Una de las iniciativas que me llegan por correo electrónico para aliviar las horas de confinamiento, consiste en una invitación a participar en una suerte pensar colectivo. Lo promueven los colegas del Observatoire de la Finance, de Ginebra (Suiza) y se trata de responder cada cierto tiempo con un número acotado de palabras a una pregunta concreta. La de esta semana reza así: What principles should guide us in striking the balance between « lives and livelihoods » ? Or put differently, between health and GDP? O sea: ¿Qué principios deberían guiarnos para lograr el equilibrio entre "vidas y medios de vida"? O dicho de otro modo, entre la salud y el PIB.
Por mi parte, lo que me empieza viniendo a la mente ante la pregunta en cuestión es aquel dicho latino que algunos atribuyen a Thomas Hobbes y que, en todo caso, quise poner como título a estos párrafos. El lema afirma: Primum vivere deinde philosophari. O, lo que es lo mismo: Primero vivir, después filosofar; y que, de una manera más libre, podríamos verter al castellano con un giro más castizo. Algo así como por ejemplo, que: Ante todo, vivir; y después, ya veremos...
Por eso, lo sensato es enfocar todo el esfuerzo para salvar las vidas. Lo prudente no puede haber sido otra cosa, sino la de tratar de detener con eficiencia y con la mayor prontitud posible la sangría de contagiados y el rosario de las decenas de miles de muertos que ya llevamos malenterrados desde que la pandemia se desplegó por España. La vida, pues, es lo primero. La Economía, viene después. Porque, aunque es muy cierto que la economía constituye un valor de gran peso, no es el máximo en la escala axiológica. Más fuerte, imperioso y básico resulta ser el de la Vida y la Salud. Lo demás, cómprase luego… si se puede… Por ello, siendo verdad lo que va dicho, y dejándolo sentado como axioma, conviene matizar la cosa un tanto. Porque, ante la que se nos viene encima, no está de más ver qué comentan los que tengan a bien responder a la cuestión que se propone.
Lo que se avista en lontananza es una recesión de pronóstico reservado; una crisis económica en toda regla. O sea, un descalabro muy considerable a plazo inmediato en todas las variables del cuadro macroeconómico y en la realidad tangible del funcionamiento de las familias, las empresas y los mercados. No entraremos en cifras más o menos ajustadas y precisas, pero no es necesario ir a Salamanca ni inscribirse en un curso avanzado de Economía en la London School of Economics para darse cuenta de que la tasa de desempleo va a crecer, el Producto Interior Bruto va a contraerse, las ventas y las exportaciones van a bajar, la producción también seguirá la pauta; y que, por lo demás, el nivel de alegría en la vida económica se va a resentir -y mucho- en los próximos meses. El Instituto Nacional de Estadística tiene sus herramientas sofisticadas para medir el pulso económico. Pero cualquiera de los lectores conoce de sobra los indicadores con los que se mide eso que acabamos de rotular como la alegría de la vida económica: es lo que se nota en Casa Manolo a la hora del aperitivo, en las salas de cines del Planetocio los viernes por la tarde y en los restaurantes de moda los sábados por la noche.
La situación, ciertamente, va a ser crítica, pero no tiene por qué acabar siendo desesperada. Todo dependerá de la buena voluntad política que unos y otros quieran poner en el empeño; del acierto que se tenga a la hora de instrumentar las medidas adecuadas para reactivar la economía. Y sobre todo, dependerá del temple anímico, del tono y la moral con que la gente esté dispuesta a salir del bache en el que todavía estamos sumiéndonos… y en el que apunto estamos ya de tocar fondo. ¿Habrá repunte en uve? ¡Dios lo quiera!
En todo caso, parece ser que los fundamentos y las bases clave de la economía están mucho mejor que hace años, cuando la crisis del 2007. Y que, según se dice, los banco y las instituciones financieras, que son el corazón del sistema y el pulmón de la economía, están más fuertes y saneados. Por ello, si la Unión Europea se implica a fondo; si somos solidarios y generosos; y si, sobre todo, la Unión actúa unida, se conseguirá salir del bache económico con cierta facilidad. Eso sí, habremos de salir todos. Unos antes y otros un poco -sólo un poco- después; algunos más solventes que otros; pero, todos juntos. Sin que nadie se pierda por el camino, ni se haya de quedar desamparado en la cuneta. Eso sí que sería el gran fracaso. Al margen de que no sería ético, resultaría ineficiente desde el punto de vista económico e insostenible de cualquier otro prisma o punto de consideración. Porque con un lastre de gente empobrecida no podrá despegar el globo de la economía globalizada. Y porque, además, sin unas condiciones dignas desde el punto de vista económico ni siquiera cabe pensar con mantener una mínima paz social; sin la que, como es sabido resulta quimérico pretender siquiera sentar las bases para la reconstrucción del orden económico.
Por lo demás, conviene que vayamos tomando todos nota para el futuro. Porque estoy convencido de que esta situación que vivimos -insólita, al menos desde finales de la Segunda Guerra Mundial- va a acabar resultando ser un entrenamiento para hacer frente a otros desafíos de gran calado y escala universal, a los que la Humanidad tenga que enfrentarse unida en los años venideros.