchas empresas conocidas.
Así, pude conocer las estrategias que están implantando distintas organizaciones que se muestran orgullosas de sus avances en la materia, y que se mueven en ámbitos tan distintos como el comercio electrónico y los refrescos. En otras oportunidades también he contemplado presentaciones de empresas de alimentación y otras muchas que tienen en común algo que debería hacernos reflexionar: sus productos y/o servicios son fácilmente prescindibles o, como mínimo, es fácil y recomendable disminuir su consumo.
Sin embargo, se presentan ante el ciudadano como empresas modélicas, exponiendo la bondad de sus planteamientos de gobernanza y de las propuestas que hacen a los consumidores.
De esta forma, a base de torpedearnos los sentidos, llegamos a considerar natural no solo que dichas organizaciones se muevan libremente en el mercado, sino que los consumidores adquiramos sus productos / servicios una vez convencidos de la bondad de sus planteamientos.
Si pensamos un momento, podemos percatarnos de que:
Y podría poner bastantes más ejemplos de todos conocidos. Es un dejà vu: empresas que se presentan con sus mejores galas, haciendo alarde de sus planteamientos rigurosos con las personas y el medio ambiente, y ofreciendo a la vez algo que en esencia lo único que hace es agrandar el terrible problema de destrucción del planeta.
Claro que una gran parte de la responsabilidad es nuestra. En nuestro papel de ciudadanos responsables deberíamos hacernos mucho más a menudo reflexiones como esta antes de dejarnos llevar alegremente por mensajes gratos al oído y acabar creyendo que los lobitos son buenos y somos los corderos quienes debemos dejar de maltratarlos. Eso es lo que la cultura imperante, producto de la sociedad de consumo, nos ha inculcado desde hace muchos años y ha llegado a formar parte de nuestros principios rectores.
En la medida de mis posibilidades procuro escuchar la voz de personas sabias que pueden ayudar a marcarnos un nuevo norte, aunque a veces nos sobresalten sus propuestas. Por ejemplo, Jordi Vallverdú resumió recientemente en dos frases qué hacer en estas circunstancias: No parir y no consumir. Entiendo que quedó implícita la coletilla más de lo estrictamente indispensable, pero tal como la dijo es impactante y didáctica. Fernando Valladares también tiene una frase feliz: No es lo que va a pasar, es lo que nos va a pasar. Antonio Turiel se muestra más lacónico pero igualmente didáctico: parar.
A mí personalmente me está costando mucho trabajo "reprogramarme" después de tantos años de eso que llamábamos vivir bien, está claro que sustituir unas rutinas por otras exige tiempo y perseverancia. En ello andamos, aplicando algunas fórmulas que pueden ayudar a desechar valores arcaicos y diseñar un nuevo marco ético en el que me encuentre más cómoda para trabajar mis incoherencias que, ay, son más de las deseables.
Para estos casos va muy bien escuchar a los filósofos, como Javier Gomá cuando nos habla de dignidad con frases tan alentadoras como vive de tal manera que tu muerte sea tremendamente injusta, o Albert Scheweitzer, cuando sostenía que la ética no es otra cosa que la veneración a la vida, o los planteamientos de la "nueva" ética ambiental.
Claro que también puede ocurrir que todas estas reflexiones - y otras muchas del mismo cariz- respondan únicamente a la necesidad de sentirme bien conmigo misma: como decía el bueno de Bertrand Russell, “La ética es en origen el arte de recomendar a otros los sacrificios requeridos para la cooperación con uno mismo.”